De quince personas que aparecen en esta gráfica, propiedad del Archivo Fotografía Urbana, sólo una mira al fotógrafo. Todos los demás parecen concentrados en algo que está más allá, en la charla que comparten (¿en peligros que sienten acechar?). Apenas uno se ha percatado de la presencia del reportero gráfico y, al dedicarle toda su atención, le tributa una pose enérgica y exultante que paradójicamente le otorga al momento el dramatismo con que lo percibimos hoy.
Como es sabido, los finales reorganizan las historias. El día que fue publicada esta fotografía del maestro Tom Grillo, en El Nacional, lo que vieron los lectores fue la acostumbrada estampa briosa de Carlos Andrés Pérez, satisfecho por completar la faena tantas veces blasonada en la triunfalista campaña electoral de la víspera.
Ahora, a casi tres décadas de aquel día, ya muerto Carlos Andrés (en una muerte que él hubiera preferido distinta, no sólo porque acaeció en el exilio sino en la mayor soledad) y sumido el país en una debacle que ya entonces había comenzado a gestarse, lo que vemos es un hombre aislado de la realidad, concentrado en sus fantasías y en su propio mito. Feliz por no se sabe qué… acaso por un sueño que hubiera sido brillante realidad si el infortunio y la maldad no se le hubieran a travesado y si él no se hubiera cegado ante su avance y su saña.
Vemos un titán insumergible.
Acaba de concluir una ceremonia de Estado que ha colmado la inmensa Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, con dignatarios de medio mundo como invitados. Y ahora se dirige al país, como si acabara de advertir su presencia, y lo saluda con gesto un poco sobreactuado. ¿Presiente que ya ha comenzado a perder su favor? Parece imposible en ese momento, pero es lo que ha ocurrido. Nada más concluir el acto de toma de posesión, el contador de popularidad había dado un salto e iniciado el descenso.
Y nadie se lo advierte. Todo el mundo está en lo suyo.
Los escoltas civiles echan ojo en los alrededores, no sea que vaya a saltar una liebre de donde menos se espera, algún loquito. Los militares están tranquilazos, departen de lo más relajados y presumen de mentón. Es como si estuvieran convencidos de que este segundo mandato de Pérez repetirá el prodigio de su primer ejercicio presidencial, cuya tersa superficie no se vio alterada por desórdenes de naturaleza castrense. Todo lo contrario del gobierno de Betancourt, quien no debe haber dormido una noche completa, dada la frecuencia y furor de las asonadas que los uniformados cogieron de maña.
Nada de eso.
En aquella administración precedente (1974-1979), la calma y el acatamiento constitucional habían reinado en los cuarteles. Tampoco hubo sobresalto de cuño guerrillero: esos ya campaneaban la pacificación en los salones y en el Parlamento.
Una mujer vestida de blanco
La comitiva presidencial está saliendo de la toma de posesión de su segundo mandato. Es 2 de febrero de 1989. Carlos Andrés tiene 66 años y está persuadido de que hará un gobierno extraordinario, histórico. Todo su vigor estará concentrado en vencer en pulso a la historia y abatirle el brazo contra la mesa, como en un bar de puerto.
Quienes lo rodean ese día parecen no haberle comprado los abonos a la gloria. “Ya saben cómo es él”, parecen decir. “Respiremos hondo, porque éste nos va a tener del timbo al tambo. Suya será la responsabilidad por esta reedición de los delirios del faraón”.
Pero a un escaso metro un ángel se abre paso. ¿Viene con una advertencia? Trae un sombrero de paja que enarbola, decidida a no permitir que lo estrujen. Debe ponérselo. ¿Es un talismán? ¿Es una prenda mágica que permite, a quien la usa, ver con claridad y admitir que el amor de las masas puede esfumarse en cuestión de horas y que sí hay enemigos mortales, capaces de alcanzar incluso al príncipe en la cumbre? La mujer, que no es Blanca de Pérez, la prima hermana desposada y relegada luego al escaparate de las mujeres consanguíneas, trae el sombrero y un papel doblado. ¿Es una invitación lograda con quién sabe cuántas zalamerías o es un mensaje cifrado? “¡Presidente, la calle se le ha volteado! La calle tiene celos de este mar de fluxes, de estos tequeños a mansalva, de estos jefes de Estado extranjeros que dan ruedas de prensa y nos miran con condescendencia. Presidente, los horóscopos están puyados…”.
Nadie sabe si la mujer llegó hasta el Presidente. Me dicen que no. Porque está a punto de topar con Orlando García, que era un muro y no comía de requiebros ni de sombreros bordados por manito morena. Y, además, en segundos la escalera mecánica del Complejo Cultural Teatro Teresa Carreño pondrá al flamante jefe en el piso y la historia echará a andar.
¿Quiénes son?
Como es costumbre en estas notas, los nombres y referencias que expondremos constituyen una invitación a los lectores para que enmienden, completen y desmientan las inexactitudes y vacíos en los que pudiéramos incurrir.
Las identidades de quienes aparecen en la fotografía han sido reconstruidas con el aporte de numerosas fuentes. Apuntaremos los las identidades de abajo hacia arriba.
Líneas 1: en el extremo inferior, de perfil, es un escolta civil, de apellido Márquez.
Línea 2: es Ignacio Betancourt, Secretario de Giras del candidato Pérez. Entonces era estudiante de Derecho y militante de Acción Democrática.
Línea 3: con lentes, el Jefe de Protocolo del Ministerio de Relaciones Interiores. A la derecha, de pelo blanco, Omar Pérez Yépez, Jefe de Protocolo del Congreso.
Línea 4: Coromoto Rodríguez, funcionario de Disip. En la actualidad, Rodríguez, Jefe de seguridad de Henry Ramos Allup, Presidente de la Asamblea Nacional, está preso sin que se sepa por qué. Fue detenido el 19 de mayo de 2016 después de que Nicolás Maduro dijera que es “un torturador de Acción Democrática”. Por varias semanas ni los familiares ni el abogado de Coromoto Rodríguez han tenido información de dónde tenían a quien fuera escolta del presidente Pérez.
Línea 5: Carlos Andrés Pérez, presidente constitucional de Venezuela.
Línea 6: el hombre de lentes oscuros y barba clara es Orlando García, jefe de escoltas civiles de Pérez.
Línea 7: justo detrás del Presidente está el Jefe de la Casa Militar, General de Brigada Oscar Esdras González Beltrán. A su derecha, detrás de Orlando García y tapado por éste, se encuentra un teniente coronel del Ejército, también edecán del Presidente, no identificado.
Línea 8: Juan Antonio Paredes Niño. Había sido piloto del avión presidencial durante el primer gobierno de Pérez. En este momento es subjefe de la Casa Militar. Paredes Niño era hijo del General de División Fernando Paredes Bello, comandante general de la Aviación y luego Ministro de la Defensa en tiempos del primer gobierno de Carlos Andrés. El Presidente Luis Herrera Campins lo ratificó en su cargo, hasta que pasó a situación de retiro, y luego lo designó embajador en Francia, donde murió a causa de un infarto. Juan Antonio Paredes Niño, su hijo, quien aparece en la foto, también fue General de División y Comandante de la Fuerza Aérea. Fue hecho preso en los dos golpes de Estado del año 1992.
Línea 9: de izquierda a derecha: el entonces Teniente Coronel Vladimir Filatov Riabkov. Al momento de la foto es edecán de Pérez. En 1999 va a ser comandante de la Aviación Militar de Venezuela. A la derecha, el oficial cuyo brazo coge la mujer, es el Teniente Coronel Freddy José Alcázar Weir. Para el año de 1998 y hasta febrero de 1999 será Comandante General de la Guardia Nacional. Según Luis Manuel Esculpi, murió en 2002, ya retirado, en un accidente automovilístico, viajando hacia su pueblo natal Caripito. En el extremo derecho, la mujer quien, al decir de alguien que estuvo allí, era “una fanática que perseguía a Pérez por todas partes. Ya el personal de Seguridad la conocía”.
Línea 10: el marino puede ser el entonces Capitán de Fragata Julio Alberto Peña Acevedo o el entonces Capitán de Fragata Álvaro Martín Fossa. La diferencia no es poca: mientras el primero ha tenido importantes posiciones después de 1999, el segundo se deslindó radicalmente del gobierno de Chávez y de sus métodos.
Línea 11: un escolta civil no identificado.