Este mundo es un excedente sin destino:
la ilusión ha tomado el lugar de lo real.
Sin duda la ciudad soñada era la del ángel
sobre la cúpula del Hotel Majestic
o aquella luz retenida en las lámparas de Murano
que resplandecían en el salón principal.
Hoy, tras las rejas de hierro del presente
perduran empolvados: el armario
con morisquetas de madera de ébano,
las sillas de un comedor, las piezas de mantelería
también los ceniceros de plata
y enormes jarrones de Sèvres.
Lea también el post en Prodavinci.