Doce enfermeras

Fecha de publicación: mayo 5, 2019

Este texto está dedicado al médico hematólogo Carmelo Gallardo, presidente del Banco de Sangre del Hospital Central de Maracay cuya Sociedad de Médicos Especialistas también preside.

El doctor Gallardo fue detenido el martes 30 de abril mientras protestaba con una pancarta en Maracay. Lo tuvieron recluido tres días en el cuartel Páez de la capital aragüeña y el jueves 2 de mayo lo llevaron a tribunales del estado Aragua, donde la Juez 7° de control Yasdeise del Valle Herrera le imputó los delitos de resistencia a la autoridad, obstrucción de la vía e instigación pública. Y lo recluyó en Centro de Atención al Detenido Alayón, en Maracay.

Desconocemos tanto la procedencia como la fecha exacta de la fotografía. Google no la reconoce. Es un documento inédito para la red, y dado que la imagen proviene de un acervo venezolano –el Archivo Fotografía Urbana-, habrá que aceptar, de entrada, que esta producción se hizo en nuestro país, a despecho de las dos banderas ¿francesas? del fondo. La diversidad étnica de las doce impecables criaturas apoya la presunción de un origen criollo del cuadro, pero su vocación es internacional, pues lucen los mismos uniformes que llevaban las voluntarias de la Cruz Roja durante la primera guerra mundial.

La proximidad temporal con la Gran Guerra podría explicar la presencia de las dos banderas francesas, aunque la de la izquierda esté al revés. El Comité Internacional de la Cruz Roja recibió en 1917 el único Premio Nobel de la Paz conferido entre 1914 y 1918, los años de esa contienda cuyas trágicas dimensiones traumatizaron a todas las sociedades de la época.

Francia, con casi un millón 800 mil muertos, fue uno de los escenarios mas sangrientos. Ese país era, además, el segundo socio comercial de Venezuela (por detrás de los Estados Unidos), y su influencia cultural y política en nuestra región era mucho mayor que en la actualidad.

La Sociedad Venezolana de la Cruz Roja se había fundado en Caracas en enero de 1895, y en 1912 se había abierto la primera Escuela de Enfermería en el Hospital Vargas, en la capital. Dos años después otro centro de formación, la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja “Dr. Francisco Antonio Rísquez” (hoy Colegio Universitario de Enfermería de la Cruz Roja), empezó a graduar enfermeras en cursos de dos años tanto en Caracas como Maracaibo, Puerto Cabello y San Cristóbal.

El diploma que sostiene la muchacha que ocupa el centro del retrato sugiere con fuerza que se trataba de una graduación. En esa época una fotografía era un evento extraordinario, costoso y laborioso, que se reservaba para ocasiones importantes. Se trataba de documentar un hito, y había que hacerlo con todo el rigor posible para que ningún detalle desmintiese la trascendencia de la ceremonia. El suelo irregular debajo de la alfombra delata que la composición se hizo en un exterior, seguramente para garantizar una iluminación eficaz. La luz natural era la fuente más confiable, como bien sabían en el Hollywood de entonces, donde los estudios de cine carecían de techo para aprovechar la luz del cielo.

Por su paciencia y espíritu de sacrificio, las jóvenes están ya ejerciendo de enfermeras. En esa época la exposición de los negativos duraba entre uno y dos minutos para lograr una impresión nítida. Esto obligaba a que los participantes se implicaran activamente en la elaboración del retrato —y del relato—, pues debían comprometerse a permanecer inmóviles durante el prolongado disparo. Aún así las tres jóvenes de la derecha, por algún imperceptible temblor, han salido movidas —trepidadas, dicen los fotógrafos— y ello no ha impedido que la foto se diera por buena. No es característica de la Cruz Roja derrochar dinero que se necesita para salvar vidas.

Su solemnidad parece procurar que en ningún caso un despistado pueda confundir este grupo con una comparsa de un club o cualquier otra cosa que no sea un compromiso muy serio, un asunto de vida o muerte.

Un detalle gracioso y enternecedor confirma que el fotógrafo se propone ofrecer un testimonio de disciplina y orden: la más bajita, la del centro, con el diploma en la mano, está trepada a un cajón que la alfombra pretende disimular como un túmulo del terreno. Se consigue así que los rostros compongan una línea más o menos recta que alude a organización, a uniformidad casi militar donde el individuo renuncia a su unicidad en favor de un objetivo común.

La bandera francesa exige aventurar alguna posible explicación para su presencia. Esto puede deberse a algún motivo prosaico, como que la pintura del fondo sea de un tema que no barre para la causa o que simplemente tenga un hueco o una mancha que convenía cubrir, pero puede tratarse del deseo de situar a esta promoción de enfermeras criollas en un contexto universal rápidamente reconocible. El tricolor francés, junto con los cascotes del terreno, el árbol desfoliado de la izquierda y las humaredas que se entrevén en el dibujo, remiten al paisaje de trincheras y muertes del frente francés, un ámbito en el que la Cruz Roja se hizo merecedora del respeto y el aprecio mundial, en oposición al talante de los imperios en pugna, que consideraban el sacrificio de una generación completa como un costo asumible por la defensa de sus fronteras.

La irregularidad caótica del terreno proporciona entonces el mejor contraste posible con la pulcritud de los uniformes, y minimiza de paso detalles como que las cruces rojas varían en tamaño y grosor de una enfermera a otra. Eso deja de importar: la imagen aspira a que estas muchachas sean valoradas en su heroísmo y entrega exactamente como las que acababan de mancharse de sangre y de barro en las trincheras del Somme y Verdún, las más terribles ocurridas hasta entonces en la historia de la humanidad.

Es un imagen producida, digamos así, y sin embargo conmueve como una instantánea que captara un gesto íntimo. La disposición y número de las protagonistas recuerda a los discípulos del evangelio, pero estas son mujeres. La albura de sus vestidos, tocados y zapatos (con la excepción de la séptima, de izquierda a derecha, enzapatada de charol negro, con lo que parece una oveja avergonzada por haberse descarriado de la consigna, de lo que es prueba el gesto como regañado de su carita mortificada)… decíamos que la blancura perfecta de sus trajes las hace parecer novias camino al altar donde habrán de unirse para siempre en esponsales con el dolor y la enfermedad de los otros.

Mujeres profesionales en los años 20 de Venezuela (el modelo de calzado de una pista en ese sentido, son los de la moda del charleston y aquellos locos 20), eso sí que era una excepción y una hazaña. Conmueve también verlas posando en ese tierrero sobre el que se ha echado una enorme y tosca alfombra (de dónde la habrán sacado). Es una imagen a la vez entrañable y cómica. Ellas, muy peripuestas, muy creíbles en su determinación de ser extraordinarias enfermeras, niñeras del mundo, pero el fondo y esa manera de estar como flotando en un escenario pueblerino nos provoca una sonrisa secreta.

Ángeles de los algodones con sangre, qué haríamos sin ellas.

 

Lea el post original en Prodavinci.

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