Hernán Suárez, detalle de foto grupal del grupo Autoteatro, S/f : © Julio Vengoechea

Hernán Suárez, el rey del diseño

Fecha de publicación: noviembre 18, 2018

Este año se cumplen tres décadas de la desaparición física de Hernán Suárez Prince, una figura fundamental en la historia del diseño de modas en Venezuela, cuyo nombre, sin embargo, está prácticamente borrado de los anales.

Hace unas semanas tuvimos en esta sección una fotografía del elenco de “Veladas Dadá”, obra performática del grupo Autoteatro, dirigida por Javier Vidal, montada a finales de 1980, cuando el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas exhibía una muestra de arte dadá. Al hacer el relato de quiénes aparecían en la foto (Marcos Beria, Irene Arcila, Vidal, Marco Antonio Ettedgui, Marta Sedes von Dhen, Julie Restifo, Carmela Brillembourg y Hernán Suárez), comentábamos la dificultad para conseguir información acerca de este último. Una injusticia, puesto que Suárez, quien había diseñado el vestuario de las Veladas, fue uno de los creadores más destacados de su generación. Por suerte, su hermana Coromoto Suárez Prince vio la publicación de Prodavinci y nos contactó. Con la información que nos suministró reorientamos la pesquisa y aquí está el resultado. Ahora podemos ofrecer algunos datos que podrán servir de insumo para quienes emprendan la merecida investigación acerca de la vida y obra de Hernán Suárez Prince.

Lo primero es que Coromoto Suárez tiene pruebas incontestables de que la fotografía sí tiene autor conocido (a contravía de lo afirmado en la anterior nota). Se trata de Julio Vengoechea, nacido en Panamá en 1940 y residenciado en Maracaibo en 1950. Gran viajero, después de graduarse de ingeniero industrial en el Instituto Tecnológico de Georgia (EEUU), Vengoechea hizo estudios de Fotografía en Río de Janeiro y Nueva York, pero su primer libro no fue sobre esas metrópolis sino sobre “Maracaibo: las paredes del sueño” (1982), con textos de la zuliana Laura Antillano. Residenciado en Caracas, documentó minuciosamente las performances de Marco Antonio Ettedgui (quizá por eso tomó esta foto). Julio Vengoechea murió en 1982, a los 42 años. La escuela de fotografía de la Dirección de Cultura del estado Zulia lleva su nombre.

Cuando se tomó esta fotografía, ya Hernán Emilio Suárez Prince era un diseñador famoso y favorecido por una clientela muy distinguida. La cronista de modas Titina Penzini aludió a “los extravagantes años 80”, que definió como “Década enjundiosa en despropósitos e irreverencias, donde la moda venezolana, tras el viernes negro, comenzó con sus grandes nombres: Hernán Suárez, Margarita Zingg, Mayela Camacho o Ángel Sánchez”. Precisamente, tal como apunta el periodista especializado en diseño de modas, Mario Aranaga, Margarita Zingg “ingresó formalmente al mundo de la moda como empresaria a mediados de los años 70, apoyando el talento del diseñador Hernán Suárez”.

–Con él –dijo la diseñadora Margarita Zingg– montamos dos tienda/taller, en Barquisimeto y Caracas, llamadas Bellocotton. Allí empezamos a crear piezas de diseño y la tienda se convirtió en una referencia. Cuando en Venezuela todo se importaba, nosotros fuimos pioneros de la moda prêt-à-porter hecha en el país, porque lo que se estilaba era que la gente fuera a su costurera.

Abrieron una tienda en Barquisimeto porque allí residía la familia de Hernán, quien había crecido en esa ciudad. Hernán Suárez nació el 19 de julio de 1954, en Valencia, Estado Carabobo, donde su padre regentó una farmacia hasta el año 1959, cuando la familia regresó a Barquisimeto. Sus padres fueron el farmacéutico larense, Naudy Suárez, y Ligia Prince, oriunda de la población de Aroa, estado Yaracuy, adonde llegaron sus abuelos, desde las Antillas inglesas, para trabajar en el Ferrocarril Bolívar, que trasladaría a puertos marítimos el cobre extraído de las minas de Aroa y los productos cafetaleros de la zona, hasta entonces acarreados a lomos de mula. La concesión para construir el Ferrocarril Bolívar se otorgó el 15 de octubre de 1873, por 25 años, a la compañía inglesa New Quebrada Company Limited (eventualmente, la concesión fue revocada y traspasada a otra empresa). Los caminos de hierro llegarían a extenderse por 232,04 kilómetros, que surcaban los estados Falcón, Yaracuy, Lara y Carabobo. El tramo inicial fue inaugurado por Guzmán Blanco el 7 de febrero de 1877. No llegaría al siglo su traqueteante vida, que mucho progreso desparramó a su paso. En 1953 arrojó un déficit de 850 mil bolívares y en el primer semestre de 1954, los números rojos seguían en aumento. Eso marcó su final. Recomendaron su cierre. Ese año nació Hernán Suárez Prince.

Estudió en el Colegio La Salle, donde se graduó de bachiller en 1971. “Ya entonces”, dice su hermana Coromoto, “su orientación sexual le acarreaba graves y continuos roces, tanto con amigos como con familiares. Puede decirse que Hernán tuvo una adolescencia normal, con amigos, novias, fiestas (era excelente bailarín), pero con nuestro padre sí tuvo problemas. Nuestro padre intuía en él la tendencia sexual que posteriormente lo definió y tuvieron muchas peleas. Hernán buscó nuevas oportunidades en Caracas”. Hernán Suárez era homosexual. Tenía que salir de Barquisimeto. Era bachiller y tenía un oficio. Se había hecho costurero al observar el trabajo de su madre, Ligia Mercedes Prince, quien tenía un taller de alta costura en la capital larense. Ella tampoco se había formado en una academia. Había aprendido los secretos de la tijera y la aguja con su tía María Oviedo, quien la instruyó con tal solvencia que la aprendiza llegó a confeccionar volúmenes y estructuras muy complejas, a partir de suntuosas telas. El taller estaba en la casa de los Suárez Prince.

Allí se inició Hernán, haciendo su propia ropa, sobre todo, camisas. “Diseñaba, cortaba y cosía, mientras la veía a ella cortar y coser los pedidos de los clientes”, dice Coromoto.

 Hernán Suárez, detalle de foto grupal del grupo Autoteatro, S/f : © Julio Vengoechea

Pero llegó un momento en que el taller hogareño no fue suficiente refugio para el incomprendido. En 1976 se fue a Caracas, donde encontró empleo en la Contraloría General de la República, presidida por Manuel Vicente Ledezma, amigo de la familia. Las labores de funcionario no lo apartaron del diseño y la confección, camino en el que persistió. Por eso, las empleadas de la Contraloría fueron las primeras clientas de quien habría de convertirse en la estrella del diseño en Venezuela. Muy rápidamente, empezó a vender sus producciones a la tienda Biki Blue, ubicada en el centro comercial Chacaíto. “A raíz del éxito en estos pinitos”, dice Coromoto, “funda una firma propia llamada Bhattas, que le permite darse a conocer en el público capitalino. Es la época, finales los 70 y principios de los 80, en que algunas damas de la sociedad caraqueña incursionaron en la moda”. Es el momento en que Margarita Zingg se asocia con Hernán Suárez y abren una tienda-taller Bellocotton en Barquisimeto y otra en el Centro Comercial Ciudad Tamanaco (CCCT).

Loly Abab había conocido a Hernán Suárez en la noche caraqueña, donde también era un rey. Y compartiría con él por años porque fue contratada como encargada de Bellocotton, en el CCCT. “Hernán era introvertido, muy serio y muy buenmozo. Como amigo era muy lindo y como jefe, muy bueno, exigente y considerado”, dice Abab, quien lo define, además, como una criatura exquisita, “tanto en su forma de ver como en lo creativo. En su perseguía la excelencia. No por nada teníamos la mejor clientela de Caracas”.

Para Fran Beaufrand, fotógrafo, artista visual y conocedor de la moda, Hernán Suárez era un artista, un diseñador muy talentoso y un notable personaje de la noche caraqueña. “Era uno de los protagonistas de la movida intelectual. Estaba destinado a hacer la gran carrera en la moda; y habría sido así, de no ser por su prematura e injusta muerte”.

«–Hernán –describe Beaufrand– era muy intenso y vivió la década de los 80 en Caracas con gran intensidad. Era muy guapo. Tenía una estampa muy masculina y sexy, tipo James Dean. Era interesante y a la vez enigmático. No era de sonrisa fácil, pero su atractivo físico que la gente se le acercara. Como diseñador de talento e impronta vanguardista llevaba su estilo trasgresor al vestir: usaba faldas largas y accesorios en cuero, metal y huesos. Fabricaba accesorios inusuales y los asimilaba a la ropa. Todo en el marco del rock punk.»

“Compartimos la noche caraqueña, que en los 80 no tenía límites, de horarios, de espacios ni de goce. El espíritu de vivir la noche febrilmente lo ofrecía, entonces, Caracas tanto como Nueva York y Londres. Bares y fiestas underground, muy poca luz, mucho cigarrillo, mucho alcohol, mucha droga, gente muy cool… esa onda como de vampiro: todo en exceso. Lo que quisieras para disfrutar la noche. Hernán vivía en aquel mundo de alcohol y droga, pero siempre lo veías entero. Jamás desfigurado por los excesos, como sí otras personas. Él mantenía la compostura. Proyectaba una imagen de control, de estar seguro de sí mismo. Apolíneo. Tanto en la moda como en la vida. Hernán no titubeaba, se atrevía… Ese atrevimiento lo llevó al final tan trágico”.

Al pedirle una descripción de la personalidad del malogrado diseñador, Beaufrand hace gala de su capacidad de observación. “No era dulce ni amanerado. Era muy varonil y muy transgresor. Una mezcla que podía ser explosiva. Se planteaba la vida sin prejuicios, con mucha libertad. Y, lo más importante, tenía mucho talento. Hernán entendió perfectamente el momento que le tocó vivir como diseñador. Por eso encarnó la vanguardia de la época; y fue más allá, porque lo hizo con la osadía de un rebelde. Él no miraba al pasado, miraba hacia el futuro y se recreaba en imágenes de una nueva feminidad, mucho más ambigua (que une lo femenino y lo masculino), futurista. Y la clientela lo aceptó. Él creaba para gente atrevida. También podía ser suave en su propuesta para hacerla más comercial, pero su espíritu lo llevaba a romper las reglas. Tanto en la moda como en su vida”.

Beaufrand explica que Hernán Suárez fue el primer diseñador venezolano que trabajó sin encargo (“Meliet era un couturier a quien la gente le llegaba hasta con un recorte de un figurín para que le reprodujera el modelo”). El barquisimetano fue pionero en diseñar una colección y proponer un desfile de autor. “Por eso su figura es tan importante”, establece Beaufrand.

–La alta sociedad caraqueña –agrega Coromoto Suárez– buscaba y vestía sus creaciones. Osmel Sousa ponderaba de manera su buen gusto, por lo que muchas de las candidatas al Miss Venezuela lucían las creaciones de Hernán.

Coromoto atribuye la singularidad de su hermano al hecho de que buscaba integrar las artes a la moda. “Se inspiraba en la escuela Bauhaus. Viajaba a Europa, acudía a desfiles, visitaba casas de modas en Milán y New York, donde tenía amigos. Tenía una extensa biblioteca de modas, diseño y artes plástica. Era una apasionado de Mondrian, por ejemplo. Era un gran lector”.

“Junto a José Camero, Titina Penzini, Carolina Atencio, Carolina Damas, Linda Lepage, Isabel Oduber, Ricardo Douaihi Herrera, Rafael Csernath y muchos otros, montó desfile-shows inspirados en temáticas venezolanas y costumbristas. Con Margarita Zingg hizo ‘Moda en Dos Actos, Bratislava – Debut’, en 1984 en el Hotel Tamanaco”.

En esta línea, Suárez coincidió con la vanguardia teatral, encarnada en Javier Vidal, Jullie Restrifo, el grupo Rajatabla… y el inclasificable Marco Antonio Ettedgui, con quien realizó performances de fusión moda-teatrales en los Espacios Cálidos del Teresa Carreño. “Marco Antonio y mi hermano daban rienda suelta a su creatividad en la confección de las vitrinas de Bellocotton, que se convertían en verdaderos espectáculos visuales”. Ettedgui era artista del video, la música, los escenarios, de la fotografía, y activista de la cultura underground y los derechos de las minorías. Era escritor y periodista. Un creador integral. No es de extrañar, pues, que se convirtieran en pareja.

–Yo era amiga de Marco Antonio –dice Coromoto–. Vi cómo disfrutaban montando vitrinas, que eran visitadas por mucha gente por su belleza y exuberancia.

El 2 de septiembre de 1981, cuando actuaba en la obra “Eclipse en la casa grande”, Marco Antonio Ettedgui fue atravesado por la ballesta de un arma de utilería que no estaba mal preparada. Hernán y Coromoto estaban en el público. Intervenido quirúrgicamente en la primeras horas posteriormente al accidente, Ettedgui agonizó hasta el 13 de septiembre, cuando falleció. “Mi hermano estuvo junto a su cama hasta el final. Quedó devastado. Poco tiempo después, Hernán abandonó el apartamento que ellos habían compartido durante varios años en la parte más alta de Colinas de Bello Monte.

En los siguientes años, la carrera de Hernán Suárez siguió en ascenso. En algún momento, tal como recogió la periodista Faitha Nahmens en la revista Exceso, tuvo un “problema policial” y fue a la cárcel, donde, según la reportera, recibía las visitas de su socia y colega, Margarita Zingg. “No llegó a tanto”, asegura una amiga que prefirió no identificarse. “Lo detuvieron en el terminal internacional Maiquetía porque llevaba un poco de droga para su propio consumo y quedó detenido por unos días. El asunto trascendió en la prensa y fue exagerado porque se traba de una persona muy conocida. Pero, en realidad, ni fue algo oscuro ni lo llevó a la cárcel”.

El 27 de agosto de 1988, Hernán Suárez fue asesinado por dos hombres a quien había invitado a su casa/taller, la quinta El Marquesado, avenida Casiquiare, en Colinas de Bello Monte. El horrible suceso fue comentado con amplitud en la prensa, en términos que Coromoto Suárez califica de alevosos. “Haber sido homosexual y haber encontrado tan violenta muerte fue motivo de especulación por largo tiempo”. Sus asesinos fueron juzgados y condenados a 20 años de prisión.

Y poco a poco, Hernán Suárez fue tragado por el olvido. Su nombre y su obra fueron desalojados del lugar que les corresponde. El escritor Boris Izaguirre se refirió a esta absurda operación de borramiento cuando lo aludió como un “brillante diseñador asesinado varias veces… por los criminales y por una sociedad hipócrita, falsamente horrorizada por el hecho”.

Lea el post original en Prodavinci.

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