11212649_10206695900457037_7940116495647148078_oAlfredo Cortina es un fotógrafo prácticamente desconocido en el universo del arte contemporáneo, incluso en Venezuela, y, aunque parezca paradójico decirlo, casi podríamos afirmar que la suya es una obra que le debemos, al menos en parte, a la mirada de otro artista. Faltó poco, en efecto, para que las
imágenes que hoy exponemos como un orden seriado, una unidad significativa (y de las más importantes que hayan sido producidas en la segunda mitad del siglo XX), se dispersaran una a una en diversas colecciones particulares, desarticulando ese casi improbable tejido de sentido que hace de ellas verdaderas obras de arte, fruto de una forma particular –y específica– del pensamiento humano.

Fue Vasco Szinetar quien primero detectó en ellas, en su aparente sencillez, en su casi anodina belleza, y en el hieratismo calculado de su modelo, la presencia de una muy contemporánea manera de producir sentido a partir de la imagen. Porque es precisamente restringiendo de forma voluntaria las posibilidades de cada una de ellas, para hacer que algo distinto brote de su repetición seriada, que Cortina se hace eco de su tiempo, testigo y actor de un mundo marcado –nos guste o no–, por las estrategias repetitivas y masivas de la industria moderna.

Con un conjunto de 63 fotografías realizadas entre 1950 y 1966 aproximadamente, y una pequeña sala biográfica sobre su autor, la Sala Mendoza y el Archivo Fotografía Urbana unen sus esfuerzos para dar a conocer a uno de los más significativos artistas venezolanos de nuestro tiempo. Con ello esperan contribuir al indispensable enriquecimiento simbólico del país, construyendo memoria, y haciendo que el tiempo se decante en historia.

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