Más que una sonrisa de satisfacción, lo que muestra el presidente Carlos Andrés Pérez cuando el fotógrafo –cuya identidad ignoramos– hace la imagen es una mueca de desencanto. Es como si la complacencia se le hubiera disipado de golpe al comprender que ese instante, en el que ha puesto tanto esfuerzo y esperanzas, está condenado a disolverse en una nueva frustración del anhelo de independencia que los venezolanos venimos persiguiendo desde el siglo XIX y a cuyo altar hemos ofrendado muertes y destrucción cada vez más crueles y devastadoras.
La fotografía se hizo el 1º de enero de 1976, tal como lo muestra la placa conmemorativa, escrita con tipografía Art Deco, adosada al pedestal. Ese día entraba en vigencia “Ley que Reserva al Estado la Industria de los Hidrocarburos” o Ley de Nacionalización de la Industria Petrolera, a la que Pérez había puesto el “ejecútese” el 29 de agosto de 1975, en el Salón Elíptico del Palacio Federal, ante el arca abierta que contenía el Acta de la Independencia de Venezuela. «Sin complejos, con valiente audacia”, dijo entonces Carlos Andrés Pérez, “vamos a emprender la tarea definitiva. Hemos asumido la decisión sin sujetarnos a dogmas políticos ni a intereses estratégicos de potencias continentales o extracontinentales. Hemos creado nuestros propios caminos. Vamos a realizar una nacionalización sin aventura, reflejo de una nación madura, seria, reflexiva y racional que de ninguna manera permitirá que el petróleo sea instrumento de subordinación o dependencia, ni medio de agresión o de perturbación internacionales».
Al día siguiente, el 30 de agosto de 1975, suscribió el decreto ejecutivo número 1.123 que creaba la empresa Petróleos de Venezuela, S.A. (Pdvsa). Hoy hace 45 años de esto. A dos décadas de su creación, PDVSA fue catalogada como la segunda empresa petrolera del mundo y una las mejores administradas.
Año Nuevo en Mene Grande
Cuatro meses después de que la ley reservara a la Nación la producción y comercio de los hidrocarburos, las propiedades, plantas y equipos que estaban en manos de las concesionarias extranjeras pasaron a ser pertenencia del Estado venezolano. Y sería la República la que, mediante un conjunto de empresas de su propiedad, planificaría y ejecutaría la totalidad de las actividades propias de la industria petrolera. Ese 1º de enero de 1976, PDVSA asumía todas las operaciones.
El acto protocolar fue organizado al pie del cerro La Estrella, en el Campo Mene Grande, en la costa oriental del lago de Maracaibo, estado Zulia, donde se encuentra el Zumaque I, el primer pozo productor de petróleo de Venezuela, que “reventó” el 31 de julio de 1914. El presidente y su comitiva se trasladaron hasta los dominios del viejo pozo, que un siglo después seguiría activo, menos brioso, pero arrojando uno que otro barrilito en cada estertor de su pecho de anciano cumplidor. El acto tuvo lugar en la antigua hacienda, bordada por manaderos de mene, donde aquel día de comienzos del siglo 20 había brotado un chorro de petróleo que trocó el campo de sembradíos en campo petrolero.
Pérez había cumplido 54 años en octubre. Su gobierno había completado una vieja aspiración nacional. Esta mañana se encuentra en la casa del dios tutelar, el Abuelo Zumaque 1, al que le debemos tantas carreteras y tantas dosis de curas contra el paludismo. De hecho, mientras en los años 20 la esperanza de vida del venezolano estaba entre los 31 y 34 años, en 1980 llegó a 73 años en las mujeres y 68, en los hombres. «La nacionalización de nuestro petróleo», explica en entrevista para esta nota la socióloga Nelly Arenas, doctora en Ciencias Políticas e investigadora de Cendes-UCV, «significó la culminación de una larga puja histórica entre el Estado venezolano por obtener, cada vez más, mayores niveles de renta, y las transnacionales petroleras, tratando de evitarlo. Desde este punto de vista, la nacionalización constituyó un acto victorioso, pues a partir de él el Estado logra hacerse con el máximo de renta posible. Con ello las compañías petroleras quedaban excluidas de la producción petrolera venezolana».
Lo que le faltó a Bolívar, pues. De hecho, en su discurso de este día, Pérez dijo: «Quince años de sangrientas luchas costó la independencia que nos legaron los padres libertadores. Ahora empezamos en el orden económico, lo que en el pasado fue en el orden político y militar».
El sobrio momumento sería recordatorio del día en que se fundó la soberanía completa, reclamada por el nacionalismo petrolero en las seis décadas transcurridas desde que el Zumaque 1, entonces juvenil, regó con su simiente el suelo de Venezuela y la clausura por ley del régimen concesionario, que era como una prolongación de la altanera hegemonía del español. De la solemnidad y valor ruptural del momento da fe el enjambre de fotógrafos que rodea al Presidente. Están allí para documentar un evento que no solo el Gobierno, también la opinión pública, valora como histórico. No por nada la seguridad del jefe del Estado fue encomendada a soldados de la Guardia de Honor del Campo de Carabobo (que son los que vemos con morrión blanco y pluma dorada). Y sin, embargo, hay en el gesto del protagonista una sombra de despecho…
¡Manos a la obra!
El discurso de ese día fue largo. No quedó un sector, ni nacional ni internacional, que no fuera apelado por la alocución. Cabe suponer que la blandura con la que Pérez apoya su mano izquierda en el pedestal se debe al calor que este habrá absorbido en la ardiente tierra de los balancines y el ganado limonero. “Frente al pozo Zumaque 1, que reveló al mundo la potencialidad de nuestra riqueza petrolera, nos congregamos en representación de la nación entera para dejar constancia de que definitivamente Venezuela ha decidido iniciar la etapa que cancele nuestra dependencia”, dijo para empezar.
“En esta mañana auroral del 1º de enero de 1976, mi gobierno asume, en nombre del pueblo, el inmenso compromiso de administrar el petróleo para provecho y bienestar de toda la nación, usándolo como instrumento democrático, para poner término a las increíbles desigualdades que su inadecuada explotación ha conformado en el seno de la sociedad venezolana por la injusta y desequilibrada distribución de su producto”.
En varios tramos adoptó un tono autocrítico: «El optimismo y la voluntad de ser una gran nación deben alumbrar el espíritu venezolano. Pero sin ensombrecer el horizonte, estamos obligados a esta actitud autocrítica que despierte la conciencia nacional frente a los errores, omisiones e imprevisiones del pasado y del presente. La Venezuela de quienes tenemos el privilegio de pertenecer a los núcleos dirigentes del país, a los sectores ricos, o a la alta clase media, debe ir resuelto al encuentro de la Venezuela de las clases miserables que viven en las riberas de nuestras grandes ciudades y a todo lo largo de la provincia, para respaldar al gobierno democrático en su irrevocable decisión de no desviar la reorientación del proceso de nuestra economía para que todos los venezolanos puedan beneficiarse equitativamente del producto social de la riqueza que producimos. El rescate del petróleo es el rescate de la Venezuela olvidada y abandonada».
También didáctico: «Cuando hoy asumimos a plenitud el dominio de la industria petrolera, el Estado venezolano pasa a controlar la verdadera fuente de su poder financiero, que genera las cuatro quintas partes de sus ingresos ordinarios y el 90% de las divisas del país. La responsabilidad que así contrae el Estado es de incalculables proporciones. Hemos nacionalizado una industria, pero también estamos nacionalizando un desafío. […] La nacionalización no puede significar aumento del subsidio que el sector petrolero ha venido prestando a otras áreas de la vida económica nacional y en particular al consumo».
Les habló a los resentidos de las concesionarias, a quienes, como recogió Manuel Díaz Sánchez, en su novela “Mene”, algunos consideraban un “nuevo conquistador”: «Como Presidente de Venezuela deseo mirar hacia el futuro y hacer presente ante mis compatriotas la necesidad de pensar en voz alta y a gran distancia. No podemos continuar atados a la vieja tradición latinoamericana de trasladar culpas, justificar errores o de encomendar nuestras soluciones a los azares del tiempo. Lo que tenemos ahora que hacer es el presente, que es un modo de comenzar a vivir el futuro. El éxito o el fracaso de la industria petrolera no dependerá de fuerzas mágicas, de misteriosos atributos del gobernante o de los directivos de las empresas. La capacidad de la nación como ser histórico adulto, es la que está en juego».
Y cerró con unas líneas muy cónsonas con su temperamento: «La prisa no es nuestra. Es del mundo en que vivimos. Cada día se hace más tarde para lo que ha debido hacerse ayer. El petróleo y las decisiones que lo afectan son universales. Igual sus posibilidades y alternativas para Venezuela. El petróleo mueve hoy la historia. Debemos movernos con ella. ¡Manos a la obra!».
Cuando el sol se puso, las 14 operadoras extranjeras, –que fueron indemnizadas por unos 1.054.000.000 de dólares, 117.000.000 en efectivo y el resto en bonos de la deuda pública–, eran ya filiales de Pdvsa. Creole devino Lagoven; Amoco, Amoven; Shell, Maraven; Phillips, Roqueven; Talon, Taloven; Mito Juan, Vistaven; Mene Grande Oil Company, Meneven; Las Mercedes, Guariven; Sun Oil, Palmaven; Sinclair, Bariven; Mobil, Llanoven; Chevron, Boscanven; Texas, Deltaven; y la CVP pasó de instituto autónomo a compañía anónima.
Esa mirada, como proyectada a un punto remoto, ¿habrá atisbado el día en que todo aquello fuera reducido a chatarra, con la entusiasta cooperación de algunos venezolanos?
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