En el grupo que avanza por la caminería, el único que mira al fotógrafo es Alejo Carpentier, escritor cubano entonces residenciado en Venezuela. Y lo mira con gesto tenso, prevenido. “Era un hombre cauto hasta la cobardía y desconfiado hasta la soledad”, diría de él Guillermo Cabrera Infante. Tiene razones para estar incómodo. Sus comercios con Pérez Jiménez van a ser recordados por sus detractores con mucha frecuencia en el futuro, como queda sugerido en la citada descripción.
Esta fotografía, de la colección del Archivo Fotografía Urbana, fue tomada, seguramente el 29 de noviembre de 1954, cuando se instaló el Primer Festival de Música Latinoamericana de Caracas.
La Concha Acústica
Vamos a detenernos un momento en el lugar donde fue captada la imagen. Se trata de la Concha Acústica de Bello Monte, que había sido estrenada unos meses antes, un 19 de marzo, tras haber sido construida en apenas 45 días; y, por cierto, decorada con murales, relieves y policromía en los arcos de las gradas, hechos por Alejandro Otero. La inauguración se hizo con un concierto cuya primera parte fue dirigida por el maestro Vicente Emilio Sojo, al frente de la Orquesta Sinfónica Venezuela, con obras de los músicos coloniales venezolanos Lamas y Caro de Boessi; y la segunda parte estuvo a cargo del maestro alemán Wilhelm Fürtwangler, quien condujo obras de Haendel, Strauss y Wagner, para júbilo de sus admiradores, quienes estaban deslumbrados por la presencia en Caracas de uno de los directores más destacados de su tiempo.
El promotor del desarrollo urbanístico de Colinas de Bello Monte había sido Inocente Palacios, a quien vemos en el extremo derecho de la foto. “Interesado siempre en las artes”, dice el arquitecto y ensayista Enrique Larrañaga:
“Entiendo que Palacios concebía Colinas de Bello Monte como una suerte de Parnaso. De hecho, en esa ‘Colina de la Cultura’ iría el Museo que proyectó Niemeyer (la pirámide invertida, que no se llegó a construir) y la Concha Acústica, que sí se construyó, con diseño de Julio Volante, especialista en acústica. Y aunque el anfiteatro se financió con dinero de Palacios, Pérez Jiménez supo sacarle buen provecho, promoviendo actividades culturales de tipo musical en esa realidad esquizofrénica que celebraba por igual las innovaciones de Inocente Carreño y las Semanas de la Patria”
Una de las manifestaciones de esa realidad esquizofrénica a la que alude Larrañaga fueron los Festivales Latinoamericanos de Música de Caracas, de los que se hicieron tres: 1954-1957-1966, dos de ellos en tiempos de Pérez Jiménez.
Alejo Carpentier
en buena compañía
El instante que congela la foto es la salida de Pérez Jiménez del escenario de la Concha Acústica. Ya el Primer Festival Latinoamericano de Música ha quedado inaugurado y el dictador abandona el recinto un paso delante de su séquito, que se compone de la siguiente manera: en el extremo izquierdo, caminando por la grada, un hombre cuya identidad desconocemos. Aunque recuerda a Carlos Raúl Villanueva, su hija Paulina Villanueva niega que lo sea. “Ése no creo que sea mi papá, no con ese traje y esa corbata. Tiene un gran parecido, eso sí”.
Lo sigue, de izquierda a derecha, Alejo Carpentier (Lausana, 26 de diciembre de 1904 – París, 24 de abril de 1980). Según expone Miguel Astor, en su tesis doctoral Los ojos de Sojo. El conflicto entre Nacionalismo y Modernidad en los Festivales de Música de Caracas 1954-1966, el Festival Latinoamericano de Música fue organizado por la Institución José Ángel Lamas, integrada por Inocente Palacios, Enrique de Los Ríos y Pedro Antonio Ríos Reyna. Alejo Carpentier fungió como Secretario.
Alejo Carpentier, quien no sólo había nacido fuera de Cuba sino que se había pasado la mayor parte de su vida fuera de la isla, llegó a Venezuela en 1945 y aquí estuvo hasta 1958.
En el capítulo dedicado al autor de El reino de este mundo, en su libro Vidas para leerlas, Guillermo Cabrera Infante escribe:
“Por esa época Carpentier debió adoptar también la nacionalidad venezolana, ya que vivía, trabajaba y escribía en Caracas. Inclusive su editor americano lo daba, en una de sus solapas, como venezolano. No es extraño porque era en Venezuela codueño de una firma publicitaria, además de jerarca cultural, que no había podido serlo nunca en Cuba, y sus actividades se extendían hasta organizarle eventos artísticos al dictador Cerdito Pérez. No volvió a ser tan importante hasta que se hizo acólito de Fidel Castro en los años 60, primero como consejero cultural, luego de director de la Imprenta Nacional (“el zar del libro”, lo apodó un periodista en fuga) y finalmente fue enviado oficial a Francia hasta que murió en París”
Quizá no llegara a ser copropietario de Ars Publicidad, de cuyo Departamento de Radio era director, pero no hay duda de que tenía una posición de influencia. Era, por lo demás, una situación muy habitual para Carpentier, quien en Venezuela tuvo gran aprecio y fue objeto de notables deferencias. El legendario periodista Arístides Bastidas publicó en El Nacional, por esos días de finales de 1954, que cuando Alejo Carpentier visitó la flamante Concha Acústica en compañía de su segunda esposa, Lilia Esteban Hierro, y ella comentó: “¡Qué magníficos festivales de música se harían aquí!”
Y reseñó el maestro Bastidas: “Estas palabras fueron simiente arrojada sobre tierra fresca. Alejo dijo: “¿No podría ser eso posible?”. E Inocente [Palacios] terció: ‘¿Quién ha dicho que no?’. Así, aparentemente como una casualidad, como una ocurrencia fortuita, parece haber surgido la idea de hacer unos festivales de música latinoamericana en Caracas”.
Miguel Astor, por su parte, prefiere creer “que Palacios y Carpentier ya tenían la idea en mente, como un proyecto posible, cuando aparentemente sin ningún estímulo se plantearon la necesidad de construir una estructura como la Concha Acústica de Bello Monte, destinada no sólo a servir de sede a la Orquesta Sinfónica Venezuela, sino como recinto para la difusión de las artes en general”.
Ese Primer Festival, que se realizaría entre el 22 de noviembre y el 7 de diciembre de 1954, tuvo un enorme impacto y muy profusa cobertura de prensa. El propio Carpentier se aplicó con gran diligencia a la crítica de las obras presentadas, en su columna, en El Nacional, llamada “Letra y solfa”.
El evento incluyó el Concurso de Composición, que había sido convocado el 25 de agosto de 1953, con bases firmadas por los miembros de la Institución José Ángel Lamas: Palacios, De los Ríos y Ríos Reyna y Alejo Carpentier en calidad de Secretario. También le correspondería al cubano pronunciar unas palabras en el acto de clausura.
Llegaron decenas de obras de todo el continente. No era poco el estímulo. Según recuerda Miguel Astor, “los premios eran muy atractivos”. Se otorgaría un Gran Premio “José Ángel Lamas” de $ 10.000,oo (unos Bs. 33.500,oo al cambio de la época) y dos Premios llamados respectivamente “Juan José Landaeta” y “Caro de Boesi” de $ 5.000,oo cada uno (Bs. 16.750,oo). “Pocas veces en la historia de la música venezolana un concurso de composición ha ofrecido una remuneración de este tipo al ganador”. Entre los estrenos se contaron dos clásicos de la cultura venezolana: la Suite Margariteña, de Inocente Carreño, y la Cantata Criolla de Antonio Estévez.
Concierto más que barroco
En la época que nos ocupa, Alejo Carpentier gozaba de excelente fama como escritor, musicólogo y hombre de cultura. Tampoco le iba nada mal en sus finanzas. Escribe Cabrera Infante que “Le confió a un amigo cubano que tenía fuertes ahorros de sus días venezolanos en una cuenta numerada de un banco suizo”. Y hasta era convidado a integrar los selectos grupitos que rodeaban al dictador, de quien no podía decirse que abundara en curruñas.
Pero estas frecuentaciones le acarrearían también acerbos señalamientos. Escribió el poeta cubano Heberto Padilla:
“Cuando lo conocí en La Habana en 1959, venía de Caracas, precedido de la peor reputación política. Los exiliados cubanos destacaban su indiferencia ante la causa revolucionaria, y los venezolanos radicales le reprochaban su colaboración profesional con el dictador Pérez Jiménez, que acababa de ser depuesto”
Carpentier abandonó las mieles venezolanas para darse a las de Cuba, donde se instaló, nada más llegar, en un lujoso apartamento junto a la bahía, en la mejor zona de La Habana. No estaba dispuesto a ceder ni un ápice en su nivel de vida:
“Incluso quienes lo censuraban por su indiferencia hacia los grupos revolucionarios cubanos que radicaban en Venezuela, apenas tuvieron oportunidad de impugnarlo, pues fueron destruidos políticamente, debido a sus posiciones. Alejo no tenía otra que no fuera apoyar al gobierno, cuya radicalización no parecía perturbarlo”
Eso lo puntualiza Padilla. Y Cabrera Infante, por su parte, hace notar que Carpentier había regresado a Cuba, tras larga estadía en Europa, bajo el gobierno del todavía dictador Batista; y que luego, cuando hubo un gobierno demócrata continuado en Cuba, se largó a Venezuela, donde permaneció incluso cuando llegó al poder Pérez Jiménez, “otro caudillo acogedor”:
“Carpentier colaboró con un tirano mayor, Fidel Castro, en un juego de simulaciones: Carpentier no era ni nunca había sido revolucionario, Castro no era ni nunca había sido comunista”
Los otros en la foto
El tercero, entre Carpentier y el general Pérez Jiménez, es Enrique de Los Ríos, quién era el tercer miembro de la Comisión de Estudios Musicales. Era violoncelista. Fue integrante y presidente de la Sinfónica Venezuela. Era, como hemos dicho, miembro del equipo organizador del festival.
Luego está Pérez Jiménez, quien al decir de Enrique Larrañaga encabezó una dictadura peculiar:
“Quizá por los tiempos y por la influencia de Vallenilla Lanz, puesto que entremezclaba un control férreo y una represión cruel con una cara de modernidad culta y ‘aggiornata’. Solo así se explica que mientras se hace la parodia fascista y exagerada de la Academia Militar y Los Próceres/Los Ilustres, se construya también el Aula Magna y se auspicien estos festivales tan refinados”
Un poco detrás de Pérez Jiménez está el teniente coronel Alberto Paoli Chalbaud (Mérida 1912- Caracas, 1982), Jefe de la Casa Militar y primo de la primera dama Flor María Chalbaud Cardona.
Y en la punta derecha, Inocente Palacios (Caracas, 1908-1996). Intelectual, músico, político, empresario, mecenas y promotor cultural venezolano. Fundador de la revista literaria Gaceta de América, del Partido Democrático Nacional y de Acción Democrática. Director fundador de la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela y del Taller Libre de Artes de Río Chico, estado Miranda
Epílogo
En 1978, veinte años después de marcharse de Venezuela, Alejo Carpentier terminó de escribir su novela La consagración de la primera. Allí hay una alusión al tachirense de quien lo separa un metro escaso en esta foto.
Dejamos aquí el párrafo:
“Y, cayendo en sus propias redes, Laurent me confesó que él mismo estaba haciendo negocios con Leónidas Trujillo, dictador fanfarrón, empenachado y ridículo, de santo Domingo y el Gómez-Jiménez, o Suárez-Jiménez, o Pérez Jiménez –no se acordaba bien- gnomo castrense, engreído y lardoso que, por obra de cuartelazo, reinaba sobre la inmensa Venezuela. A todas esas gente bastaba –decía Laurent- con pasarle cuantiosas comisiones “por debajo de la mesa”, para amañar licitaciones, obtener concesiones y privilegios, vender grandes cantidades de cualquier cosa… Pero él no sabía que esos personajes a quienes veía como meros histriones vocingleros, pintorescos y megalómanos, fuesen grandes oficiantes del horror…”