La foto
Esta imagen fue hecha el 20 de enero de 1994, en el Salón Sol del Perú, donde tuvo lugar la ceremonia para condecorar a los ministros y comisionados presidenciales del gobierno de Ramón J. Velásquez (que fue del 5 de junio de 1993 al 2 de febrero de 1994), a quienes se les impuso la Orden del Libertador en primera clase.
Debemos la precisión a alguien que no estuvo allí, Edgar Otálvora, director general (viceministro) del Ministerio de la Secretaría de la Presidencia. «Fue hecha», dice Otálvora, «por un fotógrafo (creo que fotógrafa) de la Oficina de Prensa de Miraflores. Como viceministro, yo recibía cada mañana un juego completo de las fotos distribuidas por la Oficina de Prensa. Las fotos llevaban atrás una etiqueta con los datos». Gran paradoja, a nadie se le ocurría establecer la autoría de las imágenes.
De izquierda a derecha:
—César Rodríguez Berrizbeitia, gobernador del distrito federal y presidente del Centro Simón Bolívar.
—Allan Brewer Carías, ministro de Estado para la Descentralización.
—Hernán Anzola Jiménez, jefe de Cordiplan (Oficina de Coordinación y Planificación).
—Teresa Albánez, ministra de Familia.
—Pablo Pulido Musche, ministro de Salud y Asistencia Social.
—Gustavo Pérez Mijares, ministro de Fomento.
—Monseñor Bernardo Heredia, capellán del Palacio de Miraflores.
—Adalberto Gabaldón Azuaje, ministro de Ambiente.
—Carlos Delgado Chapellín, ministro de Relaciones Interiores.
—Fermín Mármol León, ministro de Justicia.
—Ramón J. Velásquez Mujica y Ligia Betancourt de Velázquez, presidente y primera dama.
—Fernando Ochoa Antich, canciller, ministro de Relaciones Exteriores.
—Rosana Ordóñez, jefe de la Oficina Central de Información.
—Elizabeth Yabour de Caldera, ministra de Educación.
—Radamés Muñoz León, ministro de la Defensa (hubo tres, este fue el segundo).
—Hiram Gaviria, ministro de Agricultura.
—José Domingo Santander, ministro de Transporte y Comunicaciones.
—Alirio Parra, ministro de Minas e Hidrocarburos.
—Henry Jattar Senior, ministro de Desarrollo Urbano.
—Ramón Espinoza, Secretaría de la Presidencia de la República.
—Francisco Layrisse, ministro para la CVG.
—Miguel Rodríguez Mendoza, ministro de Estado, presidente del Instituto de Comercio Exterior.
—Pedro José Dib Espejo comisionado del presidente, encargado de llevar las actas del Consejo de Ministros.
—Doctor Juan Bautista Acuña, médico del Presidente.
Faltan en la foto, José Antonio Abreu, ministro de Cultura y los colaboradores del área económica: Carlos Rafael Silva, ministro de Hacienda; Ruth de Krivoy, presidenta del BCV; y Gustavo Roosen, presidente de PDVSA.
Rosana Ordóñez, jefe de la Oficina Central de Información
—En plena crisis política —dice Rosana Ordóñez en entrevista—, fueron a buscar al entonces Senador por el estado Táchira a su casa para pedirle que fuera Presidente para completar el período constitucional 1989-1994 … pero sin la participación de los partidos políticos. Al aceptar, Velásquez advirtió que el otro candidato para esa transición, Carlos Delgado Chapellín, sería su ministro de Relaciones Interiores. Al conocerse eso, lo llamé por teléfono y le dije: «Presidente, me quiero ir a Miraflores con usted».
«El objetivo de ese gobierno era llegar a elecciones en un país que acababa de pasar muchos traumas: El Caracazo, los golpes de Estado del 4 de febrero y del 27 de noviembre… Es así como Ramón Jota llega a Miraflores y estuvo ahí seis meses con la misma Casa Militar de Pérez, los mismos periodistas en la OCI, el mismo director del canal 8. No tenía partido ni aspiraciones a la Presidencia. Esto le dejó las manos libres para hacer de su gobierno un gran encuentro nacional: todos los días, cientos de personas desfilaban por el palacio de Miraflores, donde se mudó con su esposa, Ligia, a la célebre suite japonesa, que no es más que un apartamento de 70 metros, en el techo de la casa de misia Jacinta. Casi todos los días, alguien lo llamaba para decirle que los militares lo iban a tumbar, y él respondía: “Cuando lleguen, aquí estaré”.»
—Muy rápido conformó su equipo. Un ala jurídica, con Delgado Chapellín, Allan Brewer Carías, Marmol León y Ramón Espinoza. Un ala militar, donde, por cierto, se veían las rivalidades mayores, entre Ochoa Antich y el vicealmirante Radamés León. Un sector cultural fuerte, con Elizabeth Yabour y José Antonio Abreu. Un área económica, donde destacaban Anzola, Julián Villalba, Machado Rodríguez, Layrisse, Gaviria y Pérez Mijares. En el área social, la gran Teresa Albánez, quien logró, en ese gobierno, que toda la harina de maíz tuviese una dosis de hierro y vitaminas. Era un orgullo, unido a la gestión en salud de Pablo Pulido. A todas las reuniones asistía César Rodríguez, gobernador del DF y presidente del Centro Simón Bolívar.
—Yo —sigue Ordóñez— era la más joven. No había cumplido los 40 años. Cuando me nombraron para encargarme de la información del gobierno, recibí dos sorpresas: la primera fue una llamada del doctor Luis Alberto Machado, quien me dijo: “Usted tiene el cargo más importante de un gobierno, todo el que haga algo malo le va a echar la culpa a las fallas de información. Múdese a Miraflores y no se mueva del lado del Presidente». La otra fue de un grupo rival de la empresa editorial donde yo trabajaba, el Bloque DeArmas, que pidió que suspendieran mi nombramiento porque “favorecía al Bloque”. La verdad es que nadie se benefició, porque dinero no había, de manera que no se pudo invertir en publicidad, por ejemplo. Sin embargo, creamos VenPress, con ayuda de la OCEI distribuimos una red de computadoras en todo el país, restructuramos Radio Nacional y consolidamos Venpress Internacional.
—Ese día de la foto, nos llamaron al Palacio de Miraflores y nos condecoraron a todos. El Presidente nos dio las gracias y luego pasaron el café y los tequeños de costumbre. Los ministros se movían en un ambiente muy amistoso. Al final de ese evento, cuando todos se fueron, me acerqué a la señora Velásquez y le dije: «Los actos de transmisión de mando comenzarán mañana en el Panteón Nacional». “Iré vestida de rojo”, me contestó. “¡De rojo!”, le dije. “Pero al Panteón hay que ir de negro”. “Iré de rojo”, insistió, “para mostrar mi felicidad”. Por fin, habíamos salido de eso.
Allan Brewer Carías, ministro para la descentralización
—De la foto, ¿qué te puedo decir? —dice el doctor Brewer Carías al pedirle un comentario sobre esta imagen—. Que fue el último gobierno con un gabinete de lujo que tuvo la democracia en Venezuela; y el único con una conducción y una mentalidad independiente, no partisana, con el objetivo exclusivo de estabilizar al país para la realización de las elecciones de diciembre de 1993, misión que se logró, entre muchas otras cosas importantes.
—Si una política pública caracterizó el gobierno de Ramón J. Velásquez, (1993-1994), —dice Brewer— fue la descentralización política del Estado. Al asumir la presidencia de la República, le dio al tema la primera prioridad, como política nacional de reforma del Estado. El propósito era establecer mecanismos institucionales efectivos, que permitieran hacer posible la participación política, no solo acercando el poder al ciudadano, sino consolidando las instancias estadales y municipales del Poder Público, mediante la transferencia a las mismas, de competencias nacionales. Su conocimiento histórico de la realidad política venezolana y su experiencia como Presidente de la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE), lo llevaron a considerar el proceso de descentralización política como la pieza esencial que requería la transformación del Estado para el perfeccionamiento de la democracia. Nunca antes ni después, hasta ahora, un gobierno le ha dado tanto impulso a dicho proceso. Lamentablemente, en los gobiernos subsiguientes, la dinámica del proceso se detuvo.
«En cuanto a Velásquez», dice ante la solicitud de un brevísimo perfil de quien aludió en un artículo como “el gobernante descentralizador”, «era un hombre sereno y sobrio, de excepcional inteligencia y dominio de todas las situaciones. Yo me reunía con él, en Miraflores, todos los días, al final de la tarde. Llegué a conocerlo bien y puedo dar fe de su ponderación y sensatez. Solo una vez lo vi, lo vimos, cambiar su habitual templanza. Fue una mañana de finales de octubre, cuando entró en la sala del Consejo de Ministros con rostro demudado. Entre los muchos documentos que debía firmar cada día, le habían colado un decreto de indulto a un traficante, y él lo rubricó sin mirar, confiado en quien le había dejado las carpetas en su escritorio. Nada más entras, nos dimos cuenta de que algo habia pasado. “Me han echado una vaina”, dijo».
Francisco Layrisse, ministro para la Corporación Venezolana de Guayana
—Fue un acto muy emocionante —dice Francisco Layrisse al ver la foto—. Ese día el Presidente Velásquez pudo decir con satisfacción: “Deber cumplido”. Él y sus colaboradores habíamos estado ahí para garantizar la continuidad de la democracia en Venezuela, que el país no se iba a perder, que el golpismo no se iba a apoderar de la nación y del destino de los venezolanos. Y eso es lo que habíamos hecho. Habíamos logrado una transición democrática en una situación mu complicada. El presidente Velásquez, con todos los problemas que ha podido tener, entregó un país en mucho mejores condiciones que como lo había recibido, con una crisis institucional profunda y un clima de levantamientos militares muy fuerte; todo esto lo logró aplacar.
«Ramón Velásquez era un hombre excepcional, un profundo enamorado de su país, de su gente, un firme creyente en la democracia, en la consecución de consensos. Para mí un gran honor haberlo acompañado en ese reto».
Hiram Gaviria, ministro de Agricultura
—La cuestión más delicada, en la conformación del gabinete —escribió Hiram Gaviria en las memorias que tiene en preparación— era el de las Fuerzas Armadas. Había que designar un nuevo ministro de la Defensa y un nuevo Alto Mando Militar. De esto se ocupaba, personalmente, el presidente Velásquez. Él, como pocos civiles en Venezuela, conocía el mundo militar, dada su vocación por la historia y por haber desempeñado responsabilidades en los últimos 35 años, tanto en el poder Ejecutivo como en el Legislativo.
«El presidente Velásquez optó por promover, a los puestos de comando de las Fuerzas Armadas, a los oficiales de mayor rango y antigüedad, entre otros al almirante Radamés Muñoz León para el ministerio de la Defensa y al general de División, Jorge Isaac Tagliaferro de Lima, para la Comanda General del Ejército».
El domingo 6 de junio de 1993, Gaviria entró por primera vez al despacho del Presidente, quien ya lo había designado para la cartera de Agricultura. «Conversamos largamente», consigna en sus memorias. «Me contó cómo había sido la visita de los jefes de Acción Democrática y Copei a su casa, el 4 de junio. “Algo asimilable al realismo mágico latinoamericano. Que a uno le toquen la puerta de su casa a las 12 de la noche para ofrecerle la presidencia de la república es algo inverosímil”, dijo. “Créame que a pesar de mi dilatada carrera pública, en estos 76 años de existencia nunca busqué la presidencia de la República. Yo lo que soy es un historiador y un periodista que no está para estos menesteres”.»
—Y agregó —sigue Gaviria— que me había convocado para que lo acompañara a cruzar ese puentecito de tablas que era entonces la frágil democracia en Venezuela, que fuera su ministro en los siguientes seis meses, mientras llevábamos el país, en paz, a elecciones generales y se constituía un nuevo gobierno electo por el pueblo.
«En julio de ese año, 1993, se desató una serie de atentados con bombas en estacionamientos de centro comerciales de Caracas, señales de descontento y/o invitaciones a subvertir el orden público. Nos llegaban informaciones de que algunos oficiales del Alto Mando Militar, incluido el propio ministro de la Defensa, abrigaban planes conspirativos. En noviembre, el recién llegado embajador de los Estados Unidos, Jeffrey Davidow, nos hizo saber que su gobierno rechazaba cualquier intento de alteración democrática y que respaldaría al candidato vencedor de las elecciones pautadas para el domingo 5 de diciembre de 1993. Muchos de estos intentos contra la frágil democracia provenían tanto de los oficiales que habían dado los golpes de estado de 1992 como de oficiales activos, que temían una eventual victoria del candidato izquierdista de la Causa R, el gobernador del estado Bolívar, Andrés Velásquez».
«El 5 de diciembre de 1993, los venezolanos concurrimos a votar y elegir presidente de la República y Congreso Nacional. Habíamos cumplido lo que nos habíamos propuesto».
Teresa Albánez, ministra de Familia
—Para mí no fue fácil —dice Teresa Albánez— aceptar la ratificación en el Ministerio de Familia, que venía ejerciendo con el presidente Carlos Andrés Pérez. Yo había sido testigo del momento en que mientras el presidente Pérez firmaba su salida ante unos notarios, es decir, que aceptaba la decisión del Tribunal Supremo de Justicia, entraba Octavio Lepage, investido con todos los arreos, bandas y collares, de la condición de presidente, cuando todavía Pérez estaba allí. Los ministros, con caras de circunstancia, vimos cómo salía Pérez del Gobierno mientras le tocaban el himno nacional a Octavio Lepage. Y si acepté la ratificación que me proponía el doctor Velásquez fue porque el propio Pérez me convenció de que lo hiciera. No me arrepentí, desde luego. Al contrario.
«Las reuniones de gabinete eran reposadas. El Presidente ejercía con mucha bonomía sus funciones. Coordinaba muy bien las respectivas intervenciones, escuchaba con atención. Estas condiciones personales, en el contexto de una crisis económica gravísima, superpuesta a la crisis institucional, fueron muy importantes. Yo había estado, en ese mismo Consejo de Ministros, con un presidente como Pérez, que era una ametralladora verbal y que también ejercía con gran don la conducción del gabinete. Pero, mientras Pérez ponía a pelear a sus ministros para él hacerse una opinión, Velásquez era moderado y apacible. Muchas veces, las reuniones de ese gabinete eran cátedras de historia de Venezuela».
«Como venezolana, le agradezco mucho al presidente Velásquez su manejo de la circunstancia. Hizo todo para lograr la más fluida transición para el nuevo gobierno. Entre las iniciativas suyas que más rescato fue el énfasis en la descentralización. Era un forme creyente en la autonomía que debían tener las gobernaciones y alcaldías, y trabajó mucho en eso. En este sentido, como en muchos otros, Velásquez continuaba la política del presidente Pérez, en cuyo gobierno se aprobó la elección directa de autoridades regionales. Yo pude continuar con el trabajo que venía haciendo al frente del Ministerio de Familia. Pude, incluso, incrementar, durante la administración de Velásquez, el número de niños atendidos en los dos programas bandera de ese despacho: los Hogares de Cuidado Diario y los Multihogares. A través de esta red, llegamos a atender unos 600 mil niños, en todo el país, con mucha participación del sector privado. Los dos presidentes entendieron muy bien la importancia de trabajar con la edad de oro de la inteligencia, que va del nacimiento a los 6 años, el periodo del desarrollo de todas las aptitudes y competencias (lo que no se logra en ese momento, no se conseguirá después).»
—Aunque nunca entendí muy bien por qué nos condecoraron ese día —concluye Albánez—, sí siento mucho orgullo de haber tenido la confianza del presidente Ramón Velásquez.
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