Cuando Kiko Mendive se la pasaba con sirenas

Fecha de publicación: octubre 23, 2016

Kiko Mendive era un músico cubano muy famoso en México en los años 50. Pero muy famoso. Actuaba en el cine compartiendo cartel con las estrellas. Aparecía en pantalla bailando con Tongolele, María Antonieta Pons, Amalia Aguilar, Ninón Sevilla y Rosa Carmina, espléndidas rumberas, que le arrimaban los encantos, casi lo prensaban con los muslos  y le hacían carantoñas como a un primito inofensivo. Cantaba en los cabarets de moda. Tocaba en las mejores orquestas y era incluso fundador y accionista principal de grupos de cierto éxito. Y un día, en 1956, dejó todo eso y se fue a Venezuela. En este país continuó un tiempo como figura de primer orden, pero luego comenzó a declinar hasta terminar más como payaso que como comediante, en Radio Rochela, donde el dispositivo de los chistes era la flacura de su estampa (especialmente, de sus piernas) o su falta de gracia física cuyo correlato debía ser, siempre según esta caricatura, un talante oportunista, bellaco, de eterno perdedor.

Cuesta relacionar el Kiko Mendive de sus últimos años, o quizá deberíamos decir de sus últimas tres décadas, con el que floreció en México hasta codearse con las grandes luminarias de la Cuenca Caribeña, mítico club que integraba por mérito propio. Venezuela no le sentó bien. Fue una mala compañía. Baste tomar en cuenta que su filmografía, íntegramente rodada en tierras mexicanas, es de 29 títulos. Exactamente hasta 1956. Después de eso no se volvió a poner frente a una cámara de cine. Y es posible que en Venezuela no se apreciara tampoco su excepcional talento musical: Kiko Mendive era tremendo bailarín, más allá de las tijeretas que hacía en sus amagos de baile para los programas cómicos, y un gran cantante. Perfectamente comparable al magnífico Orlando Guerra “Cascarita”, de quien a veces le sentimos destellos.

¿Qué pasó con todo eso? ¿Por qué abandonó aquella trayectoria que prometía ir a más para marchar a un país que no tenía la industria cinematográfica de México ni su vida nocturna ni, definitivamente, sus mercuriales rumberas?

La respuesta no la ha dado la historia sino la literatura. El escritor venezolano Ibsen Martínez conjetura, en su novela Simpatía por King Kong (Editorial Planeta, Caracas, 2013), que la razón que llevó a Kiko Mendive a abandonar su terreno y a huir a un lugar donde todo estaba por verse fue la traición de una amigo. Específicamente, Dámaso Pérez Prado, a quien El muñeco de chocolate había ayudado a salir de Cuba e instalarse en México, e incluso a ubicarlo en orquestas y medios influyentes, para luego recibir la puñalada trapera que supuso la grabación de un número que pertenecía a Kiko Malanga como si fuera de Pérez Prado. Y la pieza usurpada era nada menos que Qué rico el mambo (también citada como Mambo Jambo). Según narra Martínez, el supuesto robo supuso “uno de los episodios estelares de la perfidia, la deslealtad y la defección en Hispanoamérica”.

Cecilio Francisco Mendive Pereira nació en La Habana el 22 de noviembre de 1919 en el humilde barrio de Los Sitios. En Youtube hay una selección de sus actuaciones, como cantante, bailarín, actor, coreógrafo y, en general, gran figura del mambo. En Venezuela ¿se le recuerda? como actor cómico realengo de buenos libretos.

La lista de las agrupaciones que integró o con quienes cantó es muy larga y llena de luminarias. En 1941 salió de su natal Cuba para no volver a vivir nunca más allí. Cabe imaginar que ya entonces había fraguado su personalidad artística, una mezcla de faramallero con gran músico. Los escasos perfiles que circulan en internet cuentan que en 1952, estuvo en Caracas con Noro Morales y Olga Guillot, literalmente, otros bárbaros del ritmo. Y volvió a México. Pero ya se ve que las presentaciones en radios y en locales nocturnos caraqueños le dio la idea de que aquel era un lugar propicio para la inmigración. Así que volvió en 1956 para quedarse por el resto de su vida.

En Venezuela repitió la andadura que había trazado en el coloso azteca, pera a la escala venezolana. Trabajó, eso sí, con los grandes: Luis Alfonzo Larrain, Eduardo Cabrera, Aldemaro Romero, Chucho Sanoja, Porfi Jiménez, e incluso grabó un disco con Felipe Pirela. Hasta que un día encalló en Radio Rochela, espacio de RCTV, donde se cansaron de desperdiciarlo. Bueno, todo el país desconoció su talento: en Wikipedia dice que “trabajaba frecuentemente en el Teatro Chacaito, donde se presentó por última vez en la obra bufa La Madam se alborotó, de Enrique Salas”.

–La traición –anotó el periodista Albinson Linares en su entrevista a Ibsen Martínez– que sumió a Mendive en una depresión artística de la que jamás pudo recuperarse y trajo sus huesos a Venezuela. Acá se convirtió en una caricatura de sí mismo que podíamos ver todos los lunes en la noche al sintonizar Radio Rochela con personajes chuscos como “Casanova de los 90” y el “Gourmet”.

“Es la historia –resumió el novelista– de un perdedor encantador. No sé en qué momento decidí que un personaje así no podía morir como el Kiko de la vida real que falleció de mengua y olvido en 2000”.

Efectivamente, canceló el mambo el 5 de abril de 2000, en el Hospital Universitario de Caracas.

En esta foto lo acompaña una sirena como las que lo envolvían en sus más íntimos perfumes mientras le bailaban alrededor. Sólo que ésta es mucho más recatada. Casi seguro, venezolana.

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