César Anzola, Edgar Anzola, Miguel Schon y María Luisa Ibarra de Schon, circa 1920. Fotografía de álbum familiar ©Archivo Fotografía Urbana

Álbum de Familia: Encuentro con la coma infinita. Villa de Cura 1981

Fecha de publicación: diciembre 28, 2021

Fui de visita a la casa de la Sociedad de Amigos

de la Virgen de la Valenciana:

un avatar de la Virgen María.

Era una noche que comenzaba con un pueblo

que regresaba

a ser el mismo

justo en el momento en que su gente

descendía de los autobuses

con los omoplatos atropellados,

o se decían adiós en la plaza

porque llegaba la hora de cenar.

Pero…

seguí caminando

hasta la casa

de la Sociedad de Amigos de la Virgen

de la Valenciana,

y en su sala –recuerdo– me recibió

un tal señor

que era El Sereno

pero estaba

encargado de cuidar un jardín

tan negro

como la primera noche de luna nueva

solo iluminado a ratos

por diminutas flores de lirio

o esponjados azahares:

eran las runas

de la naturaleza.

Lo cierto es que El Sereno me dejó a solas

en la sala

caminando entre sillones:

los más apacibles mausoleos

que haya visto.

Curioseaba

entre objetos rectangulares

que colgaban de las paredes

hasta detenerme en un pequeño cuadro

enmarcado en cañuela plateada:

era el acta de fundación

de aquella Sociedad de Amigos…

un folio de papel oculto

tras un vidrio con manchas alcalinas,

y fui leyendo los nombres

de los que en ese tiempo se encontraron

para rendir alabanzas:

Raúl Estévez (coma)

Esther Bustamante (otra coma)

Castor Cosme Rodríguez (coma).

Eran personas que existían entre dos comas:

Luis Achugaray (coma)

Ramón Mayol (otra coma).

Muchas nombradías pasaron hasta llegar

al renglón terminal

del documento.

Pero lo más importante, lo que el daimon

que me gobierna

quizás eligió como el sentido cardinal de mi visita,

fue que lograra percatarme

cómo al llegar

al último nombre

estampado con caligrafía gótica, no aparecía

ningún punto final

que detuviera

aquel moroso recuento.

El escribiente de actas

–un empecinado señor de camisa blanca–

solo dibujó luego del conclusivo

nombre propio

la misma cola de cometa de una coma.

Y me quedé mirando ese mínimo trazo constelado

que siempre aguarda por otros nombres

para prolongar la celeste gloria de la Virgen.

Ahora bien, yo quisiera decirles que:

aunque pasen mil años

nunca existirá

UN PUNTO Y FINAL,

como término de este escrito misterioso.

Porque el acta de fundación

de la Sociedad de Amigos de la Virgen de la Valenciana

seguirá siendo un universo: abierto y brillante:

una enumeración indetenible, gracias

 

a esa coma INFINITA.

 

 

Lea también el post en Prodavinci.

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