Esta foto es una rareza. No por su calidad, por cierto. Es una excepción porque es una campeona en el pugilato contra el olvido, titán casi invicto en nuestros predios. Ignoramos el nombre del fotógrafo, pero sabemos que estaba en la plantilla de reporteros gráficos del diario El Nacional. Por si fuera poco, en el envés quedó anotado que se tomó el 5 de abril de 1953, para acompañar un texto del periodista especializado en Cultura, Lorenzo Batallán; y nos consta que retrata a una de las grandes figuras del siglo XX venezolano, el cantante y compositor Alfredo Sadel.
Su hijo, el periodista Alfredo Sánchez, nos dice que la gráfica corresponde al montaje en Caracas de “El gato montés”, ópera en tres actos del compositor español Manuel Penella Moreno.
Este día, Alfredo Sadel tiene 23 años (había nacido en Caracas, el 22 de febrero de 1930) y ya era el favorito de las multitudes. No era la primera vez que cantaba algo relacionado con el toreo, del que era gran aficionado. Ya en 1948, cinco años antes, había grabado el primer disco de elaboración nacional, con DiscosRex, donde interpretaba, por un lado, “Desesperanza”, de la compositora venezolana María Luisa Escobar (“Nunca me iré de tu vida / ni tú de mi corazón / Y aunque por otros caminos…”); y por el otro, el pasodoble “Diamante Negro”, con música de José Reyna y letra de Luis Peraza (“Diamante, gran torero / Diamante, gloria pura / As de gracia y de salero / Pundonor y bravura / As en Venezuela de la fiesta más gigante / Fiesta del hechizo, de la magia y del color / Rey de andar moruno frente al toro desafiante / Brazo siempre armado de arte puro y de valor / Diamante, que cuando sales al ruedo te aprietas los machos y buscas el triunfo inmortal / Diamante, que tu capote es un trozo de cielo de la caraqueña tarde tropical / Diamante, vara de mimbre clavada en la arena…”). “Diamante negro” se escribió en honor del famoso torero de Ocumare del Tuy, Luis Sánchez Olivares, conocido con ese ampuloso sobrenombre.
Dicen los historiadores de la música popular en Venezuela que, a pesar de los defectos técnicos de esta grabación, hecha en los altos del Teatro Municipal de Caracas y, al parecer, con más embullo que sofisticación, el disco fue un exitazo. Se vendieron veinte mil copias y el liceísta más guapo de Venezuela inició una carrera brutal, como dirían los liceístas de hoy.
Aquellos primeros años de la trayectoria artística de Sadel fueron vertiginosos.
En 1950 se inició en el cine, al participar en la película A La Habana me voy, con los cubanos Blanquita Amaro, Otto Sirgo y el argentino Tito Lusiardo. En 1951, encabezó el cartel de “Flor del campo”, con música y argumento venezolanos, junto a Rafael Lanzetta y Elena Fernán. Y en 1953, imaginamos que poco después de posar para esta imagen, viajó a los Estados Unidos, donde actuó en el teatro Chateau Madrid de Nueva York, acompañado por la orquesta de su gran amigo Aldemaro Romero.
Con esta cara de muchachito lindo, que le vemos aquí, con esa barbilla hendida como esculpida en bizcocho y ese cutis que parece acaparar la luz del flash para proyectarla con la tibieza de la seda, debuta en el teatro Jefferson de Nueva York. Y, por si fuera poco, se convierte en el primer artista venezolano en actuar en la televisión estadounidense, al presentarse en el show de Ed Sullivan.
Antes de que terminara el año –seguimos en 1953– regresó a Venezuela, justo a tiempo para ser el figurante estelar en la inauguración de Radio Caracas Televisión.
En un aviso publicitario, de un cuarto de página, insertado en INTERIOR 19, en El Nacional del 15 de noviembre de 1953, se publicó, con una foto del rostro de Sadel, un texto que decía: “No pierda Ud. este grandioso acontecimiento…! INAUGURACIÓN DE RADIO CARACAS TV (Canal 2) […] y actuación exclusiva de ALFREDO SADEL quien ha sido contratado por Lou Walter Enterprises como primera figura del sensacional show del LATIN QUARTERS de Nueva York”.
En los años siguiente vendría todo. Más películas (diez títulos componen su filmografía, seis mejicanas y cuatro venezolanas); grabaciones hasta completar más de un millar de temas en alrededor de 200 discos de 78 RPM y unos 106 larga duración, editados en muchos países; presentaciones en 167 ciudades del mundo; su viraje hacia el canto lírico, al que se dedicó con total entrega; una ovación de 15 minutos ininterrumpidos en el Teatro nacional de la Ópera, en Belgrado, Yugoslavia… Pero solo en estos días que la foto congeló tuvo Sadel esa cintura de patinador de madrigadas y esa mirada anhelante como de quien le ruega al dueño del futuro que le conceda todos sus sueños y toda la gloria que corresponde a su talento. Mucho se le daría y, mucho, quién no, fue dejando en el camino.
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