En Rumania
los mercados lucen abigarradas
calabazas y sandías
que guardan un corazón de Jesús
goteando sanguaza dulce, junto
a moradas berenjenas. Mercados de aire religioso:
donde ocurre un trueque
de productos
en un manoseo salobre.
En el mercado aprendes a caminar
por el atajo de la desconfianza
y el oro imaginario.
Parado frente a mí está un sepulturero
que vende cruces de madera:
dos tiestos secos y cruzados
con su escritura cirílica
como si fueran herrajes,
lo que Dios dijo sobre la luz:
y la lux est facta…
Quise hablar con el cavador
de nuestros velatorios,
eran adivinanzas sobre fechas compartidas
entre él y yo,
pero la respuesta escapaba de su atareada
y fúnebre carpintería aquel sábado
de otoño.
En el centro del mercado había un árbol de avellanas
con solo tres hojas pardas
y un gorrión
que no encontraba la heredad de alguna miga
entre amenazantes zapatos
y dentro de ellos unos pies descalzos
con dedos apretujados.
Frente a mí estaba de pie una gitana:
collares de monedas de cobre
colgaban de su cuello
y aquel sexo bajo su falda
como una semilla rugosa.
Acordamos frotar en cualquier rincón
el arco de mi violín entre sus piernas
por un pan de concha dura y hogaza tiesa.
Fue una balada de amor repentino.
En el pozo de sus ojos negros
el mundo comenzaba a congelarse
y en sus manos sucias podía leer el destino
mientras acariciaba una lanilla de vellos
que crecía en el aro angosto
de su cintura: ¡Qué joven era!
Yo no sabía qué decir.
Cristo ha resucitado entre cúmulos de nubes
y el paisaje de unos quejidos tenues.
Una vereda se abría paso y cantaba:
…………………………………………….
Pisabamos muertes
sobre otras muertes,
y flores entre las tumbas.
Nuestra vida renacía.
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