Por Milagros Socorro.- La media sonrisa de Arturo Uslar Pietri (Caracas 1906 – 2001) contrasta con la circunspección del resto de los presentes en esta sesión en pleno del Congreso Nacional, a la que concurren senadores y diputados. Tal parece que el discurso de Miguel Otero Silva (Barcelona 1908 – Caracas 1985), pronunciado con un aire de distensión que le dibuja una expresión divertida, solo es captado en todas sus aristas por el colega escritor.
Miguel es humorista. Y Uslar, aunque quizá no tenga en toda su abundante obra –literaria y periodística- ni media docena de chascarrillos, es hombre inteligente y, como tal, no puede sino apreciar la gracia y el ingenio. Sobre todo, si se expresan con el lenguaje y la cultura del de “Casas muertas”. Son amigos, además. Aunque estuvieron en ámbitos diferentes durante el gomecismo, no tardarían en coincidir en proyectos intelectuales incluso antes de la muerte del dictador. En enero de 1928 se publica el único número de la revista Válvula, que nuclea a la Generación del 28. El editorial de esa publicación, titulado “Somos”, fue escrito por Uslar Pietri, quien no firma la pieza (entre otras cosas, porque los editoriales, como expresan la perspectiva del medio, no van firmados). Los otros colaboradores de Válvula son José Antonio Ramos Sucre, Antonio Arráiz, Fernando Paz Castillo, Eduardo Planchart, Nelson Himiob, Carlos Eduardo Frías, Pedro Sotillo, Agustín Díaz y Miguel Otero Silva, quienes conforman movimiento vanguardista venezolano y encarnan la renovación de la literatura nacional: «Válvula es la espita de la máquina por donde escapará el gas de las explosiones del arte futuro».
Firmantes de la Constitución del 61
Esta imagen pertenece al Archivo Fotografía Urbana. En la segunda línea, inmediatamente detrás de los escritores, y entre estos, está José ‘Cheíto’ Herrera Oropeza (Carora, 1927 – Nueva York, 1980), abogado, periodista, profesor universitario y político. Serviría tres períodos como diputado en el Congreso de Venezuela por el estado Lara con el partido URD, del que había sido fundador. Fue elegido constitucionalista por Lara para la redacción de la Constitución de Venezuela de 1961.
Del otro lado, en el extremo derecho de la foto y de medio lado, está Hens Silva Torres (Encontrados, estado Zulia, 1922 – Caracas, 2006), abogado, internacionalista, juez, profesor universitario y autor científico. Fue diputado al Congreso Nacional por tres periodos (de 1958 al 74, total), por URD. Y fue también miembro de la Comisión Redactora de la Constitución del 61.
Los cuatro son firmantes de la Constitución del 61. Uslar Pietri y Miguel Otero Silva, senadores del Distrito Federal y del estado Aragua, respectivamente; y Cheíto Herrera Oropeza y Hens Silva Torres, diputados de Lara y Zulia, respectivamente.
Es posible que esta fotografía corresponda a una convocatoria relacionada con la tarea constituyentista. En cualquier caso, los cuatro coincidieron en el Congreso Nacional que inauguró la democracia tras el derrocamiento de Pérez Jiménez, en un periodo que fue de 1958 a 1963. Y la instantánea ha tenido que ser en ese periodo 5 de noviembre de 1958-5 de enero de 1963) porque aunque los otros tres estuvieron en sus curules hasta enero del año 74, sin interrupción, Miguel Otero se saltó el que iría del 63 al 68. No parece que la foto corresponda a años posteriores a 1968.
Qué hacen fuera de la torre marfil
Después de 1928, cuando coincidieron en la redacción de Válvula, Uslar y Miguel trabaron prolongada colaboración profesional. El diario El Nacional fue fundado en 1943 por Henrique Otero Vizcarrondo, padre de Miguel; y cinco años después, en 1948, Uslar empezó a publicar allí su columna, “Pizarrón”, que mantendría durante más de cincuenta años. En 1950, fue designado director del Papel Literario de ese diario. Y luego sería director del periódico desde 1969 hasta 1974, cuando se va a París como embajador de Venezuela para la Unesco.
Para el momento de la foto ya Uslar es una estrella de la televisión, puesto que desde 1953, a los pocos meses de haberse establecido ese medio en Venezuela, inició a través de Radio Caracas Televisión su programa Valores Humanos. Quizá eso explique esa presencia canchosa que le vemos aquí, en nada intimidado por el fotógrafo, a quien parece no notar (a diferencia de los otros).
Desde luego, ya es también el célebre autor de la admonición (por lo demás, desatendida) “Sembrar el petróleo”, (Diario Ahora, 14 de julio de 1936), en vez de malbaratarlo y que pase la era de su predominio dejando el país en la bancarrota. Así como de varios libros, como “Las Lanzas Coloradas” (1931).
Por su parte, Miguel Otero Silva ya ha publicado la novela “Casas muertas” y ha obtenido con ella el Premio Nacional de Literatura (1955-1956) y el Premio de Novela Arístides Rojas; ha entregado a la imprenta su Elegía Coral a Andrés Eloy Blanco (1958), el mismo año en que gana el Premio Nacional de Periodismo. Quién sabe si el buen humor que exhibe en esta gráfica se deba a que por esos días haya empezado a circular su novela “Oficina Número 1”, publicada, precisamente, en 1961.
¿Qué hacen esos escritores, de tanta vocación y renombre, fuera de sus gabinetes y en la brega política? Es la época. Apenas una docena de años antes, un novelista, el más famoso de Venezuela y uno de los más descollantes de la hispanidad, había sido presidente de Venezuela. Toda una hazaña, si pensamos que el arribo de Rómulo Gallegos a la primera magistratura del país se produjo a trece años de la muerte de Gómez.
Había llegado la era de los intelectuales en el ejercicio práctico de la política. Gallegos lo había dicho en sus discursos: “(…) cultura y paz no son antinomias, sino, por lo contrario, modos de ser que se complementan mutuamente, con la añadidura de que ninguna de las dos puede existir sin libertad”.
Y en la alocución que diera en la Universidad Central de Venezuela, al recibir el Doctorado Honoris Causa en 1958, Gallegos aseguró: “…yo no he culpado nunca tanto al hombre de garra destrozadora de la dignidad de pueblo como al intelectual de ciencia o de literatura solamente, que la vendió o le prestó sus servicios, prostituyendo la capacidad de finas aplicaciones con que lo hubiera dotado la naturaleza”.
Ya Leonardo Ruiz Pineda había dejado dicho, justamente en una reseña de la poesía de Miguel Otero Silva, que este “ha colocado su poesía al servicio de la colectividad. Ha derribado, a golpes impetuosos y desbocados, la vetusta torre de marfil, para salir a la calle como poeta y hombre, a dialogar con la emoción sencilla de las gentes anónimas a preguntarle su destino al niño campesino y su inconformidad a las manos endurecidas del viejo sembrador de la tierra […] La concepción del arte por el arte ya está agonizando en su lecho de hondos perfumes y de flores mustias. (…) ya es hora de colocar el arte al servicio de causas más nobles y de que sea medio para más altos fines.”
Como senador, Miguel Otero promovió la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA, 1960) e impulsó importantes iniciativas en materia cultural.
Y Uslar Pietri, al despedirse de su actividad parlamentaria, en la sesión del Senado de la República del 29 de agosto de 1973, pronunció un discurso en el que afirmó:
“No estamos aquí ninguno de nosotros para defender intereses transitorios o posiciones políticas de partidos o de grupos; estamos, fundamentalmente, y así lo espero, al servicio de una causa mayor, más valedera y más permanente, que es la de que en Venezuela pueda estabilizarse un régimen democrático”.