Cuando el fotógrafo aparece
los niños se agolpan alegres
en el primer plano
del encuadre,
o quizás podría decir
en el proscenio de la foto,
porque nuestros infantes
no les temen al riesgo
de lucir eternamente
congelados en su niñez,
no les importan las angustias,
ni los dilemas del instante:
que son las consecuencias silvestres
del impostergable tiempo.
Pero los ancianos, si,
ellos si se retraen al fondo,
a los últimos resguardos de la composición:
allí donde no se trama ningún fatum
y pueden entregarse
a recordar con gratitud
lo que ya no existe.
Aunque, es posible, que sea preciso
resignarse
a una leve amenaza:
el rostro que de manera natural
siempre aparecerá retratado fuera de foco.
Entonces toman sus valijas,
sus bolsas de papel,
sus carteras
y se alejan
sigilosamente.
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