Mi país es de naturaleza anacrónica. Y dentro del espectro de lo anacrónico ha elegido ser de un paracronismo sin remedio, es decir, su presente transcurre y de pronto el pasado lo sorprende como si fuera un fantasma. Esta postal es un fantasma entre otros fantasmas: como el militarismo o el caudillismo, o la presencia de mi tía Esther que ya murió, así como tantos acontecimientos culturales cotidianos. La postal provoca una angustia paracrónica. La he sacado de la gaveta del escritorio y de inmediato me embargó un sentimiento de indefinición sobre el lugar al cual pertenezco. Hay un abismo entre el mundo con palmeras de la postal y yo, entre lo virginal de la imagen y yo; sin duda es la estampa de una muerte viva. Porque este mundo mórbido de la postal contiene una fuerza emotiva, una fuerza síquica que se convierte en el magma de estas calles y los terrenos baldíos del presente.
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