El capitan Antonio Ricaurte
era patriota
en una guerra civil
del siglo XIX, en Venezuela.
Un país donde se posa
una paloma torcaza
que al cantar acentúa el fonema -U-:
esa partícula sonora
de la palabra m-u-erte.
Decían que Ricaurte se suicidó
disparándole a unos barriles de pólvora
para que el fortín que custodiaba
no cayera en manos de las tropas españolas.
Quizás él quizo encarnar la imágen
de un hombre que enarbola el suicidio
como el portal de su relato
mitológico.
Yo estuve en ese lugar
donde el canto de la paloma torcaza
con su -U- profunda
estremece el ánimo.
Pero luego, al leer en el diario
del general Luis Perú de Lacroix,
que tal sacrificio fue una invención
del libertador Simón Bolívar
para fortalecer las razones
de la guerra
entonces se acalla esa -U- idealizada
en los cañaberales
de los campos sagrados
de San Mateo
y piensas…
que:
Aquiles no era tan valiente como dijo Homero
ni Ricaurte fue Ricaurte.
Solo se trataba de nuestra bastardía triste
a la que obedecemos ciegamente.
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