Homenaje a José Agustín Catalá

Fecha de publicación: noviembre 6, 2016

Es un día espléndido. El sol ha salido para todos. Alguien debe estarle diciendo a José Agustín Catalá algo así como qué le verán las mujeres, que suelen rodearlo, amapucharlo, entregarse a sus abrazos con júbilo y confianza, en la certeza de que están en las mejores manos. El aludido hace bueno el comentario reforzando el gesto acaparador con que retiene a dos mujeres extraordinarias, cariátides del siglo XX venezolano, Isa Dobles, la rubia, y María Teresa Castillo, la trigueña. No lo niega. Tampoco se las echa. Se ríe. Festeja la observación, que por lo demás es una gran verdad. Isa suelta la carcajada mirando al deslenguado y María Teresa cierra los ojos, coqueta, parece resguardarse en la dulce sombra que él proyecta. Los otros hombres admiten con simpatía lo que nadie podría negar. Todos miran hacia el origen de tanta sabiduría, con excepción del periodista Abelardo Raidi, quien parece disfrutar el momento sin perder de vista al reportero gráfico: alguien tiene que documentar el instante en que José Agustín recibe el homenaje del país en la forma de esta histórica trinidad que forma con Isa y María Teresa, mientras lo flanquean Alfredo Tarre Murzi, Ángel Paz Galarraga, el propio Raidi y otro hombre a quien no alcanzamos a divisar, pero que de seguro vendrá a completar el espectro político nacional, aquí reunido.

Es un gran día. José Agustín Catalá es un tipazo de novela. Hace un día delicioso, fresco y soleado. Los ilumina la incomparable luz de Caracas en febrero. Concretamente, el 11 de febrero de 1985. Se han reunido para hacer un homenaje a José Agustín Catalá por sus 70 años, los más nobles y plenos de servicio al país que algún venezolano haya podido vivir.

El fotógrafo, cuyo nombre desconocemos, los capta a la entrada de la sede de la agencia de festejos Quinta Mar, en la avenida Los Jabillos, La Florida. Sabe lo que hace. Con un clic expresa lo fundamental: todas las posiciones políticas tienen un vértice en José Agustín Catalá; y esta convivencia jovial viene a ser un patrimonio nacional, que tiene en la pluralidad y el respeto entre todos una especie de templo simbólico, de allí que el conjunto traza el dibujo triangular de un frontón neoclásico. Con todo y sus palitos en las manos, los congregados en la gráfica son las columnas que sostienen el frontispicio democrático.

No quisiera reducir la entidad de los presentes al partido o ideología a los que estaban adscritos. Basta mencionar lo que viene al caso: era diverso. Todos son políticos, todos escriben, todos están en el debate nacional, en la prensa, tienen posiciones nítidas y muchas veces polémicas.

El orador del evento fue Ramón J. Velásquez, quien había conocido a Catalá en 1944, cuando este fue a la redacción de El País, donde trabajaba el tachirense, buscando a Rómulo Betancourt, editorialista de ese diario, (además de concejal por San Agustín y fundador, tres años antes, de Acción Democrática). Más tarde compartirían prisión, predicamento que sella amistades con anclaje de perenne fraternidad.

En ocasión del homenaje a Catalá, al completar siete décadas (había nacido el 11 de febrero de 1915), Ramón Velásquez habló del sostenido propósito de aquel por “mantener viva la memoria de la lucha por la conquista de la libertad”.

–Esta noche —dijo Velásquez, cuando ya esa luz que vemos en la foto se había desvanecido— queremos recordar singularmente la tarea cumplida por Catalá en los años de la dictadura, que culminó con la edición del Libro Negro, lo cual le acarrearía la destrucción de su empresa y su larga prisión. Fue en esos días de las cárceles, cuando él inició la recopilación de los materiales históricos que integran hoy su excelente colección. No pensó en ningún momento José Agustín Catalá iniciar esta tarea recopiladora y este empeño editor como un vulgar cobro ni como una forma de retaliación

En el párrafo que cerró su intervención, Velásquez explicó que los amigos de Catalá habían querido reconocer en él al hombre que es modesto, “como deben ser los hombres de la democracia”; al hombre que tiene buena memoria, “como debemos tener los hombres de la democracia”; al hombre que entiende “que la democracia es una batalla que se libra todos los días más allá de las fronteras del país”.

José Agustín Catalá murió el 18 de diciembre de 2011, dos meses antes de cumplir 97 años. Al día siguiente apareció una nota escrita por Isa Dobles, donde intentaba resumir en un par de cuartillas lo que había sido una extraordinaria amistad. Tras apuntar convenientemente que él le llevaba 19 años, Isa incluyó retazos de sus charlas con él.

–En una de esas largas tenidas en las que hablábamos de todo, le pregunté: ¿Y el odio? ¿Qué lugar tiene en tu vida? ¿Cuando te torturaban, o mataban un compañero…?

Lo pensó segundos.

Movió la mano sobre el bastón y me contestó en voz baja: “Ninguno: Yo no sé cuándo me convencí de que odiar hace daño. Es un autocastigo”.

Cuando volvamos a reunirnos al sol de Caracas, los distintos igualados en una sonrisa, parte del mérito será de José Agustín Catalá, maestro de la memoria, del perdón y del valor patriótico del abrazo.

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