El estudio de Radio Continente

Fecha de publicación: abril 8, 2018

Las manos parecieran reorientar el micrófono, pero en realidad arañan la sombra. Son palmas. El fotógrafo, Jorge Humberto Cárdenas, apretó el obturador en el instante en que ¿el productor? alzó las manos para chasquear y con ello estimular el aplauso en el atestado estudio de radio.

La alianza de casado del palmero le roba un destello a la poca luz del lugar. Y es ese mínimo fulgor, que parece el pico de la pequeña ave cuya cola blanca vemos brotar de las manos juntas, el que constituye el vértice de un triángulo. Son muchos los elementos de esta fotografía, pero en ella destaca una pirámide cuyo ápice es el mástil del que pende el micrófono. Todo lo demás es fondo. Esa pirámide tiene en el cénit unas manos que nos recuerdan, más que por su tendencia a la elevación, por su forma de ave, a la representación del Espíritu Santo, una paloma que corona la escena.

A la izquierda, el tubo del micrófono traza uno de los lados del triángulo; y a la derecha, la línea es virtual, ya sea porque la completamos por Gestalt (ese afán de simetría que nos lleva a organizar el caos con el troquel de formas precedentes) o por esa escalera de luz que deja iluminado al grupo encabezado por la muchacha de perfil (de esplendente blusa blanca), a la que sigue el muchachito de flux y facciones como dibujadas en un kimono, hasta terminar con las dos cabezas de cabello muy negro.

La foto es una trinidad, composición típicamente renacentista por cuyo orden las figuras instauran un triángulo equilátero que fomenta una movilidad sin tensiones. En el eje central de esta geometría, delineando una vertical limpia y luminosa, está la joven estrella de radio Continente, la cuarta emisora de radio fundada en Venezuela, cuya primera transmisión fue el 4 de julio de 1939.

La venus hertziana está demasiado bien vestida (y enzapatada) para estar allí cantando solo una rifa. Detengámonos. Hemos dicho “rifa” por la muchedumbre que plena el auditorio. Qué hace allí ese muchachero acompañado por señoras que deben ser maestras. ¿Será que es un programa de concursos y han citado para ese día a los finalistas, provenientes de muchos planteles? El gentío le aporta al conjunto un aire no menos clásico: es el triángulo equilátero entrelazado con un trifolium (el triángulo puesto sobre un trébol; hoja que es, por cierto, el esbozo que destaca en la blusa de la mujer de espaldas, sentada en la segunda fila de sillas). No sabremos por qué llenaron el estudio con lo que entonces se llamaba “la muchachada” (palabra en desuso porque ahora esa veta de la población es pasto de la estadística, pero eso es otra historia). La venus hertziana, decíamos, está cantando una canción. La acompaña el joven de la corbatica percutiendo unas maracas de plata. ¿Pero eso existe? Están en la foto. Míralas. Justo debajo de la esquina izquierda del cartel de Radio Continente. Son como manzanas huecas rellenas de semillas. Manzanas de bronce bruñido.

Insistimos, ella está cantando. Un bolero que la hace soñar. Los ojos cerrados lo indican con claridad. Lleva la música por dentro, de manera que no le falta una orquesta ni más apoyo que esas manzanas sincopadas.

Pero hay otro punto que ejerce gravedad en esta imagen. Es el muchachito que se ha vuelto a mirar al fotógrafo. Recuerda a los ángeles que pululan en las pinturas de la Trinidad para formar un contorno representativo del cosmos. En este caso, el fotógrafo quedó encantado por un hecho –literalmente- divino: el borde de la cara del adolescente encaja perfectamente con la silueta de la cantante, como los márgenes de África y Suramérica parecen el resultado de un tajo que hubiera desunido ambas porciones de tierra y ahora estas vagan por el océano con las orillas descosidas pero listas para acoplarse de nuevo. Como un solo continente.

Fotografía de Jorge Humberto Cárdenas / Archivo Fotografía Urbana

Lea el post original en Prodavinci.

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