En el marco de la muestra Fotografía reveroniana: la construcción de un personaje, expuesta en la Sala El Archivo del Centro Cultural UCAB, se llevó a cabo el pasado 2 de julio una proyección del documental Reverón (1952), de Margot Benacerraf, como homenaje a la cineasta, quien forma parte de la exhibición gracias a la alianzas con la Fundación Audiovisual Margot Benacerraf. En este acto el doctor Gustavo Hernández Díaz, profesor y director del Instituto de Investigación de la Información y Comunicación de la UCAB, leyó un texto de su autoría sobre el filme que hoy tenemos el gusto de compartir.
Reverón, dirigida por Margot Benacerraf, se estrenó en 1952. También se me ocurre titularla: «Cuando la dama Margot perdonó a las muñecas de Reverón», en referencia a un episodio muy singular que vivió la cineasta con el propio artista.
Este documental explora la vida y obra del reconocido artista venezolano Armando Reverón, centrándose en su proceso único de autorretrato y en su rutina diaria.
¡Es un día en la vida con Reverón!
La película ganó el primer premio al mejor documental de arte en el Primer Festival de Películas de Arte realizado en Caracas en 1952, y fue muy aclamada en los festivales de Berlín y Edimburgo, en 1953.
En el siglo XXI el documental Reverón cumple setenta y dos años y sigue cautivando a los amantes del séptimo arte.
La obra de Reverón no se limita a ser una simple pintura o película. Es un portal a un universo espacio-temporal que invita a la reflexión y el rejuvenecimiento del espíritu. Experiencia sensorial: «olor del mar en la imagen». Introspección profunda similar a la que provoca un buen libro, una fotografía o cualquier otra expresión artística.
El blanco, en la visión de Reverón, es el renacimiento del ser, viaje sin ataduras hacia lo desconocido. Bien lo afirma Juan Liscano: «Reverón (…) vuelve a comprobar, pero por las vías de la creación pictórica, el experimento del disco en movimiento de Newton (…) el blanco devora los demás colores en determinadas circunstancias dinámicas.»1
La decisión de Reverón de retirarse a El Castillete, en Macuto, y vivir en relativa austeridad junto con Juanita, su leal compañera durante treinta y cuatro años, puede verse como un acto genuino en su arte y un escape de las distracciones del mundo exterior.
Margot se sintió profundamente atraída por la esencia del ser «reveroniano»; convergencia de las musas canónicas: Calíope (poesía), Talía (comedia) y Melpómene (tragedia). Por esta razón, la cineasta, con su mirada aguda y sensible, logra capturar la esencia de la vida en El Castillete explorando la cotidianidad de la pareja con la «metódica y melódica» de una antropóloga cinematográfica.
Como ella misma expresa:
«Quise mirar la vida haciéndose, una y otra vez, en la luz (…) Yo no sé dónde termina el cine y dónde la poesía en lo que yo hago (…) no basta con graduarse de cineasta o conocer a fondo la técnica. Es preciso conocer al hombre en su imaginación y en su pensamiento: la pintura, la poesía, la música, la literatura, el teatro, la historia.»2
Lo mismo dirá el escritor venezolano José Balza en su ensayo «Análogo, Simultáneo. (Sobre los objetos de Armando Reverón)»:
«Ninguna de aquellas obras sobre el artista (…) podría agotar las diversas perplejidades que suscitan su vida y su obra, sin embargo, por eso sería recomendable leer y ver todo, conocer al máximo cuanto nos refiriera a Reverón: quizá así algo tangible pueda ser obtenido para orientarnos sobre tan densa y compleja conducta.»3
A lo largo de la película podemos identificar tres momentos clave que revelan la progresiva conexión entre Margot y Reverón:
- Un acercamiento distante: Margot describe detalladamente el entorno de El Castillete: la Torre y la vigilia, las palomas, las gallinas, mujer lavando en la batea, la laguna, paredes de piedra; el ecosistema vegetal es la antesala del mundo interior, el mono Pancho salta en su jaula.
- El vínculo emocional: La cámara nos lleva al interior de El Castillete: la directora Margot y su fotógrafo Boris exploran el mundo paralelo de Reverón. En la exploración fílmica Juanita duerme plácida en su chinchorro, los utensilios de cocina, vasijas, platos, el teléfono de Reverón a la espera de la llamada final, la jaula de los once pájaros, Juanita pilando y aparecen las máscaras.
¡Las máscaras susurran entre ellas la presencia de seres ajenos a la movilidad «reveroniana»! Alertan a alguien más.
Y José Balza nos advierte:
«Han aparecido las muñecas de Reverón. Elijamos ésta, de pelo negro, liso y largo; con uñas pintadas y pulseras. En la cintura un pañuelo rojo, y adornos de papel y mecate. Elijamos aquélla, con pañuelo también rojizo en la cabeza, sobre la estopa del pelo rubio. Su sexo: abierto, oferente; indicando los túneles de un erotismo muy firme. En ambas, carnes pálidas, estaturas normales en nuestra población; en ellas, senos y cuerpos armoniosos, pero reservando siempre un vago índice de horror: como si su existencia nunca pudiera ser completamente ficticia o completamente real; en ambas, cálida ambigüedad expresiva: a punto de rechazarnos o de aceptar todo: a punto de entregarse a la indiferencia o al asombro. En ambas caras, las líneas generales de un mismo rostro: el del propio Reverón.»4
- Y en el tercer momento cristaliza el vínculo filial entre Margot y Reverón. Podría describirse como el episodio más lleno de amor por la vida entre dos seres que se respetaban y se querían mutuamente. Hoy: el artista aparece en plano general y se abre paso entre sus muñecas protectoras. Hoy: Reverón se representa frente a un espejo roto: su imagen se multiplica en diferentes versiones y colores de sí mismo, azul, blanco y sepia. Allá está La Cueva, acá Uveros y el Amanecer desde Punta Brisas, Caraballeda. Fragmentación y perspectivas traducen la complejidad del yo «reveroniano». Es la riqueza de la experiencia humana. Hoy: Reverón sin el bejuco ajustado a la cintura, vale decir, racionalidad e instinto ya comulgan. Tampoco se asilará del mundanal ruido, colocándose tacos de madera en sus oídos. Hoy: Margot nos pinta un encuadre sosegado para el artista que autorretrata su ser. Hoy: vivimos un día con Reverón, marcado por la energía soleada de la mañana y la quietud del atardecer. En esas últimas horas de lucidez acompañamos al artista en un viaje introspectivo hacia los confines de su conciencia.
Margot describiría este momento de lucidez «reveroniano»:
«La relación con Reverón fue muy bella, fue primero de amistad, de mucha confianza, convivimos mucho tiempo por la filmación, prácticamente juntos, y Reverón aceptó una cosa muy difícil para un pintor, es que lo yo lo dirigiera. Instintivamente me acerqué a él rodeando la casa, rodeando el taller hasta que lo cerqué sentado pintado este último autorretrato entre los espejos, es uno de esos momentos que él está buscándose en el espejo, se dispara la retrospectiva de toda la obra de Reverón. Y empieza aquella lucha con la luz porque es un problema de pelea por la luz que tiene Reverón, y felizmente que se enfrenta él a la luz y termina con esa teoría falsa de que la pintura tropical es de colores fuertes; mentira no puede ser, estás completamente enceguecido porque la luz no te deja ver que es el gran hallazgo de Reverón, Reverón frente al sol, frente a frente.»5
Reverón, pintor de la luz que se atrevió a desaprender. La Academia de Bellas Artes de Caracas y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, brindaron intuiciones y técnicas; sin embargo, su espíritu angustiado lo impulsó a indagar nuevas formas de expresión. Su viaje a París lo expuso al impresionismo y a otras vanguardias que florecían en ese momento. Su vida artística estuvo marcada por un proceso de constante reinvención y ruptura con la estética convencional.
Podríamos especular que la genialidad en Reverón se manifestó a través una genuina transformación interna producto de:
«… una desidentificación con ese ego que uno ha sido sempiternamente y cuando esto es real y profundo esta irrupción del Ser trae consigo cambios sustanciales en la vida de uno, sobre todo en lo que respecta a la manera como uno estaba instalado antes.»6
He dicho que la cineasta Margot expresa de manera única su visión del cine en un «mirar la vida haciéndose», lo cual puso en práctica al realizar el documental sobre Reverón. «Mirar la vida haciéndose» insinúa una estética del movimiento: luz que nos enceguece para mirar de otra manera, el «hacer-haciéndose» es el continuo gerundio que representa la vida.
Evoquemos las pinceladas impresionistas de Margot: movimientos de cámara delicados nos pasean por El Castillete: complexión íntima de la poética visual de Reverón. Un plano a sus ojos. Sus ojos incorporados a la luz del litoral, inabarcable y enceguecedora. Lejos vemos a Reverón en un bote absorto en su pintura, quizá pensando en Juanita, en las muñecas pecadoras o en su gran amigo Nicolás Ferdinandov, quien lo motivó a desaprender. En esta fiesta de imágenes se incorpora la banda sonora híbrida que combina la música atonal académica de Guy Bernard, con ritmos indígenas y afrovenezolanos.
Estos tres momentos íntimos que vivimos con Reverón, gracias a la visión cinematográfica de Margot Benacerraf, me lleva a evocar los planteamientos de Humberto Valdivieso plasmados en su obra: La movilidad del presente. Estética, espacio y tiempo en la contemporaneidad7:
«Reverón no debe ser detenido en la frontera del individuo biológico o psíquico, ni a la firma sobre el lienzo. Él es la totalidad del juego de discursos desplegados después de aquel salto. Es el cúmulo de relaciones simbólicas particulares, producidas durante la fusión. La obra no es la pintura, la muñeca o la pajarera, sino los nexos que nos hablan de un espacio plástico extendido, multiplicado y en fuga hacia todas las direcciones de su propio acontecer en el arte. Esto lo convierte en un artista contemporáneo, en el más contemporáneo de todos los venezolanos de su momento.»8
¿En qué momento Margot perdonó a las muñecas de Reverón? ¿Estaremos hablando de otra película? ¿O estaremos explorando la sensibilidad de la cineasta Margot tras bastidores, algo así como si fuese el cine dentro del cine, La nuit américaine de François Truffaut? ¿O es una epifanía experimentada intensamente por esta pionera del cine venezolano?
Dejemos que sea Margot quien aclare estas preguntas:
«En la última noche hubo un momento bello, El perdón de las muñecas. Tengo que decirte que en un momento de lucidez, un día que él vio que yo estaba arreglando el cuadro y las luces me dijo: «Déjame ver por ese huequito de la cámara». Se metió y vio y me dijo: «¡Es como la pintura!». Fíjate qué belleza. Ese momento me impresionó mucho (…) La noche que terminamos el autorretrato, ya eran las 3 de la mañana y había algo absolutamente misterioso y mágico, todas las muñecas iluminadas. Y Reverón me dijo: «Margocita, ¿yo me porté bien? Muy bien Reverón, fuiste muy colaborador». Y me dijo: «Ahora tú vas a tener que perdonar a las muñecas» porque ese va a ser el final, el perdón de las muñecas y sacó una sotana hecha en papel maché y un bonete de cura. Y heme allí, a las 3 de la mañana, con el ruido del mar de fondo, las cigalas y yo vestida de cura. Descolgó todas las muñecas y las arrodilló como si fuera el atrio de una catedral. Y yo tenía que pasar entre las muñecas y perdonarlas. Entonces me decía: «Esta es la más pecadora de todas. Esta es Menequir, la princesa oriental, tienes que perdonarla». Y yo iba y volvía y hacía lo que él quería. Pero además él quería que eso fuera filmado y que con esa escena terminara la película. Yo veía con desesperación a Boris, el camarógrafo, pues nos quedaba unos metros de película y teníamos que filmar a la mañana siguiente unas tomas en exteriores. Y pensaba qué hacer. La guiñé el ojo Boris, empezó a tomar fotos; felizmente quedaron imágenes (…) En el cine Junín, que era el cine más grande de Caracas en aquella época, el año 1953, nos sentamos Reverón, dos enfermeras, atrás el médico Báez Finol y yo. Se quedó impávido. Al final se encendieron las luces y el médico le dijo: «Reverón, ¿qué piensa? ya se terminó». Y Reverón le contestó: «Margocita sabe que la película no está acabada». Se acordó exactamente de lo que él quería, que había que tener un perdón de las muñecas.»9
Ciertamente, el «perdón de las muñecas» no aparece en el documental. ¿Será que Margot y Reverón acordaron que nosotros perdonáramos a las muñecas? ¿Será que la inolvidable Juanita desea continuar posando como una de Las Hijas del Sol? ¿Por qué no considerar que el perdón será siempre una escena pendiente en nuestras vidas, que a la postre nos libera y nos ayuda crecer como seres humanos? Al menos siento que salgo redimido de esta experiencia artística, porque hablar y escribir cura en tanto nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos. En definitiva: Margot y Reverón han sembrado el perdón en nuestras almas.
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Notas:
- Véase: Revista Zona Franca (Caracas, 1964), año l, n° 3. Número extraordinario sobre Armando Reverón, p. 10. ↩︎
- Véase: «Crónica cinéfila: a propósito del Día Nacional del Cine (y 5)», consultado el 27-5-2024: https://www.ciudadvalencia.com.ve/cronica-cinefila-a-proposito-del-dia-nacional-del-cine-y-5-por-mohamed-abi-hassan/ ↩︎
- Balza, José (2001). «Análogo, Simultáneo. (Sobre los objetos de Armando Reverón)», en Obras selectas, vol. II, Caracas, Comisión de Estudios de Postgrado, Facultad de Humanidades y Educación, UCV, p. 76. ↩︎
- Balza, José, ibid., pp. 112-113. ↩︎
- Véase: Entrevista a Margot Benacerraf: https://www.youtube.com/watch?v=PMdVcS_7qKs, consultado: 20 de junio 2024. ↩︎
- Véase: Guillent Pérez, J. R. (1989). El Ser y el Hombre del siglo XX, Caracas, Ediciones Acción y Vida, p. 206. ↩︎
- Valdivieso, Humberto (2019). La movilidad del presente. Estética, espacio y tiempo en la contemporaneidad, Caracas, abediciones UCAB / Konrad Adenauer Stiftung. ↩︎
- Ibid., p. 258. ↩︎
- Véase: Padrón, Leonardo (2012): «Margot Benacerraf: “Yo debí seguir haciendo películas”», en Los imposibles 5: Conversaciones al borde de un micrófono, Caracas Editorial Planeta Venezolana, pp. 40-41. ↩︎
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