Está es la verdadera infanta Margarita
una niña de 6 años que asiste a sus clases de ballet
y luego regresa cansada
a la pajarera de un apartamento.
Hay un caballo alazano
que se encabrita en un terreno baldío:
¿será el príncipe Baltasar que trae un mensaje
con su sombrero negro?
La llegada del mediodía disuelve
el enrejado del balcón,
porque la luz del trópico repule cada objeto
hasta hacerlo desaparecer en el aire.
Las libélulas entran por la ventana
desde una laguna que flanquea
la carretera de acceso a las ordenadas
y no muy altas edificaciones.
Velázquez ha llegado con su bicicleta vieja
y una cámara de acordeón que cuelga de su hombro,
dicen que es un mago,
pero a la infanta Margarita le aburre
porque se demora conversando
con damas y bufones:
me refiero a la conserje del edificio y su marido.
Y al entrar al apartamento, Velázquez
hace lo mismo con la señora de la cocina.
El padre de la infanta,
don Felipe, no dice nada,
mientras a ella le duelen las piernas
de tanto estar en puntas
o en la troisième position,
y esperar
el retrato
de Velázquez,
que luego será guardado en el museo
de la casa,
en el Álbum de Familia,
con carátulas de cuero
y páginas de guarda en papel cebolla.
Cómo le aburre a la infanta
ser la consentida sin futuro nobiliario.
La montura alazana
del príncipe Baltasar relincha
porque ha visto un perro encantado
landrándole a un pirata
perseguido por veinte sarracenos,
mientras los sapos
inflan sus gargantas
y no dejan de croar.
Aún así, la infanta Margarita
duerme
y sueña con aquel jinete
que porta una banda de seda rosácea
y todos los desarreglos
propios de un príncipe elegante.
Con tantas palabrerías
ya no habrá tiempo
para el retrato del artista
que al parecer regresará
el próximo jueves.
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