Ella se ha disfrazado: es Carnaval y lleva máscara.
Ella tiene un antifaz negro, y es extraña e inquietante. Parece más alta: se me ocurre pensar que es un gigante.
De todas las imágenes que he visto realizadas por un fotógrafo venezolano esta es la que más me recuerda la obra de Diane Arbus: aquí ella es un monstruo. Pero no deja de ser tan normal, tan humana, tan ordinaria detrás de su máscara.
Uncanny: inquietantemente extraña. Los largos guantes de encaje, la mariposa negra que funge de adorno en el bajo de la falda larga, el desorden del cuarto que no esperaba ser escena de retrato para nadie, la ausencia de decorum en el exceso de vestimenta, todo aquí constituye una extrañeza inquietante
El antifaz es el punctum: lo que “me atrae, me hiere, me conmueve y al mismo tiempo atraviesa, zebrea, azota, molesta (…) ese azar que en la foto me apunta (pero también me mortifica y golpea)”, escribe Hubert Damisch citando a Barthes: una marca que carecería de potencia de trazado, ‘una pequeña mancha’, una ‘incisión pequeña’. Como para alejarnos de toda duda, Alfredo y Elizabeth decidieron no verse cuando se retrataban, decidieron repetidamente que ella mirara hacia otro lado, que sus ojos se hiciesen extrañamente estrábicos. Con el antifaz, el asunto es aún más claro, más literal, más violento si se quiere: el antifaz está aquí para borrar los ojos. Para que quien mire, si mirara, mire sin nombre.