En la entrega #19 de «Apuntes sobre el fotolibro» presentamos el libro Retazos de vida de Joaquín Cortés, editado en Caracas en el año 1969 por Delvalle Hermanos C. A.. A continuación presentamos un texto de Lucía Jiménez, seguido de una selección de las fotografías que componen este fotolibro.
Detrás de su lente, cual cazador expectante, Joaquín Cortés aguarda por ese momento preciso para disparar y tomar a su presa. Capturar la imagen. Es un testigo silente, un recolector de instantes, de historias. De “retazos de vida”.
La primera edición del fotolibro publicado por Delvalle Hermanos C. A. en 1969 es evidencia temprana del ojo furtivo del entonces joven fotógrafo, quien ya contaba con un largo registro de personajes y escenarios típicos ―como lo dice en su prólogo― de la cultura latinoamericana. Retazos de vida no es un trabajo documentalista ni una colección de fotografías de viajes, sino que revela, en sus 48 imágenes, una especie de bitácora que recorre los territorios de Venezuela ―y otros algo más lejanos― a través de emotivos instantes sorprendidos por el autor.
Joaquín Cortés, nacido en Barcelona en 1938, no concibe la fotografía sin el instante. Para él, la foto no tiene ni espacio ni tiempo. Es fugaz. Un momento que inmediatamente desaparece y al que sólo se puede volver luego de que se obtiene la imagen. Ahí recae su valor: “Joaquín Cortés nos permite asomarnos con sus fotos a un mundo desconocido, íntimo, revelador” (Juan Giol M., cita en la solapa del libro). Un mundo que quizá pasó desapercibido, incluso para sus propios protagonistas, pero que Cortés se esmera en inmortalizar.
Con un diseño que se sostiene en el negro y blanco de las fotos, Retazos de vida resulta simple, sobrio y sin adornos a la mirada extraña. Sin embargo, el poder de la composición nos absorbe entre sus páginas. Se hace más fuerte foto tras foto. Y descubre ese deseo tácito del fotógrafo: contar una historia. En el proceso, Cortés intenta escaparse de las fórmulas, pero no consigue del todo abandonar la escuela. Tal es su afán que, al final del recorrido, nos regala el detalle técnico de cada fotografía: tipo de cámara, tamaño del lente, velocidad del obturador y tipo de película. Una lista que, aunque prescindible, agrega un valor académico extra e indica el enorme apego del fotógrafo al registro consistente.
La publicación de Retazos de vida, cuatro años después de que se presentara su primera exposición individual, 45 fotos de Joaquín Cortés, en el Ateneo de Caracas, es también la muestra del reconocimiento que la escena nacional e internacional comienza a dar al fotógrafo a finales de los años 60. Ambos, el libro y la exposición, presentaron al público una colección de imágenes producto de los viajes de Cortés: Los Andes, Caracas, Maracaibo, Margarita, Curiepe, Araya y Yare.
En Retazos de vida se cuelan también algunas escenas de Nueva York, como un preámbulo a la ciudad que se convertirá en el epicentro de la vida del fotógrafo en los años siguientes. Ahí, por ejemplo, en 1971, realizará la exposición New York 71, auspiciada por Cornell Capa, miembro de Magnum Photos. Josep María Casademont (Barcelona, 1928-1994), editor y crítico de fotografía, relata en el prólogo que este libro es “el primer testimonio fotográfico coherente, orgánico y autóctono, de una realidad latinoamericana”. Casademont era, en 1969, el director de la revista Imagen y Sonido de Barcelona, y, por lo tanto, un reconocido personaje de la fotografía española.
El editor aprovecha la oportunidad para incorporarse al debate de la necesidad comunicativa de la fotografía que difícilmente logra alejarse ―así era considerado en la época― de una motivación periodística. La imagen era un hecho noticioso y, como tal, describe a Cortés como un “obrero de la cámara, que no pretende más que comunicar a los demás, de la mejor manera posible, cómo es y qué significa el mundo circundante que a él le ha sido dado conocer”.
No es de extrañar, entonces, que los textos en Retazos de vida se consigan en español y en inglés. Tal disposición es una pista sobre la relevancia que se esperaba tuviese el libro ante las miradas internacionales. Y, ya que hoy se habla todavía de la obra, es indiscutible que se ha conseguido comprobar su valor.
Sin embargo, al contrario de lo que Casademont opina en su prólogo, estas fotografías no son un hecho noticioso. Son pedazos momentáneos de una realidad, más cercana a la mirada del fotógrafo que a esos personajes a los que fotografía. Incluso podría el lector atreverse a discutir sobre si son también un testimonio de la realidad latinoamericana, pues son pocas las señas que nos deja Cortés sobre los lugares. De esto la mejor evidencia es conseguir, entre las páginas, una Nueva York que se cuela dos veces dentro de las demás imágenes de Venezuela. Sí, indudablemente hay huellas de una característica latinoamericana: una enorme resonancia de lo social. Una muestra de la tradición, de pobreza, incluso de protesta ―algo tan característico de la fotografía en la región― está constantemente presente en estas imágenes; pero en ellas se hace más importante la fuerte emotividad capturada por Cortés, aun en esos rostros invisibles, que han logrado escaparse al lente.
La historia principal está en los personajes, dibujados u ocultos ante una cámara que caza, que dispara el momento sin discriminación, sin esperar la mirada, mucho menos la sonrisa. ¿Qué diferencia puede haber, por ejemplo, entre el fotógrafo de parejas en el Parque del Este de Caracas (p. 24) y el mendigo que recibe una limosna frente a The Chase Manhattan Bank de Nueva York (p. 20)? Ni siquiera el vestuario podría arrojarnos pistas. Son los instantes los que cobran importancia ante el fotógrafo. ¿Es ese su hecho noticioso? A nadie importa: la imagen cobra valor por la composición, la técnica y el detalle. Por la emotividad.
De eso se trata Retazos de vida, de los momentos ingenuos que ―uno tras otro― se pierden en el olvido solo para ser rescatados por este fotógrafo del instante, por Joaquín Cortés.
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