Modelos Colonia Puig, Caracas, circa 1970: Tito Caula ©Archivo Fotografía Urbana

Ella huele tu perfume y cae a tus pies

Fecha de publicación: noviembre 21, 2022

No hay que hacer aspavientos. Cada época tiene sus machismos (excepto en lugares como Qatar, donde las manifestaciones de misoginia son medievales, y en Venezuela, donde se apartan los montones de basura de donde se alimentan muchas familias para que desfilen los participantes en un bochornoso simulacro de normalidad). Pero, en fin, claro, esta imagen se pasa de inquietante, claro que sí.

Alrededor de 1970, a la agencia TIPSA se le encomendó la campaña publicitaria para una colonia masculina de la marca Puig. Debía generarse una imagen icónica. En el sentido literal del término. Debía tener alta recordación y constituir en sí misma una representación casi sagrada del objeto aludido. Pero había un problema. Siempre lo hay cuando la publicidad aborda los perfumes: ¿cómo se representa una fragancia? No es posible. Hay que darle un rodeo a esta dificultad. Ya que no podemos dar a oler el perfume a las audiencias, hay que sugerirles lo que les va a ocurrir a quienes lo usen.

Al rayar la década de los 70, Puig tenía claro el mensaje a comunicar: este perfume activa el “efecto macho”, fenómeno socio-sexual por el que las feromonas involucradas en el carnero inducen la ovulación en la oveja, que entonces se apresta a la actividad reproductiva. Dicho así, es un poco violento. Prescindamos del macho cabrío y esos asuntos de corral. Concentrémonos en las feromonas.

En 1959, una década antes de que se hiciera esta fotografía, los doctores Karlson y Lüscher propusieron el nombre de feromona, derivada de los términos griegos “llevar” y “hormona”, esto es “llevar excitación”, para aludir a ciertas sustancias químicas excretadas por un animal y que provocan una reacción específica. En los seres humanos, estas sustancias son capaces de comunicar, de manera inconsciente para ambos polos del intercambio, información acerca de su estado de ánimo y disponibilidad o compatibilidad sexual.

Se tenía claro, pues, que se quería proyectar una imagen de alto contenido sexual, al tiempo que de exclusividad y refinamiento. El hombre para esa tarea era Tito Caula, autor de la fotografía que acompaña esta nota.

Como es tradición en la publicidad de perfume, epítome del objeto irrepresentable, Caula echó mano del mito para hacer frente al problema de este tipo de representación conceptual; es decir, aludir a un signo olfativo mediante un signo visual. El mito está en la memoria ancestral de los seres humanos, capaces de “recordar” algo que no hemos visto o de lo que no hemos tenido noción. Ya que no se puede dispersar un aroma desde la pantalla de televisión o de las páginas de una revista, el mito le serviría poner en evidencia la sensación de lujo, de bienestar, de exclusividad y de sensualidad.

La imagen debía carecer de contexto, de allí que se escenifica en un sinfín como sombreado. Hay dos personajes, el hombre dominador, al que solo vemos hasta la cintura, plano que nos permite comprobar que el sujeto es delgado y, quizá, atlético, que lleva ropa y zapatos finos, y que está en actitud de avanzar… sin importarle la existencia de algo aferrado a su pierna. “Soy un tipo triunfador, chico. No me paro en nada, cuál es.”

A ella, en cambio la vemos casi de cuerpo entero (nos faltan los pies, ¿será una sirena?). Una mujer hermosa y bien alimentada. Rubia, de ojos claros. De cadera rotunda y densos pechos. Nos mira con cierta expresión de desafío, como si los desubicados fuéramos nosotros.

Ambos van vestidos de fiesta. Pero, mientras el hombre usa un blazer muy de la época, el traje de ella parece un drapeado sin costuras, como si consistiera en la mera envoltura del cuerpo con una tela ondulante. Un traje de diosa, efectivamente. Los recursos retóricos se han modificado poco desde su surgimiento en la Antigüedad; de hecho, la publicidad está cansada de reciclar imágenes para integrarlas a las narrativas de cada época e intentar dotarlas de mensajes renovados. ¿Estamos ante una Afrodita fotografiada en Caracas, en los meses inaugurales de la década de los 70? ¿O se tratará, más bien, de una émula de Helena de Troya? Podría ser. La mujer más hermosa de la Antigüedad, subyugada por Paris. O quizá, tirada al piso para engatusar a Menelao, cuando este finalmente la rescata, con una sobreactuación de inocencia y, a la vez, ardides de seducción… Lo que está claro es que nos mira con contenida altanería. Mija, ¿no deberías mostrarte más humilde; finalmente, estás en el suelo, en plan mascota, ¿okey?

Qué va. Ni mucho, recatada. Nótese que la túnica sin botones muestra una abertura en la zona del pubis. Los pliegues del satín dejan ver la entrada a una gruta oscura… en fin, más claro no puede estar. Paradojas del discurso publicitario.

Nuestras indagaciones para establecer la identidad de la modelo dieron pocos frutos. Tras descartar desatinos, -como que se trataría de Jodie Foster, actriz norteamericana nacida en 1962, con lo que tendría ocho años por los días en que hizo esta foto-, nos quedamos con dos posibilidades: podría llamarse Maruxa Monteserin o Margaret Redman, ambas venezolanas.

Quedémonos con la certeza de que es Afrodita, diosa griega de la belleza y el disfrute amoroso. Y la conclusión evidente, si usas la colonia Puig, una diosa te adorará a ti, tengas la cara que tengas.

Lea también el post en Prodavinci.

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