Puede ser el padre quien forja el carácter del hijo. Muchos seguramente podrían argumentar lo contrario, porque Venezuela es un país matriarcal. Los estudios sociológicos suelen hablar de un padre ausente en nuestra sociedad. Pero quienes albergan recuerdos de su figura paterna, que no son pocos ni escasos, enarbolan valores como el respeto, la admiración, la seguridad y la valentía… Podría ser la imagen de la autoridad en el hogar, o la figura inspiradora que motiva a perseguir un propósito.
“Sigue así y se lo voy a decir a tu papá”… Muchos niños y jóvenes escucharon este ultimátum cuando una madre se quedaba sin argumentos mientras corregía el comportamiento de un hijo. Pero el padre también puede ser un cómplice, más si se trata de una hija, la niña de sus ojos; como se observa en el cruce de miradas entre una bebé y el padre de una familia caraqueña, en 1953, fotografía que forma parte del acervo de El Archivo. Se percibe que este hombre se desvive por su pequeña, pero eso no le impide tener un brazo protector para su otro hijo. Los sostiene a ambos, a la misma altura del mayor, sentado en el piso para el retrato familiar.
La selección de imágenes para este portafolio, seleccionada por el equipo de El Archivo, ilustra la figura masculina como piedra angular en el hogar venezolano. Las imágenes confirman el nexo que existe en toda clase social, en todo nivel cultural, entre padres e hijos. Un nexo que se traduce en legado, protección y afecto. Si Hellmuth Straka retrató la fuerza de la madre wayúu, también reconstruyó en sus retratos la paternidad como un linaje (ca. 1955-1961). Él mismo posa con su hijo en brazos (ca. 1974), en medio de la naturaleza, como si quisiera declarar: “somos nosotros ante el mundo”.
Gorka Dorronsoro capta el detalle que evidencia el alcance de la figura masculina como modelo familiar: Los gestos similares, las expresiones de los niños, no dejan duda de que ese hombre que los acompaña bajo el dintel de la puerta principal del hogar es su papá (1990).
Igualmente podemos ver una foto del poeta Andrés Eloy Blanco con su familia: una reflexión sobre la importancia de la unión familiar como ejemplo de integridad. Son tiempos de exilio, cuando tuvo que vivir en México (1953). La unión es su pilar. El poeta aprendió de las convicciones políticas y liberales de su progenitor, el doctor Luis Felipe Blanco y actuó en consecuencia. En su poemarioPoda, lo recuerda como una silueta moral. Como en tantos de sus versos, la paternidad tiene significado en sus poemas, como en estos extractos de Los hijos infinitos:
«Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera
(…)
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.
Y cuando se tienen dos hijos
se tienen todos los hijos de la tierra
(…)
se tiene todo el miedo del planeta,
(…)
se tiene la alegría y el ¡ay! del mundo en dos cabezas,
toda la angustia y toda la esperanza…»
Por su parte, el ensayista e historiador Mario Briceño Iragorry, quien perdió a su padre a temprana edad, aún frente a la ausencia conserva su imagen como una autoridad moral y espiritual que le sostiene. En sus escritos, el intelectual recurre a los fundadores, a los forjadores de la nación como padres simbólicos que moldean la identidad cultural. Lejos de la idolatría hacia los héroes militares del pasado, el ensayista rescata la figura del hombre común, como una paternidad cercana al pueblo, necesaria para rastrear las raíces de la herencia histórica. Son ideas que esboza en sus ensayos, como Mensaje sin destino (1951), entre otros textos. Él mismo es un ejemplo de su ideal de paternidad cuando carga a su hija María para la foto (1936).
O un padre como Jóvito Villalba, quien pudo haber visto en sus hijos el futuro de la nación que soñó. Ese sueño que a sus 19 años convirtió en un histórico discurso frente al Panteón Nacional en el día del estudiante, para constituir el legado de la Generación del 28.
En la imagen rígida, características de los hombres andinos, Anastasio Niño conduce a sus hijos para que cumplan con el sacramento de la Primera Comunión (1932). Es un hombre común como los mencionados por Briceño Iragorry; así como el personaje del siguiente retrato, esta vez un oficinista que parece regresar de su trabajo. Sonríe mientras alza sobre su hombro a su pequeña hija. Son escenas cotidianas de la gente del país.
Un tercer padre abraza con fuerza a su hijo y lo exhibe con orgullo en un retrato de Foto Estudio Meda. Lo ha bautizado con su mismo nombre, por eso la foto se llama Yarsensky y Yarsenkito. Es un retrato iluminado con lápices y acuarelas, como se practicaba en las décadas de 1950 y 1960. Esta foto (y toda la serie basada en personajes populares) es realmente una curiosidad de la colección.
Diana López, en la serie El ojo de Franklyn (1995), descubre la mirada de un niño que decide retratar desde su propia perspectiva infantil. Es la imagen de la mano de un roble protector, que con afecto conduce y guía a su pequeña. Por su parte, los padres de La Ceibita (1979-1980) en los retratos de Carlos Germán Rojas posan orgullosos de su prole. Los rostros ingenuos, sorprendidos por el fotógrafo, transmiten a la vez la sensación de confianza que sus padres les inspiran cuando los animan a posar.
Como estos caballeros de todos los tiempos, hay muchos padres que han dejado huella. Hombres de todos los estratos sociales, de distintas características étnicas que enriquecen la identidad nacional. Este portafolio es, en sí mismo, un retrato de la esencia del padre venezolano.











