Carlos Márquez, autor de esta fotografía, no recuerda el día en que la tomó. Llama la atención este olvido, atribuible a lo fácil que se dieron las cosas, dada la serenidad de la modelo y la solvencia de quien la asiste. Cabe suponer que, aún con los cambios de ropa y los retoques de último momento, esta sesión debió completarse en tiempo récord, sin rencillas ni nerviosismo. No es, sin embargo, una imagen para olvidar. Al contrario. Está llena de rasgos suficientes para dejarla prendida de la memoria.
Lo primero que vemos es una geometría compleja, una repetición de formas triangulares formadas por los brazos de las dos mujeres. Ambas están concentradas en su trabajo, una faena que les exige proximidad física y esa danza de los brazos que el fotógrafo capta cuando esbozan un bosque de ángulos. Las dos miran hacia abajo, con lo que podemos ver los párpados maquillados con sabiduría y las cejas trazadas con primor.
La foto anuncia otra foto. Esta imagen es el momento previo, la preparación. Remite al antiguo ritual en el que la joven es vestida y acicalada para ir a sus esponsales. Aquí destaca la delicadeza con que la mujer mayor arregla la banda sobre el cuerpo de la otra, con gesto tan sutil que no llega tocarla. Esta levedad, vestigio de un país esmerado y pulcro, nos demora en la contemplación de la dama que supervisa. Es Emma Ninaus, entonces coordinadora del certamen de Miss Venezuela. En este día tiene 47 años, había nacido en Caracas en enero de 1936. Es, por cierto, de los pocos casos en la hispanidad en que una persona recibe en la pila un nombre en diminutivo y se la apela sin este. Se llamaba Emmita Josephe Ninaus, pero fue conocida siempre como Emma. Debió ser uno de esos mil recursos con los que la mujer trabajadora reclama respeto y distancia. Como de costumbre, lleva el cabello estirado sobre el cráneo y recogido en un rodete apretado que llaman chiñón. Si traía una chaqueta, debe haberla dejado en el espaldar de alguna silla, porque la foto nos la entrega con una blusa de voile, seguramente roja, remangada hasta los codos. Clásica en todo (los zarcillos pequeños, el reloj de pulsera y la esclava de oro, el maquillaje sobrio, la manicura impecable, los volantes del cuello y del peto pequeños) se ha permitido, no obstante, una prenda que transparenta su sostén de tiras finas. Por eso pensamos que ha debido llegar enchaquetada. Por eso, y porque la costura de la blusa se ha arrugado, o algo, el caso es que se ve rara. ¿Estará mal planchada o habrá sido comprimida por otra pieza de ropa?
El detalle de la costura anticlimática lejos de afectar la gentileza que emana de la persona de Emma Ninaus, la enriquece. La hace más cercana. La espuma oscura en la nuca y esa papada como de crema batida que se le forma al ajustar la banda completan una atmósfera de ceremoniosa proximidad. Casi podemos sentir su perfume. Nos recuerda a alguien… alguien muy familiar. ¿A Susana Duijm, será?
Tranquilizada por tan finas atenciones, la muchacha de la corona luce relajada.
Apenas si se asegura de que cierta elástica permanezca en su lugar. Se llama Paola Laura Ruggeri Ghigo. Tiene 22 años. Nació en la clínica Bello Monte, en Caracas, el 14 de julio de 1961. Es Miss Venezuela 1983. Esta sesión de fotografías fue hecha en la sede del Bloque de Armas, en junio 1983. El concurso había tenido lugar en mayo e inmediatamente ella se fue a México con Osmel Sousa, entonces presidente de la Organización Miss Venezuela (lo fue desde octubre de 1981 hasta febrero de 2018). La ganadora de ese año había sido invitada a formar parte del jurado de Señorita México.
—Al regresar a Caracas —recuerda Paola Ruggeri— hicimos esas fotos para enviarlas al Miss Universo. Fue justo antes de viajar a Lima para participar en el Miss Sudamérica. Yo me sentía muy bien en ese momento. Era un buen día. Lo recuerdo porque hicimos una cantidad de fotos, con varios cambios de ropa y muchas poses. Tengo los contactos de esas fotos y Carlos Márquez me regaló varias copias. Creo que son las más bellas de ese periodo.
El aplomo que evidencia fue adquirido, según dice, en el deporte. «A los siete años ya nadaba en el club Puerto Azul y a los 9 empecé a representar a Venezuela en competencias internacionales». Ruggeri integraba la selección nacional que fue al
Campeonato Sudamericano de Natación de 1974, en Medellín, donde rompió récords regionales en los 100 y 200 m, en el estilo espalda. Esta actuación fue reconocida por el Círculo de Periodistas Deportivos de Venezuela, que la nombró
«Atleta del año 1974″. Dos años después formó parte del grupo de atletas que defendió los colores nacionales en las Olimpíadas de Montreal 1976 y luego se retiró.
—En las tribunas —explica— hay centenares de personas y uno tiene que estar enfocado. Fui entrenada para eso. Yo estaba concentrada en mi prueba, aunque estuviera lloviendo o cuales fueran las condiciones externas. Y el Miss Venezuela fue una competencia más para mí, por eso siempre estaba tranquila, no resentía ninguna presión. Claro que, en el concurso, mis números iban a depender de un jurado, no de un cronómetro. Consciente de eso, fui desarrollando la confianza.
«En la foto se ve que para mí no representaba ningún reto estar en traje de baño en público. Yo vivía en una piscina con el pelo mojado. La novedad fueron los tacones, que empecé a usar ese año, cuando ya tenía 21, el maquillaje, el pelo armado. Fue un cambio inmenso. Acostumbrada a andar en mono o con shorts, me sentía rarísima en minifalda. Yo ni sabía que existían esas revistas en las que empecé a salir. Mi perspectiva se agotaba en las publicaciones de deportes. Decidí confiar en las personas que conformaban el equipo organizador del Miss Venezuela. No era difícil apoyarse en Emma Ninaus. Ella nos cuidaba. Se aseguraba de que todo saliera bien. Era como una mamá para nosotras, lo mismo que María Calay. Era un bonito equipo. Como una familia».
El traje de baño que luce en la foto fue aporte propio. «Era de lamé plateado. Lo compró donde Piera Ferrari, quien, además de hacer sus propios diseños, vendía ropa de diseñadores».
Al preguntarle si recuerda la conversación con Emma Ninaus de ese día, dice sí. «Es curioso, pero sí. Ella me dijo: ‘regresaste diferente’. Era cierto. Yo me sentía diferente. Emma me vio más madura y más expresiva, porque ese día yo estaba decidida a comunicarme con quien viera esas fotos. Yo buscaba la excelencia, la perfección. Estaba entrenada para eso. Nunca es suficiente. Siempre tienes que mejorar. Ese día ya yo no era una más de las 22 candidatas que iban a salir a escena en el Teatro del Hotel Macuto Sheraton en Caraballeda. Yo era Miss Venezuela e iba a competir otra vez con la bandera de mi país. Eso es lo que vio Emma».
El 18 de junio, Paola Ruggeri se impuso sobre las nueve aspirantes que se midieron con ella en el Coliseo Amauta por el título de Miss Sudamérica. Poco después viajó a St. Louis, Estados Unidos, donde clasificó entre las doce semifinalistas del Miss Universo, realizado el 11 de julio de 1983. Regresó a Venezuela y a la semana murió su hermana Patrizia. Además, tenía que terminar la tesis para graduarse de Ciencias Administrativas y Gerenciales, en la Universidad Metropolitana, y cumplir con una agenda en los Juegos Panamericanos, que se realizaron en Caracas entre el 14 y el 29 de agosto de 1983.
«Si no fuera por la corona y ese montón de maquillaje, la foto se vería muy natural. Yo no estaba posando. Los periodistas y fotógrafos me habían visto crecer en las competencias. Nunca los vi como amenaza. Todos éramos parte de una sola cosa».
Lea también el post en Prodavinci.