Saltando inmundos charcos
la esquina de la Pastora
era visitada
por quienes compraban dulces
a Las Padrón.
Dos o tres casas más allá
vivía Don Carlos
con su tuberculosis,
limpiando unos anteojos
de montura de oro
justo enfrente de grandes nubes
hollinientas
y el puerto fluvial
llamado Tamarindo.
Muy nervioso Don Carlos
redactaba cartas comerciales
en su oficina
tan limpia.
Aquel invierno
le regalaron un escritorio
y un cuadro con cedros del Líbano.
Las copas de los árboles
pintadas al oleo
reverdecían.
Y llegaban los barcos
en agosto
recalando contra el pretil
del barandal de la casa
de verdugones húmedos.
En una grieta vivía
una salamandra rojinegra.
Animado charlaba Don Carlos
con la tripulación,
cuando de pronto
un grumete
de franela blanca y manos tartamudas
le habló de la muerte
de un tal Sr. Domínguez:
que casualmente,
que por desgracia
era el único hijo
de aquel modesto albacea
de la antigua naviera:
Trasatlantic Company. L.T.D.
El aturdido grumete no estaba al tanto
y pidió disculpas…
por la noticia.
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