Madrid, 19/07/2018. Reportaje sobre el estudio de Alexander Apóstol. Foto: Isabel Permuy ARCHDC

Alexander Apóstol: «Como artista, me considero ya un híbrido latino y español»

Fecha de publicación: enero 17, 2022

Este recién estrenado 2022 será el año del reconocimiento de este creador venezolano en España. Libro y exposición en La Fábrica y retrospectiva en el CA2M

Tiene razón Alexander Apóstol (1969) cuando afirma que, pese a llevar 20 años viviendo en España, conocemos poco su trabajo aquí. Sí se hizo más visible durante su primera década en expos en el MUSAC, Casa de América o la extinta Distrito Cu4tro, pero menos esa producción de los últimos diez años, la que le ha granjeado buena fama en el extranjero y le ha llevado, por ejemplo, a la Bienal de Shangai de 2018. Cubren esta sombra el libro que ahora le edita La Fábrica, de carácter retrospectivo, y la muestra que en primavera organizará en CA2M, reflejando un trabajo centrado en la identidad, individual y colectiva, atravesada por su condición de artista latino y venezolano.

–Empecemos por el libro de La Fábrica, que inicia una nueva colección de fotógrafos latinoamericanos. ¿Se considera Alexander Apóstol fotógrafo?

Lo cierto es que no. De hecho, cuando comencé, sin duda tenía un compromiso e identificación completa con el formato, aunque en realidad empecé a hacer foto por mi frustración de no hacer cine, que era lo que me interesaba en la adolescencia. Empecé a trabajar en este campo, pero no me sentía cómodo. Salté entonces a la foto y jamás pensé que de allí pasaría a otra área. Pero rápidamente también ese formato se me hizo pequeño, lo que me llevó a explorar otras salidas, lo que coincide también con mi llegada a España. Eso sucede con una beca de Casa de América y es cuando empiezo a involucrarme más con el contexto artístico.

En ese momento siento la necesidad de ampliar los límites de lo fotográfico, de aproximarme, por ejemplo, al vídeo, algo que me recuperaba con el cine que había dejado atrás, pero también de relacionarme con discursos que van más allá de los puramente fotográficos. Hasta ese momento, diez o doce años en mi carrera, viví dentro de los circuitos fotográficos. Es con el cambio de siglo que empiezo a compartir paredes con otros autores contemporáneos. En Caracas ya lo había vivido en muestras de arte emergente, pero, en el ámbito internacional, mi contexto seguía siendo el de la fotografía.

Entiendo la distinción que está haciendo porque es cierto que, hasta los noventa, la fotografía no era entendida como disciplina artística con todas las de la ley…

Ese es el gran debate con la foto durante todo el siglo XX. A mí me sorprende que nombres ahora indiscutibles como el de Diane Arbus, sufrieran durante años discriminación. Y me sorprende más que esa tensión de los setenta y los ochenta todavía existiese. De hecho, yo lo sentí con mi trabajo. Los comisarios y los creadores de arte contemporáneo nos miraban con desdén: estaba bien lo que hacíamos pero ello lo hacían mejor.

‘Los tres buitres’ (1991): ©Alexander Apóstol

¿Y cómo era ese estilo que le caracterizaba cuando se aproxima a la cámara? Porque podría ser entendido como retratista, pero también como documentalista, o las dos cosas, o ninguna de ellas…

Es curioso lo que preguntas porque obliga a identificarse con una posición de partida. Una posición que yo, de hecho, nunca tuve clara. Tanto ser retratista como documentalista exige de un atrevimiento que yo ni tenía ni tengo. El documentalista tiene que saber ver el mundo entero como un objeto, nunca como un sujeto al que te enfrentas de tú a tú, porque te inhibes por educación, por espacio, por respeto, por prudencia, circulando por él como el que va por una juguetería. Para ser retratista –y en estudio, donde me siento más cómodo– también debes ser audaz, manejar cierto abuso de entrar en el otro. Me siento más cómodo con esta segunda etiqueta, pero tampoco me identifico completamente con ella. Me veo más como una persona con una inquietud y capacidad para armar ciertos relatos que en ocasiones lo hace a través de personas y, en otras, no.

¿Cómo se ha concebido entonces este libro?

La iniciativa de los PhotoBolsillo de La Fábrica es la de crear una gran biblioteca que amase la gran producción de la fotografía española y, desde hace algunos años, de una manera tímida, también la latinoamericana. Un convenio ahora con el Archivo Fotografía Urbana de Caracas, que dirigen Herman Sifontes y Diana López, permite la producción de más volúmenes de artistas de este contexto. De ahí nace la invitación, pues ambos conocen mi trabajo desde hace muchos años y tenían interés en que yo, desde este formato, realizara una mirada retrospectiva de toda mi obra, de los inicios hasta el sol de hoy, de manera que pudiera hilar todas las ideas y narrativas que me han interesado y que siguen siendo las mismas. Cuestiones que tienen que ver con la identidad, que a mí me lleva a plantearme preguntas sobre género, sobre sociedad, política y espacio. Todo ello desde un punto de vista totalmente personal. Mi trabajo siempre ha partido de mí mismo, lo que atañe a mi experiencia. Creo que esto es lo que le aporta valor. El resultado es acertado porque se esboza una lectura del trabajo muy fluida y natural, que de alguna forma llena las lagunas y vacíos que pueda tener el conocedor de mi obra.

Desde luego, un libro permite hacer siempre la mejor retrospectiva de uno, no depende de préstamos o de dificultades técnicas para mover las obras.

Claro. Además, para mí este era muy pertinente en este momento porque a la par estoy preparando una muestra grande en el CA2M para este año en la que se revisará mi trabajo de los últimos diez años en los que he desarrollado una mirada muy específica, que es la que le interesa al director del museo y los comisarios de la cita. Este libro complementa y da antesala al punto de partida de esa exhibición.

No obstante, el volumen también se apoya en una exposición en febrero en La Fábrica. ¿Qué se verá ahí?

Con motivo de la publicación tendremos una pequeña exhibición allí, donde mostraré una edición de una serie realizada en los 90 incluida en el libro, inédita en Europa, y que ha sido piedra angular en mi investigación sobre género. Se llama ‘Pasatiempos’, consta de doce imágenes, y reflexiona sobre la cuestión con humor e ironía, tomando elementos de la cultura popular latinoamericana.

Sí que es cierto que la fotografía le ha servido para, por un lado, hablar de identidad y, por otro, para analizar el fracaso del sueño de la modernidad en Latinoamérica. Incluso para combinar lo uno con lo otro.

Por partir de mi experiencia personal, veo la vinculación entre ambas realidades de una manera muy natural. Cuando yo hablo de género en mi fotografía, no lo hago desde los conceptos que se manejan desde los ochenta o noventa, o sobre todo los de ahora, problemáticas muy profundas y amplias que abarcan separaciones como homosexualidad, feminismo, transgénero, política, legalidades o moralidades, que obviamente van mucho más allá de mi experiencia. Cuando yo hablo lo hago desde mi experiencia como hombre blanco, homosexual y latinoamericano.

Obra de la serie ‘Pasatiempos’, inédita en España: ©Alexander Apóstol

Ocurre lo mismo cuando me expreso sobre el fracaso del pensamiento moderno o de autoritarismo, de las alegorías políticas que se han dado en Latinoamérica y Venezuela: lo hago desde mi experiencia como ciudadano de un país fallido. Cuando un país funciona, tú sientes que tú eres tus historias y las de tus familiares. Pero cuando un país está descalabrado, toda la estructura derrumbada lo hace sobre tus hombros. La Historia se vuelve demasiado cercana. El discurso político no es algo tan lejano para ti. En series como “Ensayando la postura nacional” o “Yamaikaleter”, u obras más frías como “Color Is my Business”, cuando hablo de política o de idea de país hablo de mí, porque yo estoy reflejado totalmente en ese fracaso. Por eso me siento con la potestad de hacerlo.

Qué duda cabe de que hay cierta lectura política en su obra, que se desarrolla paralela al avance del chavismo en su Venezuela natal.

Totalmente. Digamos que la Historia política de Venezuela de los últimos 50 años es bastante movida, con fracasos pronunciados. Y esa es prácticamente mi edad, de forma que la he seguido como testigo aunque haya sido de una manera muy especial, para bien o para mal. Eso te dota de otra perspectiva y otra sensibilidad. Una segunda piel. Hablar de ello equivale asimismo a hablar de mí pero también de un dolor y una dificultad para desentrañar la esencia sin perderse en la carga dolorosa. El dolor a veces clarifica, pero las más te nubla la vista. Siempre he tenido que lidiar con la emotividad cuando apuntalo ciertos discursos y ciertas ideas.

Con el cambio del siglo decide trasladarse a Europa, a España. No se sé si se considera un artista venezolano en el exilio o un creador español, europeo, nacido en Latinoamérica.

La palabra “exilio” es delicada. Su connotación legal es muy específica, y yo no la tengo. Yo estoy acá porque así lo decidí. Pero dentro de un discurso oficialista en Venezuela, mi trabajo no es bienvenido. Y series como la que ilustra la portada del libro, “Régimen: Dramatis Personae”, me traerían problemas serios allá. Por suerte no los he tenido hasta ahora. Sin embargo, sí que siento que aquel ni es mi lugar de creación, ni mi lugar para poder estar. Ahora: Mi motivo de reflexión y mis referentes, mi manera de generar discursos están profundamente vinculados al hecho de ser latino y venezolano. España me ha dado muchas herramientas de perspectiva, también intelectuales, que he añadido a mi sensibilidad latinoamericana. Como artista, sí que me considero un híbrido de esa realidad y, más que de la europea, de lo español. Verme como una artista europeo o español que nació en Venezuela es algo aún distante para mí.

¿Cómo determina la distancia su mirada con respecto al contexto latinoamericano?

Vivir en España me ha sido muy útil porque me ha permitido separarme de ciertos temas, no tener que lidiar con ellos en el día a día. Y hablo de conceptos como el de país o el de mí mismo. No cargo sobre mis hombros a diario con el peso de la supervivencia. Pasar 24 horas en Caracas tiene que ver con muchas cosas, tiene que ver con el fracaso de un país. Esa ausencia me permite reflexionar de forma más aguda y con más perspectiva de los temas de los que quiero hablar. El compromiso emocional sigue siendo el mismo, pero cuento con esta ventaja.

Y, sin embargo, en los últimos años se ha prodigado más por el extranjero que por nuestras galerías e instituciones. ¿La participación en la Bienal de Shangai de 2018 es uno de los grandes hitos? Haciendo referencia a “Regimen: Dramatis Personae” es como arranca el ensayo del libro, firmada por la mencionada Diana López.

Ese trabajo fue resultado de mi último viaje a Caracas, hace tres años. Tenía que haber vuelto en 2021, pero la pandemia lo impidió. Cuando viajo a Venezuela en ese momento se daban unas condiciones de crispación social tan acentuadas que sentí la necesidad de hacer un trabajo que tuviera que ver con lo que estaba ocurriendo. En ese momento se pensaba que la presión social iba a hacer caer el gobierno autoritario y criminal que aún tenemos. Y hubo señales de que a través de la legalidad eso era posible, con protestas diarias y ciertas figuras políticas haciendo presión. El gobierno resistió tras tres meses de movilización diaria y respondió con una represión muy potente. Incluso consiguió anular a las figuras políticas que se habían erigido en torno a ello, especialmente Guaidó. Ese espíritu se desvaneció, al menos de momento.

Apóstol, en Shangai, con el conjunto de ‘Régimen’

Sin embargo, yo sentí en ese instante que la sociedad venezolana había cambiado lo suficiente como para desfigurar todo lo que se había creado en torno suyo y para configurarse en una nueva, construirse sobre esas cenizas. Busqué hacer un retrato de la sociedad venezolana, toda ella, la vinculada e identificada con el gobierno, pero también esa sociedad civil que se siente víctima del mismo. Creo que, de alguna forma, esa sociedad ha mutado y ha dado pie a unos arquetipos que durante el periodo democrático no existían. Personajes asociados a los de otras sociedades de otros países de otros momentos históricos que vivieron procesos políticos extremos similares.

Yo quería retratar a los estudiantes que se manifiestan, los presos, los muertos, sus madres, la gente que sufre hambres, los esbirros del gobierno, los corruptos, los que han hecho dinero con la situación turbia, los paramilitares, los guerrilleros, los ideólogos, los que están por encima de todo y cuyo cinismo les lleva solo a salvar su propio pellejo, las esposas y los hijos de los considerados victimarios por ciertos sectores que creen que merecen ese privilegio en el que viven, los opositores presos, las esposas haciendo campañas internacionales, los que revenden bienes… Quería hacer un retrato de cada una de estas tipologías.

Y para eso se sirvió de transexuales.

Sí, porque lo quería hacer a través de un grupo social ligado a los derechos humanos. Me gusta desde hace tiempo trabajar con equipos, sentarnos a discutir ideas de las que salen los proyectos. Estos retratos tienen mucho que ver con la identidad, que es un tema recurrente mío, por ello buscaba colaborar con una ONG que tratara temas identitarios y, por extensión, los derechos LGTBi, que en Venezuela no tienen nada que ver con una ONG que trabaje con las mismas cuestiones en Europa: son universos radicalmente opuestos, con un grado de heroísmo increíble, sin desmerecer todo el trabajo que se hace aquí, donde todavía hay mucho por lo que luchar. Allí todo esto incluye una peligrosidad intrínseca, fácilmente atacable. Y por una cuestión médica y de asistencia, el mundo trans es muy complicado en Latinoamérica y en Venezuela específicamente.

Con ellos recreamos los distintos personajes. Para una persona transgénero, su lucha interna identitaria es de toda la vida, primero de reconocimiento hacia sí misma y después de la lucha para que los otros la reconozcan. Eso dura toda su vida. Y todos los cambios que un transgénero hace sobre su cuerpo no es simplemente la transformación de hacia dónde tú te perfilas personalmente, lo que quieres ser y con lo que te identificas, sino también es una especie de paisaje de cicatrices, no solo físicas, sino asimismo emocionales. Cada vez que una persona trans se mira en un espejo recuerda todo lo que ha luchado para llegar a ese momento en el que se asoma al espejo.

Obra de la serie ‘Ensayando la postura nacional’: ©Alexander Apóstol

Siento que la sociedad venezolana hoy sufre el mismo proceso: cada vez que nos miramos en un espejo metafórico vemos todas las cicatrices que nos han llevado al momento actual. Eso genera un mapa, un paisaje del dolor y de la lucha, de la fuerza y la resistencia, que llevamos a flor de piel. Ese paralelismo es el que he querido trasladar desde la experiencia del mundo transgénero al de la experiencia de la transformación de una sociedad que resiste en el proceso político que sigue viviendo.

Hice una lista de cien retratos, y porque quise limitarlos, porque salen muchos más, y fue una experiencia muy intensa porque los trangénero tienen, para bien y para mal, la cualidad de ser personas muy intensas en la construcción de una identidad. Cuando ellas trasladaban su experiencia personal a la experiencia de escenificar un personaje llevaban consigo toda su carga emocional. Eso era muy útil para el trabajo, pues yo no tuve que pedirles que mostraran tal cara o actitud; más bien, contenerlos, porque había mucha intensidad en todo eso.

No era la primera vez que trabajaba con este colectivo.

Siempre he trabajado con estas personas, desde hace años, pero sí la primera que lo hacía de forma tan cercana y tan de tú a tú, muy de hablar y de discutir en conjunto. Esta vez se trataba de establecer qué podíamos construir entre ellas y yo, y cómo podemos, a través de la mirada de ambos, construir un personaje. Por eso fue muy enriquecedor para todos. Para mí y para mis colaboradores, y también para ellos y ellas. Hay figuras, como la de Bolívar, que quien la hizo acabó llorando porque para nosotros su figura es la de la construcción de un país; pero para un transgénero, ver la construcción de un país sobre la piel de la construcción de uno mismo genera mucha emoción, cuando sabemos cómo está el país y desconocemos –esto es algo de la esfera de la persona trans– cómo está ella y cómo ha llegado a este momento. Se juntaba un dolor colectivo con un dolor personal. Te estoy hablando de solo un retrato: fueron cien…

Y el contexto tampoco era el más favorable…

El contexto tampoco era el más favorable, con marchas y represión en la calle todos los días. Hicimos la labor en un edificio muy céntrico y escuchábamos los gritos y la presión policial mientras tomábamos las fotografías. El trabajo se desarrolló en cuatro días y fuimos conscientes de que no podíamos extenderlo más. También miembros del equipo sufrieron la hostigación policial y fueron asaltados sin que sucediera nada al final, pero eso contaminó la sensación de que cualquiera, en cualquier momento, podía ser también investigado. La crispación era evidente.

¿Podría retomarse en el futuro o en otro contexto?

Sí, de hecho, lo tengo pautado. Esta experiencia se puede extender en otro momento. Pero lo importante es subrayar que mi visión de lo que yo pueda decir políticamente sobre cualquier tema parte siempre de lo absolutamente personal y, para mí, poder hablar del país a través de los retratos tenía que ser a través de la experiencia personal que yo tuviera con esas personas transgénero y del de ellas conmigo.

Mencionaba antes la exposición del CA2M en Móstoles con el comisariado de Cuauhtémoc Medina y Manuel Segade. ¿Por qué sólo diez años de carrera y no una visión más retrospectiva?

Llevo ya 20 años viviendo en España, y, no quiero que suene a queja, pero me sigo sintiendo profesionalmente ‘el otro’ acá. Cosas relativas a mi trabajo y mi figura aquí las percibo casi intactas, como cuando llevaba tan solo un año. Y me sorprende, porque en Latinoamérica la sensación es la opuesta: allí cualquier persona que trabaje con los locales durante mucho tiempo reconoce cómo ese país lo absorbe. Eso pasa en todo el continente, que absorbe todo el talento extranjero, toda la nueva energía. Y no hablo de un ambiente hostil aquí, pero no se termina de asumir la visión que uno puede ofrecer, que no se coteja con la de los creadores locales. Eso dificulta la visibilidad de los artista latinos acá.

Obra de la serie ‘Color is my Business’: ©Alexander Apóstol

Seguro que alguien que me escuche dirá que no es así, y mencionará a Teresa Margolles, a Carlos Garaicoa, pero es que no somos tres o cuatro: somos muchísimos y a muchos niveles. Esto no solo lo siento a nivel institucional sino también a nivel galerístico, algo que afortunadamente no ocurre a nivel humano. Cuando además creo que España es la gran puerta de entrada de Latinoamérica hacia Europa.

En base a esta carencia, cuando el CA2M me invita a hacer un proyecto grande, una especie de retrospectiva, decidimos concentrarnos en los últimos diez años, primero por el propio espacio del museo, pero también porque en esa década es en la que yo he cargado las tintas en temas como los del autoritarismo, política y sus cruces con el género. Si nos vamos diez años más allá, los diez primeros que yo estuve ya en España, esos son trabajos que me oriento más hacia la ciudad, a la identidad geográfica, que se han mostrado mucho más, en el MUSAC, en Casa de América, en algunas publicaciones, en la galería que tuve en ese momento, Distrito Cu4tro… Después de esa firma yo no he tenido ninguna más en España y de ahí el gran hueco de visibilidad del trabajo, que ha seguido fluyendo en otras partes, en Estados Unidos, en Francia o Latinoamérica.

Por eso me parece pertinente no solo la muestra, sino también el libro de La Fábrica y el catálogo que la acompañará y que se lanzará este 2022.

Si se repasa el libro de La Fábrica sí que se observa que ha evolucionado de lo analógico a lo digital en la técnica, del blanco y negro al color, del entorno doméstico al espacio urbano. Incluso de lo figurativo a cierta abstracción en “ Color Is my Business”. ¿Qué evolución considera más definitiva?

Todo lo que mencionas tiene que ver con la técnica, y la técnica para mí es secundaria. Es el límite desde el que yo me paro a observar. Desde hace diez años, buena parte de mis proyectos los realizo junto a colectivos, como ‘Régimen’, o como el que desarrollé en México junto a Taiyana Pimentel en la Sala Siqueiros junto a bailarines, estudiantes y músicos, una experiencia muy enriquecedora que me situaba en una posición como de director de orquesta, pero también de humildad porque reconocer la experiencia de cada grupo es algo apabullante, y que repetí junto a Agustín Pérez Rubio en el MALBA, en Argentina, poco antes de la pandemia, donde colaboré con escritores, dibujantes y cineastas. Esto es algo que me interesa cada vez más.

Obra del conjunto ‘Residencial Pulido’: ©Alexander Apóstol

«¿Estamos atrapados por nuestras circunstancias?», se pregunta Diana López respecto a su trabajo al final de su ensayo. ¿Cuáles son las suyas?

¡Me preguntas esto en un momento en el que estoy atrapadísmo! [tenemos que realizar esta entrevista por teléfono porque el artista está confinado por covid. Apóstol ríe a carcajadas]. Más que atrapados, creo que todos somos producto de nuestras circunstancias, esto ya lo señaló Ortega y Gasset, algo que le escuché por primera vez a mi hermano, estudiante de Filosofía, cuando yo era pequeño, y que encierra muchas verdades. Si yo no hubiera vivido todo la experiencia de auge y caída del proyecto venezolano, mi trabajo hoy sería otro. Sería otro si no fuera homosexual o si hubiera sido español o brasileño. Eso incluso condicionaría mis ganas de decir algo, porque también se puede tener ganas de no decir nada. Pero sigo teniendo ganas de hacerlo y eso está condicionado por el hecho de ser venezolano.

¿Y qué cosas le quedan por decir?

Más que palabras, me faltan manos para responder. Pero siento que tengo aún muchas ideas y argumentos que sí que me gustaría debatir.

 

 

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