La entrega #50 de la serie “Apuntes sobre el fotolibro” corresponde al texto que hace la periodista Lucía Jiménez, sobre El Llano, de Christian Belpaire, editado por Fundación Polar y por Oscar Todtmann Editores en Caracas (1986). Entre el color y el blanco y negro, el fotógrafo juega con una composición que toma los más reconocidos paisajes de Apure y los compara con las tradiciones del llanero. El diseño de la publicación estuvo a cargo de Álvaro Sotillo y los textos de Luis Britto García. Cuenta además con un texto introductorio de Leonor de Menodza.
“De modo que allí, en los Llanos, está la esencia de la patria nuestra”
Leonor de Mendoza
Como lo habría hecho Humboldt alguna vez, Christian Belpaire se dispuso a registrar los paisajes venezolanos. Pero a diferencia de los apuntes del reconocido alemán, el fotógrafo nacido en la República Democrática del Congo se valió de su cámara para levantar las crónicas de sus viajes. En 1979 comenzó un extenso reportaje por los llanos venezolanos que se convirtió en el trabajo más importante que hizo en Venezuela y que en 1986 llevó a la publicación de El Llano.
El fotolibro, editado en Caracas por Fundación Polar, reúne las imágenes de los viajes de Belpaire a la región. 104 fotografías que describen no solo los paisajes sino la vida del llanero, uno de los más altos representantes de la idiosincrasia nacional, como lo hace ver la introducción de Leonor de Mendoza.
Un texto de Luis Britto García interpreta los llanos de Apure a través de los reconocidos apuntes de Humboldt y hace un recorrido histórico desde los primeros hombres, los exploradores en la búsqueda de El Dorado, hasta los límites del infinito horizontal. Resalta en sus palabras la figura del llanero, un hombre fuerte del que se deriva nuestra identidad. Sirva este preámbulo para entender las imágenes de Belpaire, aunque ellas tengan poder de hablar por sí mismas.
El Llano muestra sus colores. Las columnas de texto se pierden ante la grandeza de las imágenes. El diseño, muy típico de su época de publicación, resalta ante todo los paisajes horizontales. Hay una composición que juega con los temas de las imágenes y separa al llanero de sus “océanos de pastos”.
Separados por segmentos, una primera parte muestra fotos en los que prevalecen los verdes y cuya perspectiva da razón de las vastas lejanías. Es un paisaje sin fin, algunos sin ninguna otra interrupción que las líneas que dibujan las nubes.
La segunda parte se trata del potro, del salvaje y de su doma. Se muestra al caballo como principal compañero en el trabajo de arriar al ganado. Es una fotografía en blanco y negro que sigue las características nociones del documentalismo de la década de los 70: juega con el enfoque y con los planos para resaltar a los protagonistas en una imagen conservadora, algo romántica, casi tanto como los paisajes.
De ahí en adelante se van intercalando las secciones entre el color de las sabanas y el blanco y negro que retrata al llanero en sus faenas, en sus espacios familiares, entre sus animales. Algunos naranjas se cuelan en los horizontes para dibujar los atardecer que parten la historia y le dan un nuevo comienzo.
Una fotografía más grande llena de naranja y negro se apodera del atardecer sobre la Laguna Macanillal, en el Hato El Frío, en Apure, y corta en dos toda la serie de Belpaire, literalmente a la mitad. No es un antes y un después, solo una pausa entre las historias. La crónica continúa luego sobre el ganado, sobre los techos de palma de moriche y sobre los rostros de los niños.
Luego llega el diluvio al llano. Y el azul pinta los paisajes. “En invierno todos los caminos llevan al agua y todos las aguas se convierten en caminos”. Entonces las fotos cambian de escenario. Todo se hace sobre la curiara, o con el agua hasta la pantorrilla. El ganado cruza casi sumergido buscando las últimas hierbas que no se han ahogado en el horizonte.
Hay dos personalidades en las fotos de Belpaire. Una es la del hombre de campo, fuerte y dominante de la naturaleza. Varias imágenes lo muestran postrado sobre el animal tratando de controlarlo, así sea para la matanza o para la cría. El llanero es el ícono de nuestra fuerza. La segunda es una imagen más romántica, que trata de su tradición rural, de sus casas de bahareque y los niños aprendiendo la labor. Muestran el origen de nuestra tradición.
El paisaje también tiene dos escenarios. Una sabana verde y frondosa. Llena de blancas garzas y flores silvestres de colores que rompen la monotonía de la imagen. Ahí domina el azul del agua, y muestra algunos atardeceres rosados de los días lluviosos. El otro es un horizonte apagado, típico del desierto, con terrenos quebradizos. Hay atardeceres también, pero predominan dos imágenes de animales acabados por la falta de agua.
El juego en la composición se convierte casi en un enfrentamiento entre el hombre y el infinito horizonte, entre la sequía y el diluvio, que finalmente compone las dos historias. La dicotomía ofrece una visión más amplia y convierte a la obra de Belpaire en la más extensa que se ha hecho sobre la región.
Cuatro fotografías muestran una última vez a la sabana de la sequía, apagada, cubierta de color arena, y la enfrenta a la sabana verde y azul, justo después del diluvio.
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