En el Álbum de Familia
mi madre estampó
la única fotografía
del abuelo
que no se parecía
al Rey Arturo,
ni al Cid Campeador.
Era un hombre
minúsculo,
que organizaba cuadrillas
de afanosos haraganes
para buscar frutos
del árbol de sarrapia
en medio de la selva.
De aquella suerte
de almendra
se extraía la base de costosos
perfumes parisinos.
No sabía leer (mi abuelo),
sin embargo
posó con un libro
para un fotógrafo
en el Puerto
de Ciudad Bolívar.
Relatadas veces
vivió la triste circunstancia
de tener que matar
a alguno de sus braceros,
porque lo miraban
muy sesgado,
y resultaba peligroso
exponerse al hastío
de unos parias
que le arrebatarían
su cargamento
en el encierro de la jungla.
También sabía fabricar hielo
combinando diversas sales:
era un «práctico».
Ningún sepulturero
recuerda, ahora, su nombre,
y solo nos quedó esta foto
de un rostro
silueteado sobre una bruma
que en inglés se llama flou.
Tan parecida…
a la niebla que ondea
sobre el boscaje húmedo.
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