Ella no puede saberlo, pero el hombre que la observa a través de la cámara ha estado en el infierno. Y no ha pasado tanto tiempo. Unos doce o trece años. En 1942, Hellmuth Straka combatió en la batalla Stalingrado, no la primera, por cierto, en la que le tocó participar como soldado del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial.
Straka había nacido en Gratzen/Nové Hrady, Checoslovaquia, el 31 de marzo de 1922. Por nacimiento era checo, pero pertenecía a una familia germana y eso en aquellos tiempos bastaba para perfilar la nacionalidad y las lealtades. Anexionada Checoslovaquia al III Reich cuando él tenía 18 años, no tardó en ser llamado a filas. La Wehrmacht (nombre de las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi) era implacable en la recluta y fue así como, antes de cumplir los 21 años, Hellmuth Straka había tomado parte en las batallas de Smolensko (1941), Kiev (1941), Járkov (1942) y Stalingrado (1942), donde por suerte fue herido y a tiempo para ser evacuado (el momento llegaría en que esto no sería posible y los heridos más graves serían dejados a la intemperie para que el invierno de la estepa rusa apresurara el desenlace).
La batalla de Stalingrado –en la actualidad, Volgogrado–, primera gran derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, empezó el 23 de agosto de 1942. Hitler jamás pensó que se extendería más allá del verano, pero la realidad fue que el 31 de enero de 1943, el mariscal de campo alemán Friedrich Paul y su sexto ejército se rindieron ante el Ejército Rojo y el 2 de febrero de 1943, la Unión Soviética recuperó una Stalingrado reducida a escombros, porque se había peleado en cada casa.
Con su división íntegramente liquidada en Stalingrado, Straka pasó el resto de la guerra en Yugoslavia. Como, además del alemán, hablaba checo y ruso, lo designaron instructor de tropas croatas. Una vez terminada la guerra y aplicados los Decretos de Beneš (adoptados en Checoslovaquia para privar a los ciudadanos alemanes y húngaros de sus derechos), en 1945, los Straka tuvieron que marcharse de la que consideraban su patria.
Si en los años de la guerra había recorrido buena parte de Europa, el final de las hostilidades no le traería reposo. Su primer destino fue Austria, donde tenía vínculos familiares y cuya nacionalidad le fue otorgada. Allí se desempeñó como cuidador de elefantes en un circo. Cuando la carpa fue recogida y los trapecistas recogieron sus bártulos, Straka se marchó a Italia, donde permaneció lo suficiente para adquirir la lengua. Y en 1952 llegó a Venezuela.
Tenía, pues, unos cinco años en este país suramericano cuando empezó a recorrer los territorios indígenas del Zulia. La muchacha de la foto no puede saber que este hombre de 35 años, más o menos, la mira como a un ángel porque le ha visto la cara al demonio y percibido su espantoso olor (cabe imaginar que nunca olvidaría la pestilencia de Stalingrado, sitiada, sin agua, con muy pocos alimentos y con las calles tapizadas de cadáveres en descomposición, que nadie se atrevía a remover porque las azoteas estaban atestadas de francotiradores).
En Venezuela tuvo varios trabajos, su principal interés era recorrer el país, cuya belleza lo deslumbró y no dejó de registrar.
—Papá –dice su hijo, el historiador Tomas Straka Medina– siempre andaba con una cámara. Ahora eso es común, porque la tecnología lo favorece, pero en su época era una rareza que alguien estuviera haciendo fotos por todas partes. Tenía cámaras grandes para los viajes, así como otras más pequeñas “para el diario”. Eso era parte de su vida, de su cotidianidad.
En 1956, Hellmuth recibe una oferta de la compañía Siemens, que había obtenido un contrato para modernizar la red telefónica de Maracaibo, donde aún había una numerosa colonia alemana. «Mi papá», dice Tomás Straka, «había aprendido el oficio de radiotelegrafista en la guerra y, dada su facilidad para los idiomas, había aprendido español en las calles de Caracas, de manera que lo medular de este empleo era servir de intérprete entre los ingenieros alemanes y los obreros maracuchos. Su trato con los trabajadores zulianos marcó su manejo del español, que siempre fue muy florido… te imaginarás la cantidad de groserías que soltaba como si nada».
En esos años, Hellmuth hizo frecuentes expediciones a la Sierra de Perijá, en especial el territorio Yukpa de Perijá, cuya lengua también llegó a dominar hasta el punto de elaborar un glosario de su equivalente en alemán. En esta época germinó su vocación en los campos de la antropología, la espeleología y la botánica, en las que se formó de manera autodidacta y sobre las que escribió libros respetados por las respectivas autoridades.
—En los años 50, mientras trabajaba en Maracaibo –recuerda Tomás, el hijo catedrático–, papá desarrolló un intenso trabajo fotográfico en la Sierra de Perijá y en La Guajira. De hecho, se empató con una mujer guajira, que creo que es la que aparece de pie en esta fotografía, la que está hacia al fondo y lo mira sonreída. Por esos años, el diario zuliano Panorama hizo una campaña para denunciar los despojos de tierras de los indígenas y, con frecuencia, los reportajes estaban ilustrados con fotografías de mi papá. Aquí se puede ver a mi papá con los indios japreria de la Sierra de Perijá:
Llegaron, incluso, a entrevistarlo para que hablara de sus viajes a esas zonas y de su trabajo documental. Esto le trajo varias consecuencias, buenas y malas. Entre las buenas está el hecho de que las fotos de papá a los indígenas fueron incorporadas en el informe Bertrand Russell para la ONU, en 1967. Y la muy mala es que fue víctima de un secuestro con la evidente intención de matarlo.
Sobreviviente inveterado, cuando los criminales le preguntaron si él era Hellmuth Straka, él lo negó. Pero entonces le pidieron la cédula, a lo que el cautivo accedió de inmediato, apostando a que aquellos malvivientes serían analfabetos y no podrían leer su nombre en el documento. La seguridad con que el musiú les dio su cédula –que, efectivamente, no podían leer– los confundió y lo dejaron ir. De ahí se fue directo al aeropuerto y pasó años sin poner los pies en el Zulia. Se iría a Caracas, donde vivió el resto de su vida, que dedicó a trabajar en la CANTV y, sobre todo, a sus exploraciones, a su incansable labor fotográfica, con la que llenaría decenas de álbumes, a escribir monografías científicas y artículos periodísticos, a leer, ver cine y museos y a su familia, compuesta por Luisa Medina, su esposa, y sus dos hijos, Úrsula y Tomás.
Es posible que el traumático encuentro con los sicarios haya precipitado la separación de la novia guajira, cuya fina cintura vemos en la fotografía, marcada por el viento que le ciñe la manta. La muchacha observa a su novio concentrado en fotografiar a su prima en el momento en que esta se traza en la cara los tradicionales símbolos wayúu, con mucha frecuencia espirales que aluden al ciclo conque el pasado deviene presente y este, en futuro. Más que un mero maquillaje, es un arte. Y, con toda seguridad, Hellmuth Straka así lo apreció. Su mirada evidencia su fina sensibilidad, la delicadeza con que observa a la muchacha en el momento de dibujar los pictogramas wayúus para exaltar su belleza y enfatizar su adscripción a una determinada etnia. No olvidar que él había formado parte de una comunidad dentro de una totalidad nacional.
Es inevitable ver en esta imagen la impronta de “La Venus del espejo”, de Velázquez, esa pintura que muestra una mujer desnuda, acostada, de espaldas al espectador, que mira un espejo sujeto por un cupido (un niño alado). En la obra maestra del genio español, el rostro de la modelo está borroso, mientras que en la imagen de Hellmuth Straka ella mira al artista y el espejo parece otra fotografía, tal es la nitidez del reflejo.
En cuanto a la composición, la de Velázquez apunta a franjas horizontales, con la tenue compensación del ángel y de la cortina; y la de Straka es una diagonal perfecta, clásica, puntuada también por las verticales del tronco que sirve de columna de la vivienda, por la mujer congelada en su avance y por los zarcillos de ambas, cuatro destellos de plata. Contribuye a la estética de la fotografía el estampado de los trajes de las mujeres, las dos vestidas con mantas guajiras, aquí hinchadas por la brisa proveniente del Caribe, con lo que las jóvenes son huéspedes de una sensual cámara de aire donde nada constriñe sus movimientos y su respiración.
Esta foto recoge el instante en que un hombre ha quedado sin aliento ante la belleza que tiene ante sí. No olvidar que es el mismo que a veces despierta sobresaltado al ver en sueños a sus hermanos de armas saltar en pedazos en el estruendo de las bombas y los fusiles.
Hellmuth Straka murió en Caracas, el 17 de marzo de 1987. Sucumbió al cáncer de estómago. «Quizá por su afición al cigarrillo y por sus nervios, que nunca quedaron bien tres lo vivido en la guerra», comenta Tomás, quien quedaría huérfano de padre a los 14 años.
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