Carlos Andrés Pérez en la I Cumbre de la OPEP, en Argel

Fecha de publicación: abril 26, 2015

Esta fotografía, cuyos colores parecen haber sido desalojados por un rojo que no admite matices ni diferencias, fue tomada para perdurar porque recogía un gran momento. Muy probablemente el desconocido fotógrafo que la captó hubiera apostado a que su imagen estaría presente en la imaginación del país y que sus tonos tendrían una vida tan larga como los vitrales de las iglesias. No ha sido así. Ya casi nadie recuerda este día y la foto nos sale al paso porque está en la colección de la Fundación Fotografía Urbana.

En el centro, dueño del podio, está Carlos Andrés Pérez. Hace un año y tres meses que ejerce la Presidencia de Venezuela. Tiene 53 años y muchas razones para considerarse un auténtico líder del Tercer Mundo. Ha llegado a Argel, llamada “la blanca”, por el aspecto de sus edificaciones vistas desde el mar. Es la capital de Argelia, donde el 4 de marzo de 1975 se celebra la Primera Cumbre de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), coalición en la que Venezuela tiene un papel muy relevante.

La OPEP, que es una organización intergubernamental, había sido fundada en Bagdad (Irak) en 1960, por iniciativa del gobierno de Venezuela, más específicamente del entonces Presidente Rómulo Betancourt, su ministro de Minas e Hidrocarburos, Juan Pablo Pérez Alfonzo, y el ministro de Petróleo y Recursos Minerales de Arabia Saudita, Abdullah al-Tariki. Los países fundadores fueron Arabia Saudita, Irán, Kuwait, Iraq y Venezuela. En aquel momento, Venezuela tenía la mayor producción petrolera de los cinco miembros fundadores, así como la mayor tradición en la explotación del recurso. Por tanto, era uno de los más afectados por la manera como se manejara el negocio.

No es casual que fuera un venezolano, Pérez Alfonzo, quien dejara establecido que se necesitaba “un instrumento de defensa de los precios para evitar el despilfarro económico del petróleo, que se agota sin posibilidad de renovarse”. El instrumento apuntaba, muy concretamente, a pararles las patas a las grandes compañías petroleras internacionales, que controlaban el negocio desde su superioridad en todos los eslabones de la cadena: desde exploración hasta el mercadeo; y pretendían bajar los precios.

Habían transcurrido, pues, quince años de funcionamiento del organismo y sus miembros no se habían visto las caras. Los precios del crudo habían tenido un alza notable a raíz de la crisis del petróleo de 1973, debido a la decisión de los países árabes de no exportar petróleo a los países que hubieran apoyado a Israel durante la guerra del Yom Kippur, que enfrentó a aquel con Siria y Egipto; y esto había dado la oportunidad de comprobar en los hechos no solo la vital importancia de los hidrocarburos sino el impacto que el cese de su suministro podía tener en las economías del mundo industrializado. Había quedado muy clara la gran dependencia de los países desarrollados con el oro negro. En 1973, los árabes exportadores se reunieron en Riad para acordar secretamente el uso del “arma del petróleo”. Esta no era la posición de Venezuela, cuya voz era escuchada con respeto.

“No es un arma, es instrumento de paz” 

Esa primera cumbre de la OPEP se conoció oficialmente como “Conferencia de Soberanos y Jefes de Estado” y se anunció a los cuatro vientos que su propósito era redefinir el papel de los productores de petróleo en el juego Norte-Sur y, en definitiva, echar las bases para un nuevo orden Económico Internacional. De hecho, su lema en aquel momento fue: “La OPEP es el escudo del Tercer Mundo”. Los mil delegados que llegaron a Argel para participar en las diversas sesiones iban dispuestos a fundar una épica.

Los cintillos publicitarios insertados por Acción Democrática en las publicaciones de la Cadena Capriles de esos días expresan el espíritu con que el tachirense llegó a Argel: “Venezuela representada en la OPEP por el Presidente Carlos Andrés Pérez lucha por los derechos de los países productores de petróleo a ser dueños de su propio destino”.

Tan imbuido estaba de esta misión y tal era su entusiasmo de llevarla a cabo, que Pérez, incapaz de contener sus bríos, se fue caminando desde la residencia que le habían asignado los argelinos hasta el Palais Des Nation, recinto donde se celebraría la Conferencia. La prensa de la época recogió una gacetilla que reprodujeron miles de medios, donde se dejaba constancia de que Pérez había sido el más aplaudido durante la inauguración de la reunión en Argel.

“El Presidente Pérez fue aplaudido por la multitud que se agolpaba detrás del increíble cordón de seguridad, a pesar del cual algunas personas lograron estrechar la mano del presidente venezolano”.

De regreso a Caracas, el cintillo publicidad de Acción Democrática pregonó: “Nuestro presidente lo ratificó en Argel: somos amigos de todas las naciones del mundo. El petróleo no es un arma, es un instrumento de paz”.

Y así lo recalcó el propio Presidente en entrevista con el periodista de Últimas Noticias, Ángel Mentado, quien tituló: “Carlos Andrés: Regreso no con un parte de batalla sino con un mensaje de paz”.

“El crudo es de la humanidad” 

–La conferencia ha sido un ejemplo para el mundo, –declaró Pérez en su exitoso retorno- porque ha comenzado a escribirse una nueva historia para la confraternidad internacional. Los países en desarrollo, los países no industrializados, usando como instrumento las materias primas que producen, entre ellas el petróleo, y que han sido o fueron objeto de las manipulaciones en los grandes centros del poder, se han articulado en una sola voluntad, no para imponer condiciones de predominio sino para hacer respetar integralmente los derechos de la humanidad y su bienestar.

Explicó con un ostensible tono pedagógico que en la conferencia de Argel se había sentado en torno a la mesa de discusión países de tres continentes: América Latina, Asia y África. “Por primera vez en la historia del mundo, los Soberanos y Jefes de estado de los países en desarrollo de sientan a deliberar, no para escribir proclamas o para expresar solamente buenos propósitos, sino para definir una conducta, con una instrumento de negociación en las manos, porque no disponíamos de ninguno y no éramos oídos”.

Lleno de esperanza y convencido de que era protagonista de un hito histórico, le dijo al periodista que lo que acababa de ocurrir suponía “la incorporación del Mundo pobre al reclamo efectivo de sus derechos y de sus prerrogativas de seres libres. Hasta ahora los instrumentos de negociación habían estado en manos de un solo grupo de naciones, las desarrolladas, las industrializadas como las materias primas y con el trabajo de los países pobres y débiles y no se había podido crear un equilibrio que estableciese justas normas de cooperación internacional fundamentada en la igualdad de derecho de todos los países en la confraternidad humana”.

–En Argelia –aseguró eufórico– los países petroleros proclamamos que el crudo le pertenece a la humanidad en la misma medida en que el bienestar es un derecho de todos los pueblos de la tierra. En Argelia los países petroleros nos comprometimos a mantener una sólida unidad para programas nuestra actividad en función de la defensa de las materias primas de todos los países en desarrollo, en función de los derechos a obtener las manufacturas, los bienes de capital y las transferencias de tecnología en condiciones de igualdad, de equilibrio con los precios que nos paguen por el petróleo y por las demás materias primas. En Argelia nos pusimos de acuerdo en coordinar los planes financieros de inversión en favor de los países en desarrollo, porque el petróleo primero es nuestro, después es de nuestros hermanos los países desarrollados y en nuestro caso es de América Latina”.

Como es sabido, ese ánimo inclusivo y conciliador cambió con la llegada de Hugo Chávez al poder. El papel de Venezuela en la OPEP disminuyó y en la actualidad es un factor declinante, ideologizado y subalterno a las posiciones de Irán, que siempre endosa.

Pero siempre nos quedan fotografías como esta para recordar que, pese a los saltos y las perturbaciones, siempre hay una tradición de la que podemos sentirnos orgullosos y cuyas mejores enseñanzas podemos retomar.

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