“Era una cara de reflexión, sin duda”, dice Diego Arria al pedirle sus recuerdos de esta imagen, captada por Barbara Brändli en abril de 1973. “Si mi memoria no me falla, es el día que el entonces candidato presidencial, Carlos Andrés Pérez, me invitó a incorporarme a su campaña. Yo fui a conversar con él en su oficina en la torre Las Delicias, donde había varios periodistas. Entre otras cosas, declaré que había renunciado a la presidencia de Corpoturismo y creado la organización ciudadana Causa Común. Fue un día muy importante para mí, como quedaría demostrado”.
Economista formado en la Universidad de Michigan y en la London School of Economics, Diego Arria, quien este día tenía 34 años, había desarrollado una destacada carrera en el Banco Interamericano de Desarrollo en Washington, donde había desempeñado cargos de relevancia, como el de representante regional en distintos países miembros. Y desde marzo de 1969 presidía la Corporación Nacional de Hotelería y Turismo (Corpoturismo), por nombramiento del presidente Rafael Caldera.
–Ese día –sigue Arria- yo había publicado, en El Nacional, un artículo titulado El derecho a ser irreverente, donde razonaba mi renuncia a Corpoturismo argumentando que los servidores públicos independientes no debían sentirse como rehenes de los gobiernos de turno.
Esa renuncia, a una institución que él mismo había creado y que había sido muy exitosa, fue muy polémica. Muchos lo interpretaron como una deslealtad hacia Caldera, quien había confiado en él y le había dado su apoyo y crecientes presupuestos para que pusiera en práctica sus ideas. El artículo al que alude Diego Arria fue recibido con mucha expectativa. De hecho, en la emisión del 17 de abril de 1973 de su programa Buenos días, en RCTV, Sofía Ímber y Carlos Rangel comentaron la columna antes de empezar la entrevista a Joaquín Marta Sosa, su invitado de ese día.
–Si no lo han leído –dijo Sofía Ímber- les recomiendo que lo busquen. Se trata de un articulo de Diego Arria, titulado El derecho a ser irreverente. Hay cosas muy importantes que dice Diego, como por ejemplo: “En este país parece que no se concibe todavía que un funcionario público se separe voluntariamente de su cargo. Ello es considerado un acto de irreverencia, incluso para algunos hasta un acto de atrevimiento”.
–Tener ideas –agregó Carlos Rangel- e inclusive votar por una de las alternativas en las elecciones no significa estar cuadrado, como se dice en Venezuela, con alguien. Ese es el interés de la posición de Arria, quien ha ejercido un cargo público muy importante, y que ahora hace una declaración de independencia política en el sentido de no estar ligado al partido de gobierno, porque nadie le suponía otras simpatías. También se sugiere que intervendrá activamente en las campañas políticas. Tiene pleno derecho. Si lo hace, no tendrá porqué declinar su posición de independiente.
Efectivamente, no solo abandonaba la importante responsabilidad que le había dado el presidente copeyano Rafael Caldera sino que aceptaba la propuesta del abanderado adeco de apoyarlo en su campaña.
–Días antes, -evoca Arria al observar la foto que acompaña esta nota-, el canciller Arístides Calvani me había ofrecido la embajada de Japón y luego la del Reino Unido. Le agradecí pues le apreciaba y respetaba mucho, pero no acepté. El doctor Calvani me dijo: “Diego, te atacarán mucho”. Tenía toda la razón. Durante tres años, desde principios de 1969 había tenido un consenso absoluto pues me veían como independiente, pero eso, como anticipó, el canciller Calvani, cambió cuando entré a la política por primera vez, lo que me llevó a ser diputado por Miranda, en enero de 1973 y luego gobernador del Distrito Federal (del 12 de marzo de 1974 al 6 de enero de 1977), y ministro de información y Turismo (del 7 de enero de 1977 al 17 de marzo de 1978), en estos dos, nombrado por el presidente Carlos Andrés Pérez.
Si era independiente, cómo es que Pérez lo llamó para que se sumara a su campaña.
“Joe Napolitan y Clifford White, los asesores americanos de CAP, le recomendaron buscar un joven bien ranqueado y Luis Piñerúa Ordaz, a quien yo no conocía, le dio mi nombre”.
Recuerda que a Pérez sí lo conocía, pero por sus padres. “Me caía fatal. Unos meses antes, mi madre me había dicho que CAP sería presidente y yo uno de sus ministros. Me burlé de este vaticinio y me expresé tan duramente de CAP que mi madre se molestó mucho conmigo. Unos días antes de que se tomara esta foto, CAP me invitó a conversar y me adelantó: ‘Voy a ser presidente de Venezuela y quiero que estés en mi equipo directivo’. Le dije que siempre que él apoyara públicamente el programa de Causa Común, lo cual hizo en carta abierta. Un año después no era ministro pero sí gobernador del Distrito Federal designado por el presidente Pérez”.
En julio de 1973, cuando ya era del dominio público que Arria apoyaba a Pérez. Sofía Ímber y Carlos Rangel lo convocaron a su programa. Es una lástima que durante todo el espacio los entrevistadores intentaron fallidamente sacarle a Arria un comentario peyorativo de Caldera o del aspirante copeyano, Lorenzo Fernández, lo que no ocurrió, porque casi todo el tiempo se fue en ese acoso sin frutos. El remanente, aunque escaso, es interesante. Por ejemplo, llama la atención que Carlos Rangel, no precisamente un regalado, dijera: “…tiene que haber criterios políticos definidos y razones concretas por las cuales un hombre inteligente, ambicioso, preocupado, como Diego Arria, con un alto cargo en el cual se había lucido haya preferido no sólo actuar en política sino lanzarse a apoyar con todas las armas a un candidato”.
Esto dio la oportunidad al aludido para lanzarse en una apasionada argumentación de su elección. “He decidido apoyar a Carlos Andrés por causas muy claras” –dijo Arria-. “Él es un hombre muy claro. Yo sé dónde está plantado. Es un hombre que escucha, pero que no puede ser manejado. Con convicciones muy firmes. Lo vi anteayer, en la Sociedad de Ciencias Naturales, hablar sobre ecología y medio ambiente en la agricultura y creo que conoce muy a fondo el problema agrícola, uno de los grandes desafíos que tiene este país, que no son solo de cabilla y de concreto, sino de soluciones para la gente que habita y trabaja la tierra en Venezuela”.
Llegarían a ser grandes amigos. Pero en el momento en que Brändli apretó el obturador, esa relación no estaba consolidada. La gráfica muestra tres estratos claramente diferenciados. En el fondo, un Carlos Andrés Pérez gemelar, la síntesis de lo claro y lo oscuro, lo bueno y lo malo, el pasado y el futuro. Un Carlos Andrés que, aún en afiche, nos interpela y magnetiza con su mirada frontal, su inmenso vigor. Una segunda capa donde vemos un hombre muy diferente del mentor que tiene a sus espaldas. Donde aquel tiene una frente prolongada y brillante por la calvicie, este exhibe una mata de pelo negro que casi le llega a las pobladas cejas. Donde aquel tiene una expresión de viveza y confianza, este aparece titubeante y suspicaz. Si aquel tiene unas facciones más bien comunes, este parece un protagonista de telenovelas. Como aquel se ríe a espaldas de este, la fotógrafa pareciera decirnos que el carisma del feo del bonito es el deseo. Pero luego está la tercera veta, la que tenemos más cerca y esa nos advierte de que cualquier percepción será intervenida y filtrada por la tecnología informativa y que será el narrador, aunque cuando de él solo tengamos un vago perfil, quien organizará los hechos y nos lo presentará como un relato listo para ser consumido.
–Pasadas las elecciones de 1978 , caminando juntos por Nueva York, Carlos Andrés me dijo: “Has debido esperar para ser candidato y yo te hubiese apoyado”. Le dije: “Eso no hubiera sido posible, porque en menos de veinte años serás candidato de nuevo y yo no podré competir…”. Me respondió que eso era cierto, pero que al final de su segundo periodo yo solo tendría 55 años y entonces podría aspirar. Tenía razón, no esperé.
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