La placa de este carro aclara y mueve a confusión, a la vez. El dato iluminador es el nombre del país. No hay duda de que ese automóvil ha sido matriculado en Venezuela. Pero los rasguños en el latón podrían conducir a pensar que se trata de un carro viejo o con varios años de uso, y no es el caso. Lo que debe haber ocurrido es que el publicista o el productor del evento retiró temporalmente la insignia de algún vehículo para ponérselo a este, que sería el atractivo central de una actividad de mercadeo. Se trataba de dejar claro que aquel carro, entonces novísimo, estaba en Venezuela. Era una realidad en este país.
Sabemos que se trata de un automóvil de reciente ensamblaje porque de este modelo, el Dodge La Femme, solo se hicieron dos versiones, 1955 y 1956. Este corresponde a la primera añada. De eso tenemos certeza, no tanto por los detalles de la carrocería sino por el hecho de que entre las modelos se cuenta Susana Duijm, quien ya para 1956 era la flamante Miss Mundo, retenida en el exterior con los compromisos del título.
No sabemos quién tomó esta foto ni qué día exactamente, pero podemos aventurar que fue antes del sábado 9 de julio, cuando tuvo lugar, en el Hotel Tamanaco Intercontinental, el certamen de Miss Venezuela 1955 (el año anterior no se realizó). Y podríamos especular que fue captada en junio, cuando la joven Duijm Zubillaga fue reclutada para el concurso de belleza. Es sabido que en junio de 1955, cuando ella salía de su trabajo como recepcionista de la Organización Ciudad Balneario Higuerote, propiedad de Antonio Bertorell, y se disponía a regresar a su casa, un apartamento alquilado en el edificio Cleopatra, en la avenida Miguel Ángel de Bello Monte, fue descubierta por Héctor Briceño y Samuel McGill, scouts del Señorita Venezuela, quienes la vieron en la parada de autobús de Chacaíto e inmediatamente le plantearon el ingreso al concurso.
Hay que decir que Susana Duijm no solo trabajó como modelo en las semanas previas a la competencia, sino también en los días siguientes. Esto se debió al hecho de que ella no tenía dinero para viajar al exterior a participar en la justa internacional.
A Duijm le gustaba recordar que se había presentado con la carta de invitación del Miss Mundo a la oficina de Reynaldo Espinoza Hernández para pedir ayuda de la organización del certamen nacional y que no había recibido respuesta. Este episodio ilustra la historia según la cual ella distaba mucho de ser la favorita de los organizadores para ceñirse la corona; y que si había ganado era porque
Carola Reverón, una de las asesoras de las candidatas y miembro del jurado, se había enfrentado a Wolgfang Larrazábal, también juez, quien apoyaba a otra concursante –sí, es increíble la cantidad de áreas en las que pueden intervenir los uniformados cuando un país cabecea bajo un régimen militar- y propuso que el resultado de esa noche se sometiera a votación popular, que fuera el propio público con sus aplausos quien escogiera a la ganadora. Invitadas las dos finalistas, Mireya Casas Robles y Carmen Susana Duijm… bueno, ya es sabido. El caso es que ni aún logró financiamiento para la siguiente competición, de manera que para levantar fondos posó para cuñas de shampú Charles Antell, Shell, Pepsi-Cola y jabón Camay.
Pero para ese momento, Susana Duijm ya aparecía sola en los spots publicitarios, mientras que en esta foto está en la segunda fila. No. Todavía no era Señorita Venezuela. Era una candidata y no precisamente la línea de las quinielas.
Esta imagen, conservada en el Archivo Fotografía Urbana, es, pues, de junio de 1955.
Las campañas publicitarias del Dodge La Femme en los Estados Unidos, su país de origen, aludían a la era de prosperidad que ese país disfrutaba tras su participación en dos conflagraciones, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, así como al flamante rol de la mujer, que también había cambiado después de esas hostilidades. Tan impactantes habían sido las transformaciones que las familias habían salido de las áreas urbanas para mudarse a los suburbios, donde podían disfrutar de casas amplias e higiénicas, y ahora necesitaban automóviles para desplazarse por las autopistas y llegar hasta los supermercados de dimensiones colosales y los centros comerciales, que florecían como hongos. Ya no era suficiente un carro por familia. Ahora se necesita el segundo, el de la wife, para que ella recorriera distancias más largas en menos tiempo del que se tomada antes para recorrer las tiendas de la cuadra, esas antiguallas. Ahora, además, las mujeres eran una fuerza de trabajo importante, y había muchas que tenían sus propios, crecientes, ingresos. Los fabricantes automotrices pensaron que no sería mala idea sacar al mercado carros diseñados para las mujeres y el resultado fue ese de la foto, el Dodge La Femme de 1955.
En Caracas, a diferencia de Chicago y Nueva York, las mujeres no están dentro del carro, al frente del volante, sino encaramadas… como arrebiates… como algo mal puesto. La clave, quizá, es que, a diferencia del formidable mercado norteamericano, lo que vemos aquí es una modernidad posada. Fingida. O, mejor, una puesta en escena de la aspiración venezolana de modernidad.
El automóvil como elemento central, pese a tratarse de una escena de interior, es una sinécdoque (el todo por la parte) de las autopistas no presentes en la foto, pero que la presencia del Dodge La Femme sugiere. El que deliberadamente se haya dejado la matrícula a la vista, con el nombre de Venezuela muy legible, viene a aportar el elemento local que el mural del Ávila, torpísimo, no ofrece, pues no es lo suficientemente identificable.
A contravía de lo que suelen ser las imágenes publicitarias de los carros, donde las mujeres se proponen pícaras, provocativas, felices de estar tan cerca de ese objeto con el que comparten poder sexual, estas lucen una sobriedad de oficinistas. Se ven, en efecto, como muy serias, más bien aburridas, ¿insatisfechas con el rol pasivo —pónganse ahí— que les ha tocado en la elaboración del discurso visual articulado como con prisa por algún productor? Un despliegue de erotismo controlado por un productor, mostrando lo justo para pasar por modernos y hasta exóticos, pero sin faltar a la moral de la época y la dictadura. Simpatiza uno con ellas, pues en ese hartazgo, en esa falta de implicación que proclaman se percibe una rebeldía que, esa sí, es modernidad pura.
Sólo una de ellas, la de la izquierda, mira a cámara, lo que sugiere que hay más fotógrafos presentes… Es evidente que el autor de la foto ocupa un espacio marginal. Fotógrafos, quién sabe si reporteros gráficos, quizá más importantes ocupan el espacio central delante del automóvil, con los rostros de las seis chicas al alcance. El nuestro fotógrafo, en cambio, quizá algún pasante o principiante, solo alcanza a registrar los rostros de las tres muchachas que están delante. Fuera de foco le queda el rostro de una cuarta y, solo parcialmente, el de Susana Duijm, que es donde venía estando la noticia. A saber qué azar ha provocado la supervivencia de esta toma en lugar de las que hicieron los otros fotógrafos. Quizá en la oscuridad de alguna gaveta reposen los negativos de las gráficas en las que salen las seis más visibles, quizá más frescas y hasta sonrientes, las fotos que sí deben haberse publicado.
Lo que vemos es el instante que precede a la estampida. La actividad ha terminado. Ya la foto se tomó. Los fotógrafos y técnicos de iluminación deben estar concentrados discutiendo algún pormenor. O quizá están en el estudio de un programa de televisión se rifa este ejemplar (por cierto, uno de los pocos que llegaron a fabricarse de este modelo, auténtico fracaso de ventas), lo que nos sugiere esa caja encima del capó, quizá el cofre de los cupones. Pero en el último momento, cuando ya las muchachas van a correr en dirección a las sillas donde han dejado sus bolsos, alguien pensó que valdría la pena captar ese segundo desde este preciso ángulo, donde se aprecia el escote “palabra de honor” que luce ese Ávila pobretón, como pintado por un niño, que, de seguro, los fotógrafos privilegiados ni llegaron a advertir.
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Agradecimiento: Esta nota pudo escribirse gracias a las observaciones aportadas por el fotógrafo Marco Tulio Socorro, la productora de televisión Bettsimar Díaz y los sabios en materia automotriz que pululan en Twitter, especialmente Paúl Vásquez, @audiocode