Siempre la vida
habrá de transcurrir
doblegada por cierto
grado de amenaza:
un repentino fallecimiento
en el centro de la escena familiar.
Aquella sombra bajo el ala
del sombrero.
Rilke pedía
que personalizáramos la muerte.
Deseaba darle un nombre
a ese apremio inminente.
Algunos años después
un poeta peruano, José Watanabe
escribió estas palabras:
No le temo a la muerte, sino a sus modos.
Solo quería decirnos
que le atemorizaba su cuerpo enfermo.
De todas formas trató
de regatearle -algo- al infalible espanto:
porque en el fondo del pozo
el miedo flota.
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