Rolando Peña inscribiría su nombre en la historia del arte del siglo XX. Y no solo en Venezuela, donde sin duda tiene un lugar entre los pioneros de la expresión artística conceptual y performática. Pero aquí vamos a referirnos exclusivamente a este día de 1963, cuando Barbara Brändli apretó el obturador para congelar este instante.
Nacida en Suiza, pero fotógrafa venezolana porque fue en este país donde empezó a trabajar como tal hasta desarrollarse como la gran figura del lente que el mundo está reconociendo, Barbara Brändli tuvo una época dedicada a documentar las artes escénicas de Caracas. De entonces es esta imagen. El joven que mira en la dirección trazada por las flechas es Rolando Peña. Tenía 21 años. Había nacido en Caracas, el 27 de octubre de 1942. En ese momento acababa de empezar sus estudios de Arquitectura en la UCV. Portaba poco por las aulas, pero daba clases de danza contemporánea en el Teatro Experimental de Arquitectura, TEA, cuya sede estaba en el sótano de la facultad. Estaría en la facultad menos de tres años, tiempo suficiente para deambular por los pasillos y topar con su destino.
Un día entró a la Sala de Conciertos, donde ensayaban una obra de teatro. Quedó fascinado. Era el Grupo de Teatro de la UCV, dirigido por Nicolás Curiel e integrado José Ignacio Cabrujas, Álvaro de Rosón , Gianfranco Incerpi, Elizabeth Albahaca y Eduardo Mancera, entre otros. Con ellos se iniciaría en el teatro profesional, porque ya tenía una trayectoria en el teatro liceísta.
Rolando Peña hizo el bachillerato en el Liceo Andrés Bello, de Caracas, que tenía una impresionante tradición en la enseñanza del teatro. En 1948, el entonces ministro de Educación, Luis Beltrán Pietro Figueroa, miembro del gabinete del presidente Rómulo Gallegos, invita a Caracas a la pareja compuesta por la actriz Miroslava, hoy una leyenda, y su esposo, el director de teatro, también mexicano, Jesús Jaime Gómez Obregón, a quien Gallegos había conocido en México. En el curso de la visita, Prieto Figueroa le propone a Obregón la creación de la que sería la primera escuela formal de teatro en Venezuela, el Curso de Capacitación Teatral (CCT), que empezó a funcionar en el Liceo Andrés Bello. Poco después, el CCT se fue de allí, pero su génesis fue en el liceo y algo de su espíritu quedó allí. Ese mismo año, 1948, llega al país el bailarín mexicano Grishka Holguín, quien inmediatamente recibe una propuesta de su antiguo condiscípulo, Jesús Gómez Obregón, para enseñar biomecánica en la escuela de teatro. Lo más probable es que Holguín ignorara entonces que habría de ser una figura fundamental para la danza moderna en Venezuela y que en las líneas de su mano estaba escrito que moriría venezolano.
En 1958, Rolando Peña se descarriaba del salón de clases del Liceo Andrés Bello para vagar por allí. Un día pasó frente a la puerta del auditorio y el murmullo que provenía de su interior lo hizo detenerse. En el escenario, unos estudiantes pasaban letra ante Eduardo Calcaño, director del liceo y del grupo de teatro del Liceo. Rolando, que ya se había hecho muy amigo de Pancho Massiani, encontró a Ruddy Tarf y a Claudio Perna. O, más bien, se desencontró con este. Sentado en la última fila, con mucho cuidado de no molestar, Peña cuenta que su presencia fue de todas formas advertida por el profesor Calcaño, quien acababa de regañar por enésima vez a Perna cuya lectura del rol del sacerdote en “El convidado de piedra”, de Alejandro Pushkin, que es lo que estaban ensayando, no satisfacía al director.
Vuelto hacia el visitante, Calcaño le ordenó a Rolando que se acercara. Le preguntó su nombre y que si había hecho teatro alguna vez, a lo que el aludido respondió que no, pero que era su sueño. Calcaño le dijo a Perna que le diera el libreto a Peña y le indicó a este que leyera unos parlamentos. Al escucharlo, le preguntó si quería hacer ese rol y, antes de recibir respuesta, sacó a Claudio Perna y metió al recién llegado. Rolando Peña tenía 16 años y su vida dio un giro. Claudio Perna se fue indignado. Estuvo años sin dirigirle la palabra a Peña, hasta que este se fue a Nueva York y empezó a enviarle material informativo que creía del interés de Perna, como en efecto ocurrió. Terminaron siendo buenos amigos.
Un año después, en 1959, Rolando Peña se inscribe en la Escuela del Sindicato de Radio y Televisión para estudiar teatro. Recibiría clases de Román Chalbaud y de Rafael Briceño. Lo mismo hizo su condiscípulo Ruddy Tarf, quien al notar cierta torpeza en los movimientos de Rolando en las tablas, le dice que está tomando clases de ballet para mejorar su desempeño en el escenario. Rolando hacía gimnasia sueca con el profesor Rodríguez, en el parque de Los Caobos. “Para estar kiluíto”, recuerda 60 años después. Hacía paralelas, argollas y barras fijas. Llegó a representar a Venezuela en torneos continentales de gimnasia. Pero sí, era un poquito mostrenco y tenía la fantasía de llegar a ser un gran actor de teatro. Así que empezó a tomar clases en el Ballet Nacional de Venezuela, de las hermanas Contreras. “Que funcionaba”, dice, “en la avenida La Salle, en una casa muy grande, muy bonita. El director era Elías Pérez Borjas y Belén Lobo era una de las bailarinas de la compañía. Lo que queríamos era soltar el cuerpo y muy rápidamente nos usaron para un montaje de Pedro y el Lobo, con música de Prokofiev y coreografía de Graciela Henríquez. Fue la primera vez que aparecí en un espectáculo de danza. Nosotros hacíamos los cazadores. Graciela nos escogió porque según decía nos veíamos machos en el escenario. Fue una época preciosa”.
En 1960, asistió con este grupo al Festival Mundial de la Danza, en La Habana. De regreso de la gira, ingresó a la Escuela de Teatro del Ateneo de Caracas para recibir clases de Horacio Peterson. Y poco después entra a la Fundación de Danza Contemporánea, fundada en 1961 por el antes mencionado bailarín y coreógrafo,
Grishka Holguín, nacido en México en 1922, y la venezolana Sonia Sanoja. Sobre esta etapa, el dramaturgo José Ignacio Cabrujas dijo: “Rolando me aseguró que era actor accidental, pero sobre todo bailarín contemporáneo, […] lo suyo era la vanguardia y que por esa razón pertenecía al polémico grupo de Grishka Holguín, bailarines de pies sucios, enemigos de cualquier zapatilla y de esos que ensayan en mono y se arrastran por el piso elevando el torso cada vez que se refieren al infinito, o a la soledad, o a la bomba de hidrógeno o a la polución o a la mala vida”.
Rolando Peña no era, ni de lejos, el primer actor que acudía a Holguín para mejorar su presencia en escena. Según escribió Y. Medina López, en su blog Tintateatro Venezuela, ya antes les había dado clases particulares de danza moderna a Martín Lantigua, Guillermo González y Héctor Mayerston, entre otros.
Así llegamos a 1963. Al día en que se tomó esta foto. “Fue”, recuerda Rolando, “un mes antes de que yo me fuera a Nueva York por primera vez. Barbara sabía de mis planes, de mi gran deseo de mejorar, de ser un gran artista y que con esa ambición me iría pronto a los Estados Unidos a seguir mis estudios de danza. Ella fotografió mi futuro”.
La imagen fue captada en un salón del Museo de Bellas Artes. “El director del MBA, entonces, era Miguel Arroyo, el museógrafo más importante que ha tenido Venezuela”, dice Peña. “En la parte de atrás de atrás del museo había varios salones que se usaban como depósito. Las cajas donde se guardaban las obras de arte estaban muy bien ordenadas, tanto que quedaba espacio para que el grupo de danza de Grishka Holguín tomara clases y ensayara ahí. De hecho, solíamos presentarnos en el auditorio del MBA. Era parte del arreglo.”
El maestro Holguín dio unos minutos de descanso y Rolando Peña fue a recostarse en cajas de embalaje marcadas con flechas para indicar el correcto almacenaje de las piezas. La caja donde se apoyó el bailarín tenía una saeta dirigida al cielo, pero la de al lado apunta a unos remaches que parecen unas caritas. Una de hombre (con bigote) y otra de mujer con una boca que dibuja una O. En ese momento, Brändli entró, lo vio y le pidió que se quedara quieto. En esa posición, exactamente. Quería hacerle un retrato.
–Me parezco a mi madre –dice Peña-. Ella nació en Güigüe, estado Carabobo. Sus padres eran libaneses que llegaron a Venezuela en los años 40. Su apellido era algo así como Dinmonceff, al llegar se lo cambiaron y les pusieron Díaz. Con mi padre tuve muy poca relación. Se llamaba Salvador Peña Vásquez. Era de Trujillo. Entre lo poco que sé de él es que una hermana suya, llamada creo que Isabel, era maestra y una tarde, al salir de la escuela donde enseñaba, fue secuestrada por tres tipos que la violaron, la mataron y arrojaron su cuerpo a un barranco. Identificados los asesinos, fueron juzgados y encarcelados. Un día, mi padre, disfrazado de sacerdote, y un hermano suyo que era médico, entraron a la cárcel con una excusa y dos pistolas ocultas, y acribillaron a los tipos. Ahí mismo, en el penal. Salieron de allí esposados rumbo al castillo de Puerto Cabello, donde estuvieron dos años presos”.
Unas semanas después de haber sido tomada esta foto, Rolando Peña se fue al norte por tres meses. Había ganado una beca del Ministerio de Educación para hacer un curso intensivo ni más ni menos que en la Martha Graham Dance School. Sería una primera incursión en Nueva York, ciudad a la que regresaría en 1965 para instalarse hasta 1972. Pero esa es otra historia. “Martha Graham todavía estaba activa en la academia. Un muchachito de un país que nadie conocía, vestido de negro, cosa que entonces nadie hacía, ahí, tomando clases con la legendaria Martha Graham”. Rolando Peña empezó a vestirse íntegramente de negro desde los 14 años. “Mi mamá no me dijo nada. Era muy libertaria y no se metía conmigo.”
Esta imagen forma parte de una serie en la que aparece Peña en escena haciendo pareja con la bailarina Ofelia Suárez, dirigidos por Holguín. Esa foto es famosa porque ilustró una entrevista que le hicieron al llamado Príncipe Negro en Dance Magazine, entonces la publicación especializada en danza más importante del mundo. Hasta ese momento, ningún venezolano había aparecido en esa revista. Y salieron dos, fotografiados por Barbara Brändli.
Rolando Peña vive en la actualidad en Miami con Carla, su compañera y musa. Grishka Holguín murió en Caracas, el 30 de julio de 2001.
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