Tras los pesados estantes de la biblioteca
⠀⠀ha muerto una rata.
Apartando tales circunstancias
me he quedado flotando
⠀⠀en el vaho de un aire
⠀⠀⠀⠀pútrido
que viene de los libros de poemas.
Su aparente nobleza no es ajena
⠀⠀a los fantasmas del hedor
⠀⠀que me sacan del cuarto
⠀⠀por días y semanas.
⠀⠀Cómo es posible
⠀⠀que puedan oler mal
⠀⠀los libros de Ungaretti,
⠀⠀incluso los de Vallejo
⠀⠀⠀⠀y Neruda,
para no hablar de aquellos
los de Osip Mandelstam,
⠀⠀el cual vivía
⠀⠀en un aposento
⠀⠀como un rectángulo
⠀⠀de dos metros por tres
⠀⠀durmiendo en un camastro
⠀⠀bajo una claraboya
⠀⠀⠀⠀blanca.
Quién ha dicho que del hedor
no emanen los poemas:
los del amor que tuve que borrar
con la otra punta del lápiz
el fuerte hedor que provocan
quienes elogian a una tierra
que ya no flota
como un punto azul
sino que es parda y ferrosa
como la arcilla
el hedor de los ojos de El caballo de Turín
el que emana del poeta
⠀⠀que confunde
un reloj de pulsera con el tiempo
⠀⠀sin comprender
⠀⠀la brevedad
de las cosas eternas
el de los versos que repican
como teléfonos ocupados
o de esos que no tuvieron el arrojo
de nombrar a la amada
por su nombre de pila
el de los poemas que no le cantan
⠀⠀al hedor de la cebolla
con sus páginas blancas
o el fuerte hedor
de los poetas
(como dijo Milosz)
que celebran a la nada
con sus rimas.
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