Luis Pérez Oramas.- El terreno es árido, pegrulloso. Ella está al borde, encaramada en una madera, en equilibrio, en el lugar más incómodo de la imagen. Ella lleva esta vez sus lentes de sol, otra vez su mirada oscura, oscurecida –se diría, metafóricamente– por la decisión absurda de aparecer en la fotografía en la situación, y en el sitio, menos favorecedor para un retrato.
Todo indica que Alfredo, en complicidad con ella, han decidido que no sea esto un retrato, que nadie tenga duda de ello; que no sea esto la imagen pintoresca de alguien en un lugar; que no sea esto el registro casual de una ocupación de espacio.
Ella lleva su cartera, y otro bolso. Un bolso negro, un estuche parecido al que los fotógrafos antiguos utilizaban para transportar sus cámaras.
Ella lleva la fotografía al borde de su irreconocimiento: no como imagen, sino como género.
Que no se pueda decir, en este desierto donde alguien ha puesto los fundamentos de una construcción modesta, de qué tipo es esta imagen, a qué categoría pertenece, cuál es su género, su clasificación, su estilo; a qué mundo pertenece.
Esto es una fotografía. Una fotografía en el desierto de la fotografía. Una fotografía que no acepta modos o adjetivos: sin suplementos, sin que podamos hacerla hablar más allá de su silencio.