Entre ollas de hierro y aluminio
hay una serpiente oculta,
metalizándose
con lo opaco de los cuencos.
Ciertas palabras me hicieron recordar
la vida de José, el albañil,
teníamos años sin vernos
y las palabras se repetían nuevas.
Mis párpados enrojecieron
cuando alguien refirió que el albañil
había tratado de suicidarse,
pero aún movía el dedo meñique
de la mano izquierda
y lo bajaron de la viga.
Quitaron el lazo que oprimía su cuello
retornando la vida de aquel hombre
a su color habitual,
hasta ponerse de pie y marcharse.
Nadie volvió a verlo por segunda vez.
Me hice tantas preguntas
sobre el destino de esta resurrección.
Suposiciones en lugar de certezas,
total, se puede vivir
en clave
de muerto andante:
¿pintará otras paredes?,
¿habrá cambiado de oficio?,
¿levantará otros muros de contención?
Al parecer la serpiente
entre los trastos
actuó con más cautela
y se dejó ir por el linde
donde al final comenzaba
la selva húmeda.
Fue una huida silvestre.
Era abril
y habían florecido las frágiles esferas
de la hierba: Diente de León.
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