El río de piedra se lanza contra el río de arena.
Los ríos más jóvenes vienen de las planicies
y desembocan en cauces antiguos.
En los meses de julio y agosto
acompañados de ahumadas nubes
el agua arremete contra los muros
de raíces y de hojas.
El delfín de agua dulce contempla con pureza
estos prodigios: y contempla con pureza
porque simplemente ignora
todo aquello
que ocurre en torno suyo.
Así emprende el descenso a las profundidades
hasta llegar al poroso lecho de coral,
a las dunas frías,
donde duerme a salvo
sobre cuarzos azules y diamantes
y guijarros dorados.
Navegué con un bongo
de quilla puntiaguda
sobre la desembocadura
de esos cauces maestros:
El Apure, el Arauca, el Meta.
Los he visto fundir sus líquidos arcillosos
y entregarse a volcanes de agua
que abren surcos
⠀⠀⠀⠀⠀⠀en formas de serpientes:
como la terciopelo o la siete narices,
hasta llegar al turbión
y la ventolera del río grande
que viene a paso lento de la selva
como si acabara de copular con ella.
Existen corrientes visibles e invisibles
que levantan olas de hasta tres metros.
El agua del Orinoco es azucarada,
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀gustosa,
y las que arriban de las planicies
dejan un rastro salobre y terciario.
A las tortugas les gusta anidar
en la arena de los playones
junto al caimán amarillo
o el caimán negro de fauces recortadas.
Así los describe el padre Joseph Gumilla
en su Historia natural, civil y geográfica de las naciones
situadas en las riberas del río Orinoco.
Pero las PIEDRAS
del gran río
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀siempre fueron
la prueba de su ancianidad.
Piedras talladas con redondeces
como animales que se ocultan
en su propio cuerpo,
porque mucho les duele
⠀⠀⠀⠀⠀⠀la ataraxia del tiempo.
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