Por Milagros Socorro.- Cada cierto tiempo visitaba a Francia Natera (1923-2012) para que me contara de los tiempos gloriosos de El Nacional. Francia es una leyenda del periodismo venezolano y era mujer de inmensa inteligencia y gracia. Con frecuencia en nuestras charlas salía a relucir el nombre de “El Gordo” Pérez, con quien ella solía hacer pareja profesional (redactora y fotógrafo). Un día que estaba grabando la conversación tuve el tino de pedirle que me hablara de él.
— Ése es el mejor periodista que he conocido en mi vida. No he visto a nadie con un ojo periodístico igual. Trabajar con él era una delicia: te hacía la mitad del trabajo. Lo que tú no veías como reportero, lo veía él. Es común que se diga que era un gran fotógrafo, pero era sobre todo un gran periodista. Y no tenía límites para buscar la noticia.
Para ilustrar tan elogioso perfil, Francia me contó la siguiente historia. Resulta que doña Zoila Martínez de Castro, viuda del general Cipriano Castro, quien había gobernado a Venezuela entre 1899 y 1908, falleció en Caracas, el 4 de noviembre de 1952. La familia, que no quería periodistas ni extraños husmeando en el funeral, tenía el deceso “en un misterio”. Pero Francia y “El Gordo” Pérez averiguaron que el velatorio sería “en una casa muy grande de Los Palos Grandes”. Y allí se fueron. Francia vestida de negro “con aspecto de familiar, de amiga que iba a dar el pésame y El Gordo, bueno, con aquella humanidad…”, pero entraron. Francia miraba a todos lados disimulando el interés profesional y saludaba aquí y allá en un murmullo. En un momento, cuando pensó que ya no corría ningún riesgo de ser descubierta, fue al salón donde tenían a la difunta.
—¿Y qué veo al llegar? ¡A El Gordo, aquel elefante, montado en una mesita esquinera de tres patas con la cámara enfocando a la urna, que estaba destapada! Contuve el grito de sorpresa, pero el disparo del flash nos puso en evidencia. En cuanto se percataron de que éramos periodistas, nos echaron los perros. Era de vernos a El Gordo Pérez y a mí, que llevaba medias de seda negras, corriendo por el jardín inmenso con unos perros frenéticos atrás. Pero la foto fue una maravilla. Nadie más que nosotros la tuvo. Y la información también fue buenísima, porque doña Zoila, quien había regresado a Venezuela tras la muerte de su marido, acaecida en Santurce, Puerto Rico, en 1924, se había mantenido todos esos años en una discreción rayana en el secreto.
¿Por qué lo llaman elefante?
El Gordo Pérez es el hombre de la camisa a cuadros, en el extremo derecho de esta imagen, parte de la colección del Archivo Fotografía Urbana, que suponemos captada en el auditorio de Venezolana de Televisión, planta de la cual fue fundador y accionista y donde trabajó desde 1964, cuando se involucró en el proyecto de creación de la emisora, entonces privada y de alcance restringido a Caracas.
Como salta a la vista, es una figura voluminosa. El 30 de abril de 1965, cuando lo entrevistó Julián Montes de Oca por habérsele conferido la Orden de Mérito al Trabajo, pesaba 130 kilos. Es dato que el reportero apunta.
Había tenido sobrepeso desde que era un muchachito de pantalones cortos y medias largas, y asistía a la Escuela Federal República del Paraguay, en Caracas. Y, desde entonces lo llamaron “El Gordo Pérez”.
Francisco Edmundo Pérez Espinoza nació en San Agustín, Caracas, el 15 de abril de 1920. Era hijo de un próspero comerciante que fracasó en el empeño de que el hijo siguiera sus pasos. En vez de enfilar hacia los negocios, empezó a trajinar con las cámaras y los líquidos de revelar cuando tenía 14 años y se inició con el maestro Juan Avilán, en el estudio fotográfico Ahora, donde aprendió cómo funcionaba una cámara y de qué iban las técnicas de laboratorio
Todavía adolescente, estudió por correspondencia Técnicas de Radio y se hizo experto en laboratorio policial en la Comandancia General de la Policía de Caracas, donde trabajó entre 1938 y 1941. De aquella experiencia laboral temprana le quedó su interés por las técnicas policiales dactiloscópicas y por la radio. El Gordo Pérez fue radioaficionado durante toda su vida y, de hecho, esa fue una fuente de información fundamental que le otorgaba un rasgo singular, en tiempos muy anteriores a Internet.
A los 18 años, cuando la mayoría de la gente anda fantaseando con boberías, Edmundo Pérez ya era fotógrafo de prensa. Durante un lustro publicó sus fotos en los diarios El Heraldo, La Esfera,Ahora y El Universal, donde trabajó con el maestro Luis Noguera. Hasta 1943, cuando se funda El Nacional y encuentra una casa de donde no se iría sino unos pocos meses antes de morir. Allí, enEl Nacional, desplegó tres décadas (1943-1973) de carrera brillante.
Revoluciones, golpes y catástrofes
En esa entrevista de 1965, con Julián Montes de Oca (otro gran periodista), El Gordo Pérez contó que se había iniciado en el trabajo reporteril durante los sucesos ocurridos a raíz de la muerte de Juan Vicente Gómez. “Pero entonces los diarios apenas si le dedicaban un reducido espacio a las fotografías”.
Ése fue uno de los alicientes para irse a El Nacional: seis meses antes de que circulara la primera edición de este periódico, el 3 de agosto de 1943, Miguel Otero Silva llamó a El Gordo y le explicó su proyecto de aumentar la importancia de las gráficas en la información. “Me vine corriendo”. En aquella entrevista, decía Pérez:
—El periodismo gráfico es la mejor forma de hacer historia. Ojalá nuestros historiadores trabajaran con base en el documento fotográfico, que no miente, que no engaña, que es objetivo y serio. Cuántas discusiones inútiles nos evitaríamos. O, por lo menos, las salvaríamos con la fe del expediente gráfico. Por eso lo que yo he recogido en mis cámaras merece pasar a la historia. En mis cámaras guardo, y de ello tengo el mayor orgullo, muchas páginas de la historia venezolana y latinoamericana.
Tenía diez cámaras. Con ellas cubrió los sucesos de 1945 cuando, al enterarse del alzamiento del Cuartel San Carlos, al mediodía del 18 de octubre, corrió en medio del fuego de ambos bandos hasta emplazarse en el lugar donde mejor captara las dramáticas escenas de aquellos sucesos.
Con ellas documentó El Bogotazo, 9 de abril de 1948; el terremoto de Ambatos, en Perú ese mismo año; la muerte de “Chapita” Trujillo; la revolución de Bolivia, considerada la más sangrienta de todas; el suicidio de Getulio Vargas; la caída de Arbenz, en Costa Rica; la guerra entre Nicaragua y Honduras por la frontera; el asesinato de Castillo Armas; el derrocamiento de Rojas Pinilla; la Conferencia de los Tres Grandes, en las Bermudas; el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud (sus imágenes de este hecho fueron decomisadas por la Seguridad Nacional y anexadas al expediente de investigación del caso); el derrocamiento de Juan Domingo Perón (1952); el atentado contra Rómulo Betancourt (1960); el terremoto de Caracas (1967); todos los sucesos de Cuba, desde el alzamiento de los sargentos de Batista hasta el triunfo de Fidel Castro en 1959, incluyendo el asalto a Bahía de Cochinos en 1962, entre muchos otros. Tan minuciosa fue su cobertura del devenir de Cuba que en 1965 había completado 39 viajes a la isla. De paso, también era piloto.
Cuando Montes de Oca le preguntó si alguna vez había tenido miedo de las balas, El Gordo Pérez contestó: “No alguna vez, siempre. A las balas hay que tenerles miedo y es la mejor forma de ejercer la profesión. Porque, ¿de qué vale un reportero gráfico con un balazo en el pecho y la cámara al lado? Pero ocurre una cosa curiosa: sentimos un miedo terrible al comenzar el suceso, sobre todo si una bala pasa silbando criminalmente sobre nuestras cabezas; pero al rato todo pasa y uno se siente como embriagado”.
Boca sucia
No hay periodista que hubiera compartido faena con El Gordo Pérez que no tenga una buena anécdota sobre su personalidad, sus ingeniosas salidas y su asombrosa agilidad para colarse por resquicios y absurdos pasadizos para obtener la exclusiva.
Entre sus aportes a la práctica del reporterismo gráfico en Venezuela está la introducción del teleobjetivo en el fotoperiodismo, igual que otros lentes y equipos especializados. El maestro José Sardá, quien trabajó durante años bajo las órdenes de Pérez, encomia la filigrana de su desempeño como laboratorista y fotoeditor.
Pérez también se distinguió porque identificaba sus fotos con un círculo blanco que enmarcaba su firma. Era, por cierto, su manera de fijar posición ante la necesidad del crédito en la fotografía de prensa.
Tenía fama, además, de no andarse con remilgos a la hora de soltar por esa lengua lo que se le viniera a la mente.
Una semana después del fallecimiento de El Gordo Pérez, el periodista Emilio Santana publicó una especie de obituario en El Nacional. Allí constató, por ejemplo, que el legendario reportero afirmaba que “La noticia debe olerse, y quien no posea esa rara facultad que busque otro oficio”.
Era uno de los hombres más populares de Venezuela, dijo Santana en esa ocasión. “Pocas veces conocí a alguien con mejor sentido del humor. En cuanto a su vocabulario habitual, era prácticamente impublicable. De cada tres palabras que pronunciaba, cuatro resultaban de grueso calibre”.
Para hacer aquella nota, que ha debido ser muy difícil para Emilio Santana, éste incluyó un “miniforo”, como solía llamar sus entrevistas de preguntas y respuestas cortas, que le había hecho a Pérez. “En una ocasión llegué a pesar 138 kilos. Actualmente estoy en 109”, fue una de las revelaciones, ante la pregunta que con más asiduidad le hacían.
Pero la verdaderamente buena es ésta: “¿Es cierto que fuiste amigo de Pérez Jiménez?”, le preguntó Emilio.
—Hablábamos de fotografía. Por cierto que él no acostumbraba tomarse más de tres whiskies, porque después del cuarto hablaba mal de su gobierno.
Muy cómodo en la televisión
La actitud de El Gordo en esta foto nos lleva a pensar que, efectivamente, fue captada en el auditorio de Venezolana de Televisión. Primero, porque él es el único que va en mangas de camisa. Es decir: está en su casa. Y, luego, por la actitud corporal. Está como echadote en la butaca. Y, entre quitarse los lentes de los ojos o el tabaco de la boca, optó por despojarse de los espejuelos, que creo sostiene con su mano derecha. Anillos, plumas fuentes, una correa finita y esos mocasines que son casi calcetines de lo confortables que parecen. Ese hombre campea por sus fueros.
Sin dejar El Nacional, se sumó a la naciente actividad televisiva nacional. Era amigo del pionero de la televisión, Gonzalo Veloz Mancera, sabedor de las excepcionales habilidades de El Gordo con la imagen, quien lo atrajo a esta aventura.
Fue así como El Gordo estudió televisión en La Habana y Los Ángeles en 1953. Fue Jefe del Departamento de Cámara y Unidad Móvil del canal 4, Televisa, así como director de programas dramáticos y musicales de esa emisora desde su fundación, en 1953, hasta que se convirtió en Venevisión en 1956. Ya hemos dicho que estuvo entre los creadores de Venezolana de Televisión, en 1964.
Murió en Caracas el 23 de enero de 1974, a los 53 años. Se le debe una sala permanente en el museo que todavía está pendiente para los maestros del fotoperiodismo en Venezuela.