Arístides Bastidas
La libreta anuncia la situación. Un doctor (la bata blanca lo indica) se apoya en una diapositiva para hacer gráfica su explicación, mientras un tercero observa. No sabemos quién tomó la foto, pero sabemos quiénes son los tres hombres, de qué pueden estar hablando y cuándo pudo ser captada la imagen. La gran pista la ofrece esa libreta de reportero indicadora de que esta situación no es de aula sino de prensa.
El primero, de izquierda a derecha, es el periodista Arístides Bastidas. La foto fue hecha por el reportero gráfico que lo acompañó a hacer la entrevista. Arístides Bastidas nació en San Pablo, población del estado Yaracuy, el 12 de marzo de 1924. A los 12 años, en 1936, se mudó con su familia a Caracas. Aunque tenía gran avidez de aprender y era alumno regular del liceo Fermín Toro, no pasó del primer año de bachillerato. Las estrecheces económicas de la familia marcaron ese límite. Tendría que aprender como autodidacta. Y es, por cierto, lo que hizo.
En 1945, tras desempeñarse como vendedor de empanadas, entre otros oficios, ingresó a Últimas Noticias como reportero policial y político, y se inició también como sindicalista y gremialista. Cuatro años después, en 1949, cuando pasó a El Nacional, se convertiría en pionero del periodismo científico moderno en Venezuela. Arístides bastidas escribió más de veinte libros y llegó a ser una figura tan importante y respetada en el ámbito de la divulgación de la ciencia que, aunque no cursó ni un día de estudios superiores, la Universidad Central de Venezuela lo honró con el nombramiento de profesor honoris causa de la Facultad de Humanidades. No sería ni de lejos la única institución en reconocer los méritos de Bastidas cuya
contribución al desarrollo del periodismo científico fue reconocida con el premio Kalinga (París, 1982), otorgado por la Unesco.
Y pocos días antes de su muerte, acaecida el 23 septiembre de 1992, fue distinguido por la Universidad de Florencia con el “Premio Capire para un Futuro Creativo”, reservado a quienes hacen aportes excepcionales a la educación para la creatividad.
Arístides Bastidas fue un hombre excepcional por muchas cosas. Naturalmente, destacó por su sensibilidad frente a la naturaleza y al hecho científico. “La ciencia y la tecnología”, decía, “tienen la misma procedencia que la poesía y el arte”. Y está en la historia del periodismo venezolano por la nitidez y gracia de su prosa, así como por su compromiso con asuntos nacionales cuya fundamental relevancia supo ver y defender, como la defensa del medio ambiente y la vigencia imperturbable de la agricultura. Pero también estaba fuera de grupo por la heroica circunstancia que le impusieron sus diversas enfermedades y el estoicismo con que las vivió y superó.
Este hombre singular -escribió Hugo Álvarez Pifano- padeció de artritis, sufrió soriasis, diabetes, glaucoma, parálisis y muchas enfermedades más que solo conocen sus médicos. Al final de su vida perdió casi por completo la vista.
Ese deterioro lo llevó a agudizar sus facultades hasta el punto de que, cuando las múltiples limitaciones le impidieron tomar apuntes, como lo vemos hacer en esta imagen, se entrenó para tomar notas mentales. Pero nunca dejó de trabajar.
“En su silla de ruedas, –lo describe José Pulido, en ‘Periodistas en su tinta’, de Petruvska Simne– con las manos convertidas en dos puños que ya no podían abrirse para teclear la máquina. El periódico le buscaba pasantes que aprendían con él, al mismo tiempo que transcribían las notas que Arístides dictaba. A veces hacía una entrevista, sin anotar nada y sin grabador. Y luego le dictaba al pasante o a la pasante de turno y la entrevista aparecía íntegra, frase a frase, sin que el entrevistad dijera lo que no había dicho. La memoria de Arístides bastidas era tan portentosa que tenía su guía telefónica personal en la mente: recordaba los teléfonos de todos sus amigos y colegas”.
Una de esas pasantes fue la periodista Mara Comerlati, quien asegura que esta foto debió ser tomada alrededor de 1965.
“En 1975, cuando llegué a El Nacional ya él estaba incapacitado, a causa de un accidente de tránsito en el que se partió las piernas; y, debido a las altas dosis de cortisona que tomaba para combatir la artritis y la psoriasis, nunca se le consolidaron las fracturas. El medicamento también le afectó la vista y quedó ciego. En la foto no tiene las placas de psoriasis que le cubrían el cuero cabelludo y le afectaban también el rostro y las manos. Aquí estaba bastante joven y plenamente activo”.
Para glosar el perfil de este gran periodista, recordemos la descripción que de él hiciera el escritos José Santos Urriola: “…bajito, regordete, asertivo y ruidoso, moreno de pelo lacio y de rasgos menudos –la sonrisa potente y pesados los anteojos oscuros–, yaracuyano y comunista: Arístides Bastidas. Quienes lo conocían afirmaban que llegaría a ser una notable figura del periodismo. Algunos le pronosticaban una brillante carrera política. Todos reconocían el talento y la probidad de su empaque de breve obispo rojo. Pero nadie podía adivinar entonces que en Arístides Bastidas se darían, en una sola pieza –que me perdonen los gentlemen de la contención literaria–, el sabio, el héroe y el santo, sobre una silla de ruedas”.
Murió en Caracas, el 23 de septiembre de 1992.
Marcel Roche
En la mitad de la foto, como deidad tutelar que encabeza una trinidad, está Marcel Roche Dugand, uno de los hombres más fascinantes del siglo XX venezolano. Científico, médico, fundador y gerente de instituciones científicas, escritor, director de coros, conductor de televisión en programas de divulgación científica… no sigamos. Marcel Roche era lo que se llama un humanista, pero limitémonos a los talentos y cargos que lo pusieron este día en esta imagen.
Marcel Roche nació en Caracas, el 15 de agosto de 1920. Por la información recopilada por Yajaira Freites, del Departamento de Estudio de la Ciencia, IVIC, sabemos que fue el hijo mayor del urbanista Luis Roche, cuyos ascendientes habían venido a Venezuela a mediados del siglo XIX, y de la francesa Beatrice Dugand. Tras vivir los primeros años de infancia en Caracas, a los 9 años es enviado con sus abuelos paternos a Francia, donde ingresa al College Sainte Croix de Neuilly, donde había estudiado su padre.
Decidido a estudiar Medicina en París, en 1938, los aires de guerra lo llevan a dirigirse más bien a Filadelfía, Estados Unidos, donde obtiene un título, en 1942, en Biología y Química. Luego va a la Escuela de Medicina de la Universidad de Johns Hopkins (Baltimore, Maryland), donde se gradúa de médico en 1946. En los cinco años siguientes permanece en los Estados Unidos y se forma como investigador en varias universidades. En Harvard, donde estuvo entre 1948 y 1949, formó parte de equipos de investigación en las áreas de endocrinología, diabetología y nutrición.
En 1951 regresa a Venezuela e inmediatamente empieza a trabajar en el consultorio del doctor Francisco De Venanzi, quien también lo integra a la Cátedra de Fisiopatología de la Universidad Central de Venezuela (UCV), y al ejercicio de la medicina en el Hospital Vargas.
Entre 1952 y 1958, fundó y condujo el Instituto de Investigaciones Médicas, Fundación Luis Roche, donde investigaba sobre anquilostomiasis, bocio endémico y diabetes.
Roche fue director del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), que dio origen al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), que dirigió durante diez años. El IVIC tendría una estructura más amplia que su antecesor, puesto abarcaba desde las ciencias básicas (matemáticas, física, química y biología) hasta medicina y ciencias sociales (antropología, arqueología y sociología e historia de la ciencia). En el grupo fundador se contaron, además de marcel Roche, los médicos Luis Carbonell, , Miguel Layrisse, María Luisa Gallango, Tulio Arends y Carlos Martínez Torres (el tercero en esta gráfica), entre otros. Roche fue también, entre sus muchas y notables iniciativas, fundador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT).
Murió en Miami, el 3 de mayo de 2003. No sin haberse hecho acreedor, en 1987, del premio Kalinga que cinco años antes le había entregado la Unesco a Arístides Bastidas.
Carlos Martínez Torres
Muy sobrio, con camisa blanca, corbata, pisacorbata y un flux varias tallas más grande, observa la escena el científico Carlos Martínez Torres.
El doctor Carlos Martínez se había iniciado –explica la doctora Gioconda San Blas, presidenta de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela– en la Fundación Luis Roche trabajando con Marcel Roche y Miguel Layrisse en hematología.
“Cuando se fundó el IVIC, los tres pasaron a formar parte de su plantel de investigación. Martínez Torres quedó trabajando con Layrisse, (porque Roche se había encargado de la dirección del IVIC) con quien estudió las relaciones entre hierro y anemias. Con esos datos y otros más, Layrisse y Roche propusieron al gobierno nacional suplementar la harina de maíz con hierro y otros suplementos, lo cual fue aprobado en los años 80. Esa sencilla acción de política pública en salud hizo posible una reducción notable en las anemias que azotaban a la población venezolana. Hoy, la Harina Pan sigue manteniendo los suplementos de hierro, vitamina A y tiamina ordenados en aquel decreto de los 80, como puede leerse en la información nutricional del empaque de la Harina Pan”.
Es posible, pues, que la fotografía recoja el instante en que Marcel Roche apela a un recurso pedagógico para exponerle al periodista pormenores del estudio del
Anquilostomo, para lo cual diseñaron un aparato que permitía la observación y filmación del gusano que expolia la sangre de los pacientes. En el marco de este trabajo produjeron el documental “In vitro Studies of Ancylostoma caninum”, que en 1961 obtuvo la medalla de oro en la primera reseña de películas de documentación científica médico sanitaria del Centro Cultural Cinematográfico Italiano (Pavia).
Quién sabe si Arístides Bastidas fue a entrevistar a Marcel Roche y a Carlos Martínez Torres a propósito de este premio internacional a la película cuyo protagonista era el gusano causante de anemias en el medio rural venezolano. En este caso, la foto dataría de 1961 o 62.
No tenemos la fecha del fallecimiento del doctor Carlos Martínez Torres, lo que sí pudimos comprobar es que su nombre aparece citado en numerosas ocasiones en contenidos científicos sobre hematología en inglés. Quizá es otro gran venezolano olvidado por nosotros y recordado con respeto en otras latitudes.