El 20 de enero de 2008, en el suplemento “Siete Días”, del diario El Nacional, el doctor Simón Alberto Consalvi dedicó su habitual columna semanal a la celebración de los 50 años que por aquellos días iba a cumplir el 23 de Enero de 1958. En el año 2015 fue reproducido por Prodavinci a propósito de la efeméride acompañado por una imagen del Archivo Fotografía Urbana. Hoy lo reproducimos nuevamente, junto a una serie de imágenes que pertenecen al Archivo Fotografía Urbana y que ilustran la emoción de aquella fecha en que cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y se inició la democracia en Venezuela. La reflexión de Consalvi sigue vigente.
No parece que estuviéramos refiriéndonos a la historia de Venezuela. A esa historia que naufragó durante poco más de un siglo, 1830-1935, entre los asedios y avatares de los caudillos (Páez, Guzmán Blanco), de los déspotas o de los “gendarmes necesarios” (Monagas, Castro, Gómez), bañada por sangre tercamente derramada. Esta es la conclusión general que en la distancia de medio siglo podemos inscribir como el mejor de los frutos de la democracia representativa y pluralista instaurada en Venezuela a la caída de la dictadura, el 23 de enero de 1958: 50 años de libertad.
Al dictador de entonces se le metió en la cabeza que era un enviado de la Providencia. Así tuvo el tupé de proclamarlo ante el Congreso espurio (producto del fraude de 1952), en noviembre de 1957, cuando propuso que en vez de elecciones generales se celebrara un plebiscito con un solo candidato que sería él, el gran ductor de la patria, porque dejarla “en manos de los políticos sería una desgracia nacional”. Con la boleta azul (contra la roja) se elegirían presidente, diputados y senadores, diputados regionales y los concejales de todo el país.
Nunca se había vejado tanto a un pueblo como lo vejaron Pérez Jiménez y su consejero Vallenilla Planchart. La respuesta de los venezolanos fue unánime, como en 1952. No obstante, las boletas rojas desaparecieron de las urnas por arte de magia. Pérez Jiménez fue proclamado por el CSE presidente reelegido para el periodo 1958-1963, y en igual sentido la cohorte de diputados y senadores.
Mientras el dictador trataba de persuadir a las Fuerzas Armadas de que le prolongaran su respaldo, durante el año 57 los venezolanos dentro y fuera del país, en las cárceles, en la clandestinidad o en el exilio, en las universidades y en las calles, dieron lo mejor de sí mismos en un momento crucial de nuestra nación. Era el momento de las grandes decisiones. O se tomaban todos los riesgos o la dictadura se prolongaba en el tiempo para desgracia de todos. Las cárceles sin término, las torturas sin término, la censura sin término, el exilio sin término.
Frente a estas perspectivas, predominaba el manejo discrecional y delictuoso de los recursos petroleros y de los ingresos por las nuevas concesiones otorgadas a las transnacionales de manera ilegítima, como lo denunció desde el destierro Juan Pablo Pérez Alfonzo. Una dictadura que navegaba en los petrodólares, mientras la gente naufragaba en la pobreza y el desempleo. 1957 fue, en una palabra, el año de la claridad y de la lucidez, de la unidad y de la pérdida del miedo. Todos a una, como en Fuenteovejuna, le dijeron «No a la dictadura.»
1958 fue el gran año de la unidad. Pero no menos significativo, fue el año de la civilización del debate político y de la concertación. Como del propósito de enmienda de quienes reconocían que las discordias artificiales les abrían el camino a los “gendarmes necesarios”, el caudillaje siempre al acecho. De ahí nació el Pacto de Puntofijo suscrito por tres partidos, AD, URD y la Democracia Cristiana, el 31 de octubre de 1958. No fue un pacto para repartirse el poder como pretende degradarse con una versión tan mediocre como falsa. Conviene repasar la historia que arrancó en 1959 para comprender que el pacto fue algo muy diferente. Que sólo durante un periodo fueron al gobierno los partidos signatarios, que el segundo gobierno no incluyó a la Democracia Cristiana y que el tercero fue unipartidista, y a partir de allí no hubo más gobiernos de coalición.
Si el Pacto de Puntofijo fue uno de los documentos más trascendentes de la historia venezolana, no menos significativo fue el Programa Mínimo Conjunto de Gobierno suscrito el 6 de diciembre por los tres candidatos presidenciales, Betancourt, Larrazábal y Caldera. Allí se consagraban los principios que le dieron estabilidad a la nación: “Respeto absoluto al resultado de las votaciones y defensa del régimen constitucional. El candidato que resulte electo por la voluntad popular gozará del respaldo de los otros candidatos y de los partidos que suscriben aquel pacto, comprometiéndose todos a actuar en defensa de las autoridades legítimamente constituidas y de las instituciones democráticas en el caso de que se produjera una acción que pretenda vulnerar y desconocer la decisión soberana del pueblo”.
Las jornadas del 23 de Enero y el proceso que se inició entonces ratificaron la voluntad de los venezolanos de rechazar a los “gendarmes necesarios”, a los presidentes vitalicios, a todos aquellos iluminados que pretendieron suplantar la soberanía popular. Al cabo de 50 años de libertad, resulta tragicómico que alguien pretenda meternos en cintura.
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