El presente artículo, noveno y último de la serie, forma parte de una línea de investigación sobre la modernidad venezolana desarrollada por los autores en el área de la teoría e historia de la arquitectura y el urbanismo de la Universidad Simón Bolívar. En esta oportunidad, en conjunto con la Fundación Espacio y con el Archivo Fotografía Urbana, en el marco del proyecto CCScity450, se exploran aspectos que supusieron una transformación del paisaje urbano caraqueño en relación con el trasiego de ideas y formas entre países.
En 1824, Simón Rodríguez establece una escuela-taller en Bogotá, la primera de varias que funda en diversas ciudades de América, poniendo a prueba novedosas ideas a partir de su experiencia como maestro en Caracas y Europa. Ese mismo año llegaba a La Guaira el pedagogo inglés Joseph Lancaster, quien había desarrollado un método conocido como de “enseñanza mutua” o “lancasteriano”, en el que los estudiantes aventajados transmitían a sus compañeros lo ya aprendido. Desavenencias con el Ayuntamiento capitalino –que lo contrata para regentar una escuela en donde recibe niños pobres y huérfanos- lo hacen retornar a los Estados Unidos tres años más tarde.
Las experiencias de Rodríguez y Lancaster muestran el valor que el nuevo Estado venezolano y sus dirigentes –imbuidos en el espíritu de la Ilustración- le dieron a la educación, entendida como instrumento idóneo para promover el desarrollo del individuo e instaurar una efectiva conciencia cívica entre sus habitantes; también comprueban el temprano intercambio de ideas pedagógicas que, desde y hacia la ciudad de Caracas, se comenzó a dar simultáneamente con la apertura del país a los mercados internacionales. No obstante, las críticas condiciones económicas de la joven nación tras la guerra de independencia y los diversos levantamientos internos que le sucedieron, no permitirán revertir significativamente la situación educativa heredada de la colonia -caracterizada por un alto índice de analfabetismo y la imposibilidad de que las mayorías pudieran acceder efectivamente al más elemental nivel de escolaridad- hasta finales del siglo XIX. Como correlato, la instrumentación de una arquitectura creada especialmente para dar soporte a la actividad educacional de la capital se demorará mucho más de una centuria.
El ingreso petrolero y las reformas educativas de los gobiernos nacionales, en medio del fortalecimiento de vínculos comerciales y culturales entre Venezuela y otros países, sobre todo a partir de la década de 1940, darán pie a la estructuración de un régimen educativo abierto a la generalidad, lo que se tradujo en cifras de alfabetización, escolarización y profesionalización nunca antes registradas y en la introducción de nuevos programas de capacitación alternativos, de perfil técnico. La contratación de asesores extranjeros para la creación y evaluación de diversos currículos y para dictar los cursos en determinadas áreas de especialización, se materializa, de manera simultánea, con el envío de estudiantes criollos a centros de enseñanza superior en Europa y Norteamérica.
Espacios para la educación en la historia del mundo occidental
La educación ha sido el vehículo de transferencia de diferentes tipos de conocimiento y, sobre todo, de determinados valores que se aspiran perpetuar. A cada circunstancia –educación elitista o masificada- le ha correspondido un escenario físico que propicie el proceso de enseñanza-aprendizaje. En las primeras civilizaciones, como la babilónica o la egipcia, era fundamental la formación de una casta sacerdotal cercana a reyes y faraones, la cual se instituía alrededor de templos y palacios. En la “polis” griega, cuna de la cultura occidental, un grupo de pensadores inicia la reflexión filosófica por el puro placer de saber; allí, las diferentes corrientes o “escuelas” (término que proviene del latín schola, y este a su vez del griego σχολή, scholḗ, que significa “ocio”, “tiempo libre”) van apareciendo en los espacios públicos, al aire libre: “Academia” era el nombre de un parque situado al noroeste de Atenas en donde Platón caminaba y conversaba con sus discípulos. Aristóteles, su discípulo, alquila un terreno en las inmediaciones del santuario dedicado al dios Apolo Liceo de esa misma ciudad estableciendo su propia escuela, el “Liceo”.
La doctrina aristotélica será decisiva en la conformación del pensamiento teológico cristiano medieval: el llamado “escolasticismo”, que se constituirá en eje de los programas de estudio de los principales centros de enseñanza superior creados en Europa a partir del siglo XI: las Universidades. Estas corporaciones, que ocupan el rol que hasta entonces detentaban los monasterios y escuelas catedralicias como repositorios del saber, serán un brazo decisivo para la formación del funcionariado eclesiástico y monárquico en todo el continente. El esquema arquitectónico adoptado es el del patio central rodeado de corredores: el “claustro”, una organización espacial que, en palabras de Pablo Campos Calvo-Sotelo, “cristalizaba una primera identificación entre modelo docente y modelo arquitectónico” (1). El plano de un monasterio ideal localizado en la abadía de Saint-Gall, en la actual Suiza, y fechado al rededor del año 820, con áreas destinadas a escritorio y biblioteca, señala la versatilidad del claustro para acomodar diversas funciones. La Facultad de Derecho de la Universidad de Bolonia -que aún conserva la misma sede desde la edad media- y el claustro renacentista de la Università della Sapienza en Roma, del arquitecto Giácomo della Porta, rematado por la capilla de Sant’Ivo, construida por Francesco Borromini entre 1642 y 1660, son ejemplos de la continuidad de este modo de organización alrededor de un patio central.
El período de la Ilustración, que fundó el conocimiento sobre bases racionales a partir de la observación, la experimentación y la duda, implicó la introducción del método dentro del proceso de instrucción, así como la idea de la educación como medio de transformación social. Estas discusiones las inicia el obispo J. A. Comenio en su obra Didáctica Magna o “Gran teoría de la enseñanza” -escrita hacia 1632 aunque publicada en el siglo XIX-. También son elaboradas por John Locke en Algunos pensamientos sobre la educación (1693) y por el francés J. J. Rousseau en Emilio, o tratado sobre la educación (1762), dos obras pioneras en el área de la filosofía educativa y que influirán en las reflexiones del siguiente siglo: las de J. H. Pestalozzi, F. Froebel y J. F. Herbart, quienes consideran que el objetivo del proceso educativo debe ser el desarrollo de la personalidad del individuo y no sólo la transmisión de unos determinados conocimientos. El desarrollo y reformulación de estos postulados en un contexto mecanizado, masificado y democrático como el de los Estados Unidos, posibilitará el desarrollo de nuevas corrientes como la llamada “Educación progresista” o “Escuela nueva”, representada por John Dewey.
Como en el caso de los lugares para la salud, a partir de la Ilustración la arquitectura educacional también es objeto de transformaciones. Los arquitectos franceses ven en sus edificios neoclásicos un vehículo de transformación social, tal y como lo atestiguan las propuestas, monumentales y utópicas, de E. L. Boullé. Thomas Jefferson adopta el esquema de pabellones en el campus que proyecta junto con Henry Latrobe para la Universidad de Virginia en 1817, confiriéndole identidad a cada una de las facultades.
A comienzos del siglo XX, la arquitectura moderna europea buscará un nuevo “estilo” que responda a las necesidades de un mundo industrializado y cambiante. La sede de la escuela de diseño Bauhaus en Dessau, Alemania, proyectada por su director Walter Gropius en 1925, se convertiría -con su disposición asimétrica de volúmenes funcionalistas, blancos y acristalados sostenidos por una armazón de concreto armado- en una de las obras paradigmáticas de la modernidad.
Claustros y educación en Caracas
Con la llegada de los españoles al territorio de la actual Venezuela, también vino la tradición educacional y arquitectónica europea. Como en las otras ciudades de la Provincia, en Caracas existieron escuelas públicas elementales “de primeras letras”, donde se enseñaba a leer, escribir y contar; durante mucho tiempo su número y alcance fue muy restringido debido a los pocos recursos manejados por el Ayuntamiento y a las dificultades de acceso, limitado solo a los blancos descendientes de españoles. Como en Europa, fue entonces fundamental el aporte de la Iglesia y de algunas órdenes religiosas que establecieron escuelas y cursos del nivel medio y superior. En la mayoría de los casos, la reutilización de antiguas viviendas, organizadas a partir de patios rodeados de corredores se mantiene como una constante.
Una iniciativa notable fue la del colegio de enseñanza media de los jesuitas en 1766, en las casas que habían pertenecido a las familias Cedeño y Liendo, en la esquina de Los Jesuitas. Esta fundación no prosperó, pues la orden fue expulsada del continente un año más tarde. Entre 1767 y 1786, la casa de los Liendo fue ocupada por la escuela de primeras letras regida por Guillermo Pelgrom; luego funcionó en diversas casas alquiladas, entre ellas la de Francisca Urbina, situada en “Feligresía de Catedral, calle de doña Ana de Liendro” (1790-93) y en la de Juana de Aristiguieta, “cuadra de los Santos Nombres de Jesús y María”, Veroes a Jesuitas, N° 33 (1793-1801). En estas dos últimas sedes, Simón Rodríguez acompañó a Pelgrom como maestro subalterno y tuvo la ocasión de dar clases al joven Simón Bolívar (2). Los conventos de San Francisco, San Jacinto y de La Merced progresivamente abrieron cursos de latín, humanidades y retórica y sustentaron la creación de dos importantes instituciones: el Seminario de Santa Rosa de Lima en 1773 –para la formación de sacerdotes- y la Real y Pontificia Universidad de Caracas, la primera universidad del país, en 1721 –que otorgará grados de bachiller, licenciado y doctor en artes y ciencias (en filosofía, teología y cánones; leyes y medicina). Ambos centros de enseñanza compartieron una casa de dos pisos adquirida por el obispo fray Antonio Gonzáles de Acuña a la viuda del gobernador Rui Fernández de Fuenmayor, situada en la actual esquina de las Monjas, frente a la plaza mayor.
A pesar de que con la instauración de la República se proclama la responsabilidad del Estado en el tema educativo, asociado a la necesidad de formar ciudadanos conscientes de sus deberes y derechos, la situación económica de la postguerra no permitió avances significativos. La Constitución del año 1830 asignó la competencia pública del nivel de instrucción elemental (escuelas) a los municipios y del secundario (colegios) y superior (universidades) al Gobierno central, lo que se tradujo en la práctica en el abandono de los estudios primarios, al carecer los poderes locales de recursos. Para entonces, existían en Caracas nueve escuelas (tres públicas, cinco privadas y una del Seminario) que sumaban 545 alumnos, lo que representaba sólo un 4% de la población en edad escolar; un colegio (también adscrito al Seminario) con 32 inscritos y la Universidad, con 374 estudiantes (3). El decreto de extinción de los conventos de hombres con menos de ocho religiosos de 1821, posibilitó la incorporación al patrimonio público de uno de los más grandes edificios de la ciudad, el antiguo convento de San Francisco, el cual dio cabida a un cuartel, dos hospitales y a la escuela de Lancaster y poco más tarde, a mediados del siglo, recibirá a la Universidad Central. También se instaló allí en 1836 uno de los primeros colegios privados para la formación de los hijos de la nueva elite liberal: el colegio “de la Independencia”, de Feliciano Montenegro Colón. Luego se crean otros, para los cuales se adaptan antiguas viviendas, entre otros los colegios “de la Paz” (1837) de José Ignacio Paz Castillo; “de la Concordia” de José María Pelgrom hijo; “Roscio” de Francisco Javier Yanes hijo y Manuel Antonio Carreño (ambos de 1839) y el “Santa María” (1859), de Agustín Aveledo. Gracias al filantrópico legado del valenciano Juan Nepomuceno Chaves, en 1842 fue posible abrir una institución destinada exclusivamente a niñas pobres, el colegio “Chaves”, para el que se alquila –y luego se compra– una de las casas más importantes de la Caracas colonial, construida por don Juan de Vegas cerca de la esquina de Llaguno.
El hito más importante en la historia educativa venezolana del siglo XIX corresponde al conocido decreto sobre instrucción primaria obligatoria y gratuita expedido por Antonio Guzmán Blanco el 27 de junio de 1870, mediante el cual se convierte en competencia nacional la instrucción primaria. El crecimiento de la actividad educativa durante el guzmancismo, gracias a la apertura de decenas de escuelas en antiguas viviendas de patio y corredor en todo el país, permitió elevar en solo 15 años casi diez veces la matrícula, al pasar de 10.000 inscritos en el año 1871 a 99.446 en el año 1886 (4).
A pesar de estos logros y de algunas reformas legislativas de avanzada, como la creación del Ministerio de Instrucción Pública en 1881, el balance del tema educativo al entrar el siglo XX, tras casi tres décadas de dictadura gomecista, arroja como saldo estancamiento y desatención oficial, justo cuando se comienzan a evidenciar importantes transformaciones socioeconómicas y culturales provocadas por el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo, con “una inmensa masa analfabeta –señala Luis Beltrán Prieto Figueroa- que representaba el 59 por ciento de la población mayor de quince años y más de medio millón de niños sin escuela” (5). El arribo creciente de inversiones, de profesionales y de técnicos extranjeros para el desarrollo de la novedosa industria, en particular provenientes de Norteamérica, junto con exiliados y emigrantes venidos de Europa, tendrán efectos muy importantes en las iniciativas de modernización del sistema educativo.
La modernización del sistema y su arquitectura
Desde el llamado “Programa de Febrero”, suerte de primer plan nacional formulado durante la presidencia de Eleazar López Contreras en el año 1936, la educación –junto con la salud- se convirtió en un tema central de la agenda política. Este enfoque se reforzó notablemente a partir de 1958, cuando los gobiernos democráticos plantearon la expansión del sistema en todos sus niveles. En ese sentido, la contribución europea y norteamericana para nuestra modernización educativa será fundamental. En efecto, los postulados de la “Escuela Nueva” (nutrida de los aportes de Pestalozzi, Froebel, Montessori y Dewey), basados en la experiencia y los procesos vividos por los propios alumnos, se aplican en las reformas que impulsa el gremio de educadores tras la muerte de Gómez, quienes también hacen ver la necesidad de formar docentes que dirijan la importante tarea que se vislumbra.
Para entonces, en Caracas sólo ha sido construido un edificio escolar de dominio público en lo que va de siglo: la Escuela Modelo “San Juan”, ubicado en la Plaza Capuchinos, cuyo proyecto fue realizado en la Escuela de Artes y Oficios de Caracas en 1909, y que sigue el esquema de distribución espacial en torno a un patio central. También las congregaciones religiosas tras su progresivo retorno a Venezuela, se organizan en “casas-patio”: el internado para señoritas “San José de Tarbes” (1889), emplazado originalmente en un local de la plaza Capuchinos y trasladado en 1902 a un imponente edificio de la nueva urbanización El Paraíso, diseñado una década antes por Juan Hurtado Manrique como Palacio de la Exposición del Concurso Agrícola e Industrial; el colegio “San Francisco de Sales” (1895) y el Colegio “San Ignacio de Loyola” (1919), instalado en la casa que fuera del presidente Ignacio Andrade en la esquina de Jesuitas. Dentro de la arquitectura del eclecticismo dominante en todos los ejemplos, corresponde al Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle introducir cambios en el esquema de organización espacial imperante, derivados del valor que le da esta orden a la relación del ser humano con el entorno natural: en el Colegio “La Salle Tienda Honda” (1922) el patio, en forma de “U” se abre hacia las visuales del cerró El Ávila y el Panteón Nacional por el lado Norte, mientras que el Noviciado “Sagrado Corazón de Jesús” en Sebucán (1927) –que actualmente es la sede de la Escuela de Enfermería de la UCV- la capilla ocupa el centro de una composición de tres cuerpos dispuestos en forma de una “H” y separa dos patios que también se abren al paisaje circundante.
Durante el período 1936-48, el desiderátum de la escolaridad como medio de ascenso social e instrumento para la defensa de los valores democráticos, determina la incorporación masiva de edificaciones especialmente diseñadas para el uso educativo con capacidad para 300, 600 y 1.000 alumnos. Los nuevos modelos educativos, junto con las premisas del “Estado docente” -que se hace oficial con la Ley de Educación de 1940- promueven el desarrollo de innovaciones arquitectónicas en las primeras obras erigidas en la capital. En el diseño de estos conjuntos participan activamente profesionales europeos recién llegados al país y venezolanos formados en el exterior: Enrique García Maldonado, contratado en 1936 por el Ministerio de Educación para ocupar el cargo de Arquitecto Escolar, realiza el anteproyecto de la Escuela Experimental Venezuela -que completa Herman Blaser en el MOP y el prototipo de una escuela rural que se propone replicar en 510 sitios del interior del país. Cipriano Domínguez se encarga de la programación y diseño del Liceo Caracas, convertido luego en el Instituto Pedagógico y Carlos Raúl Villanueva elabora los planos de la Escuela Gran Colombia, en la que se rompe el esquema del claustro central privilegiando una composición libre de volúmenes funcionales y abstractos, y aulas abiertas perfectamente orientadas y aireadas.
En el gobierno de Isaías Medina Angarita se materializa la primera campaña de construcción masiva de escuelas públicas en las principales ciudades del país, los llamados “Grupos Escolares”, con capacidad hasta para 600 y 1000 alumnos, en cuyos nombres se rinde homenaje a los países del continente; estas construcciones llegan a alcanzar, incluso, la función de hito urbano que anteriormente ostentaban las iglesias, devenidos en “nuevos templos para la educación” (6). En Caracas, a la labor pionera de García Maldonado, Blaser, Domínguez y Villanueva se suma la de Luis Malaussena, quien concibe las sedes de los grupos escolares “República del Ecuador” en la avenida San Martín, “República de Bolivia” en La Pastora y “Miguel Antonio Caro” en la avenida Sucre (1942-44). Estas escuelas, de un claro eclecticismo -en el que se mezclan estilos históricos como el Neocolonial con el Art-Déco y el moderno- además de aulas, talleres, laboratorios y bibliotecas, también cuentan con espacios para la salud, la alimentación, la cultura y el encuentro con las comunidades. También se atiende el nivel secundario, tal y como lo atestiguan los liceos “Andrés Bello” (1943-45) –obra conjunta de Luis Eduardo Chataing y Javier Yárnoz que se concibe como un prototipo replicado en las ciudades de Valencia y Barquisimeto- y “Fermín Toro” (1945-46) de Cipriano Domínguez, donde se visualizan los “cinco puntos de la nueva arquitectura” de Le Corbusier.
La reforma en el ámbito universitario recibe apoyo internacional. La creación del Instituto de Geología (1937) y de las escuelas de Agronomía y Veterinaria (1937) y Normal de Enfermería (1938) –transformada en Escuela Nacional de Enfermería en 1940- como instituciones separadas de la Universidad Central y dependientes directamente de los ministerios de Fomento, Agricultura y Cría y Sanidad y Asistencia Social, respectivamente, responde a la imperiosa necesidad del Estado de contar con profesionales venezolanos que supervisen las actividades petrolera, agrícola y sanitaria -carreras no previstas aun en esa Casa de Estudios- así como de establecer modelos educativos innovadores que permitan la especialización profesional. Esta labor contará con el apoyo de expertos extranjeros, sobre todo norteamericanos y españoles, y de criollos con estudios superiores en el exterior, contratados directamente por el ejecutivo nacional. En ese sentido, el establecimiento de la Escuela de Enfermería recibió un importante soporte de la Fundación Rockefeller, que ya estaba presente en Venezuela desde el año 1916 cuando se adelantaron campañas contra la fiebre amarilla, la anquilostomiasis, el paludismo y la malaria.
La crisis de espacio en los viejos claustros de la UCV determina la idea de construir una Ciudad Universitaria. En 1943 el gobierno solicita al Departamento de Estado de los Estados Unidos los servicios de un educador que colaborase con la Comisión que estudiaba el proyecto y contrata al Dr. Franck L. McVey, presidente emérito de la Universidad de Kentucky, quien realiza un diagnóstico integral de la institución y realiza recomendaciones que guiarán tanto el proyecto arquitectónico del conjunto como la reformulación de los propios programas y métodos académicos (7).
La apuesta por la construcción de una “ciudad” universitaria, emplazada de manera autosuficiente en las afueras de la capital, al modo de los campus norteamericanos (en contraposición a las escuelas universitarias europeas, estrechamente vinculadas a los cascos urbanos), también es sintomático del paradigma urbanístico que entonces toma cuerpo entre los planificadores. La complejidad del desarrollo del primer edificio, el Hospital Universitario, cuyo proyecto es elaborado por Villanueva junto con los ingenieros Armando Vegas y Guillermo Herrera Umérez entre 1942 y 1945, requiere la asesoría de Thomas R. Ponton, y Edgar Martin, médico y arquitecto norteamericanos especialistas en organización de hospitales, mientras que la firma de ingenieros Pardo, Proctor, Freeman & Mueser (conformada por socios venezolanos y norteamericanos) se hace cargo del diseño estructural y de las instalaciones. Considerada entonces como la edificación hospitalaria más grande de América del Sur, el “Clínico”, con sus patios y pabellones intervenidos por el artista Mateo Manaure, no es inaugurado sino en el año 1956, dando cabida simultáneamente al tratamiento médico y a la docencia.
Los equipamientos educativos y el crecimiento urbano de la capital
La Junta Revolucionaria de Gobierno -que toma el poder en 1945- le da continuidad a la anterior política de construcción de edificaciones educativas, manteniendo las obras de la Ciudad Universitaria y creando, en 1947, la Oficina de Arquitectura del Ministerio de Educación, que será dirigida durante dos años por Heriberto González Méndez. Como Enrique García Maldonado, González Méndez se vio forzado a vivir y estudiar en Francia luego de los sucesos de la “Semana del Estudiante” en los que participó en febrero de 1928. En esta Oficina, González Méndez se dedica a desarrollar un plan de escuelas “periféricas”, que permitiera llevar educación a todos sus sectores urbanos, sobre todo las zonas de barrios. Para esto, aplica un método que está asociado al concepto de la “unidad vecinal” de la planificación urbana, tomando en cuenta la distancia que puede recorrer un niño a pie desde su casa: “Sobre un plano de Caracas –comenta su viuda, Goyita Echeverría de González- trazaba un redondel y decía: aquí va una escuela, porque un muchacho no puede caminar más de esto…” (8).
Para la elaboración de los proyectos, la Oficina contrata varios profesionales extranjeros que han hecho carrera en arquitectura educacional: con José Miguel Galia hace el grupo Escolar “Jesús Enrique Lossada” en Chapellín y con Marcelo Crispo y Antonio Lombardini los grupos escolares “Juan Landaeta” en La Charneca y “Gran Colombia” en Prado de María, respectivamente; todos ellos tendrán luego un importante desempeño académico y/o profesional en el país. Wladimiro Acosta, quien es considerado uno de los maestros de la arquitectura moderna en Argentina, se residencia en Venezuela entre 1947-48 y asesora varias iniciativas de la Oficina que finalmente no se materializaron; no obstante, también realiza un proyecto privado que es construido parcialmente: el “Instituto Politécnico Educacional” en la urbanización El Bosque, para las educadoras Luisa Elena Vegas y Luisa Serna, inmueble en el que se estableció luego el Colegio Universitario de Caracas.
Cuando se inicia el explosivo crecimiento urbano de Caracas ya se había producido en el interior del país la aparición de los campamentos petroleros, asentamientos residenciales que introdujeron en Venezuela fragmentos del típico paisaje suburbano norteamericano en el que se repiten prototipos de viviendas aisladas rodeadas de jardines. Las condiciones de vida al interior de estos campamentos, cuidadosamente delimitados con cercas perimetrales que permitían -no obstante- el contacto visual, contrastaban enormemente no solo con las de los establecimientos espontáneos que fueron surgiendo en sus inmediaciones sino, incluso, con las de los principales centros urbanos existentes. Es indudable que los estándares que se hallaban en estos asentamientos, en los que parecía imperar una modernidad higiénica y funcionalista tuvieron un efecto demostración notable entre los venezolanos, quienes veían las posibilidades de reproducir estas condiciones de vida en su cotidiano.
La imagen suburbana, de “Ciudad-Jardín”, que se propone en los “fraccionamientos” o nuevas urbanizaciones residenciales para la élite en el Este de la capital desde la década de 1920, presididas generalmente por una casa-club (como se dio en el Caracas Country Club, Los Palos Grandes o La Florida), pronto es sustituida por el concepto de la llamada “Unidad Vecinal”, término acuñado por el planificador norteamericano Clarence Perry para definir sectores de ciudad relativamente autónomos reunidos en torno a centros cívicos, con equipamientos y servicios cuantificados en función del número de habitantes. El interés que toma este concepto en los desarrollos urbanos tanto públicos como privados en la capital de los años 1950, son sintomáticas de la aparición de un urbanismo plenamente funcionalista, cuyos referentes ya no provienen de Europa, sino de Norteamérica, y en los cuales los equipamientos colectivos, sobre todo las escuelas, serán los nuevos hitos: “…tomando las escuelas como núcleo del organismo, las viviendas se sitúan a distancia conveniente, de tal manera que los niños puedan ir a ella sin peligro”. En Coche, el Grupo Escolar “Carlos Delgado Chalbaud”, será diseñado por Tomás José Sanabria.
Lenguas extranjeras, educación y cultura
El tránsito de la influencia cultural europea –sobre todo francesa- a la norteamericana, ha sido ilustrado a través del análisis en el uso del francés como principal lengua moderna extranjera durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, tras un largo período en el cual el latín fue el idioma hegemónico de los estudios superiores, y la posterior adopción del inglés como nuevo esperanto. En 1841 se abre el primer curso de inglés en la Universidad Central, obligatorio para los estudiantes de derecho y medicina. El Código de Instrucción Pública de 1912 introdujo los idiomas en los planes de estudio del nivel secundario, consolidándose el inglés como cátedra obligatoria a partir de la década de 1950, mientras que la enseñanza de los otros idiomas se relegó a la mención Humanidades del ciclo diversificado. Para entonces, el inglés ya es reconocido como el principal idioma del mundo occidental (9).
Junto con la preparación de un cuerpo profesional de docentes que se incorpore a la ingente tarea educativa -para la cual son invitadas dos misiones pedagógicas chilenas- la formación de profesores de inglés será uno de los objetivos que se propone el Instituto Pedagógico de Caracas desde 1936. Paralelamente, y como respuesta a la demanda de un número creciente de empleados británicos y norteamericanos instalados en Caracas, a la sombra de las corporaciones petroleras, y de otras comunidades extranjeras, surgen colegios privados bilingües como la Escuela Campo Alegre, el Instituto Escuela y The British School. Para entonces, una iniciativa de interés binacional se hizo realidad el 4 de julio de 1941, cuando abre sus puertas el Centro Venezolano Americano o CVA, una institución destinada a estrechar los lazos de amistad entre los pueblos de Venezuela y Estados Unidos. La promotora de la idea había sido Margot Boulton, quien decide contactar a Nelson Rockefeller –impulsor de otros emprendimientos en Venezuela. El CVA tendrá una rápida acogida en la sociedad venezolana; su pronta expansión en Caracas a partir de su sede original –en una casa frente a la iglesia de Altagracia– y sus múltiples mudanzas por diferentes inmuebles en la ciudad –que incluirían la apertura de una sucursal en el Este– así lo demuestran. A las clases de inglés se sumarán las clases de español para los directivos y gerentes de las compañías petroleras, así como para sus familiares.
El CVA probaría ser mucho más que un instituto de enseñanza de idiomas; se constituiría en un exitoso catalizador para el intercambio cultural entre ambas naciones. Entre los visitantes que participaron en sus diversos programas y charlas se encontraban, entre otros, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Antonio Arraiz, Andrés Eloy Blanco, Vicente Emilio Sojo, José Antonio Calcaño, Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva y Vicente Gerbasi. Mientras que, de las letras norteamericanas, vendrían Arthur Miller y dos Premios Nobel, William Faulkner (1949) e Isaac Bashevis Singer (1978), entre otros (10). El CVA –como indica Judith Ewell– también enseñaba una “actitud”, entendiendo que “el inglés era una habilidad necesaria para los que deseaban ser modernos y salir adelante” (11).
Otras escuelas y centros culturales bilingües toman cuerpo en Caracas a lo largo del tiempo y materializan obras arquitectónicas de gran calidad, como el Colegio “Humboldt” en La Florida (con proyecto de Federico Beckhoff, 1957) y el Centro Cultural “Humboldt” de San Bernardino (por Dirk Bornhorst, 1989); no obstante, la importancia que tomó el inglés se hizo patente en la generalización de cursos para un público más amplio en otras instituciones que aparecen en la ciudad, como la “Academia Americana” o la “Academia Gregg”, en las que además se suministra un aprendizaje práctico en diversos oficios de apoyo a las crecientes actividades técnicas y burocráticas de las propias trasnacionales (como taquigrafía, secretariado, dibujo, etc.), y luego en otras modalidades educativas, incluyendo los “cursos por correspondencia”, antecedentes de los más recientes formatos “on line”, promocionados en los medios de comunicación.
La masificación del sistema
A pesar de la política desarrollista adelantada durante la década militar (1948-58), a la que se incorporó en 1951 un plan de construcciones escolares que permitiría dotar de edificaciones especialmente diseñadas a un buen número de planteles que seguían funcionando en antiguas casas, una lectura de las nuevas disposiciones legales (Estatuto Provisional de Educación, 1949; Ley de Educación, 1955) evidencia la ruptura con la tesis del Estado Docente que prevaleció hasta entonces y una sostenida restricción presupuestaria en los diversos ramos de la enseñanza oficial, lo que se tradujo en una deliberada desatención hacia esta área y en “una especie de colapso incipiente en el sistema” (12). En efecto, entre los años 1951-57 la matrícula de primaria en el ámbito público tuvo un crecimiento de solo el 31,1% mientras que, simultáneamente, se estimuló la expansión de la educación privada, con un crecimiento del 98,4% de la matrícula (13). Esta tendencia a la desaceleración en el ámbito público también se observa en el número de planteles destinados al nivel secundario: la proporción de liceos oficiales y privados, que en 1948 era prácticamente equivalente, se llevó en 1957 a una relación de 30% contra 70% a favor de la educación privada, en particular la religiosa (14). Bajo este mismo enfoque, en el año 1953 son creadas las primeras instituciones superiores privadas del país: las Universidades Católica Andrés Bello y Santa María.
En contraposición a la idea de los logros que muchas veces se ha tenido, a la caída de la dictadura perezjimenista sólo el 50% de la población en edad escolar se encontraba matriculada. El balance de la década del 60 es más favorable: sólo durante la gestión presidencial de Rómulo Betancourt (1959-64) la matrícula escolar se incrementó 53,2% (pasando de 769.725 a 1.179.967 de alumnos), y el número de edificaciones aumentó 52% (de 6.577 a 9.999). Las cifras de nuevas edificaciones escolares construidas por el primer gobierno democrático al finalizar el año 1961 (cerca de 1.300), que casi igualan la totalidad de las realizaciones de todos los gobiernos anteriores de ese siglo, son registradas en un gráfico incluido en la Memoria de Educación de ese año. La construcción masiva de escuelas, liceos y universidades a lo largo de la década resulta de la acción conjunta del MOP y de la nueva Oficina de Arquitectura del Ministerio de Educación (antecesora directa de la actual FEDE), dirigida por Ignacio Zubizarreta -arquitecto venezolano de origen vasco quien había realiza estudios en los Estados Unidos- quien reúne a un importante grupo de trabajo en el que figuran Luis Las Heras, José Antonio Pecchio y Antonio Pinzani, entre otros.
Simultáneamente se crearon nuevos programas de educación superior con apoyo de la Alianza para el Progreso; intercambios con la Unesco y la Fundación Ford; investigaciones educativas desarrolladas en la UCV; programas de becas para docentes de especialización en el exterior que se extendieron en todas direcciones desde 1974, a través del Programa “Gran Mariscal de Ayacucho”; nuevas instituciones y universidades bajo formato experimental como el Centro Experimental de Estudios Superiores de Barquisimeto, actual Universidad Centro Occidental “Lisandro Alvarado”, en 1962, y la Universidad Experimental de Caracas, actual Universidad “Simón Bolívar”, en 1967 (15) y el surgimiento de establecimientos privados con fuerte compromiso social como “Fe y Alegría”. Entretanto, a partir de 1971 el Ministerio de Educación, contó con una nueva sede proyectada por el ingeniero-arquitecto Henrique Castillo Pinto, junto al sitio en el que estuvo la casa natal de Andrés Bello.
Las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI supusieron transformaciones en programas educativos y establecimientos, programas de alfabetización, las llamadas escuelas bolivarianas, las misiones educativas y nuevas instituciones, con la especialización ministerial para la educación superior. No obstante, la crisis de la última década arroja interrogantes sobre el futuro de la educación y sus programas arquitectónicos, con la reducción substancial de la matrícula educativa.
Final
La educación, la vivienda y la salud han significado notables demandas sobre la sociedad y su conjunto, con especial incidencias sobre la arquitectura a medida que la industria de la construcción se transformaba en mecanismo de distribución de la renta petrolera. En materia educativa, ello significó la adopción de espacialidades específicas y experimentales, la normalización de programas edificatorios, el desarrollo de sistemas constructivos y la presencia de nuevas expresiones formales. Todos estos aspectos convergieron para dar sustento físico a los deseos y ambiciones de los venezolanos, contando con profesionales locales apoyados por asesores internacionales, un legado que todavía es visible en las calles de la ciudad y nos alerta sobre la tarea por cumplir en los próximos años.
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Notas
1. P. Campos Calvo-Sotelo, “Universidad, espacio y utopía”, en F. Tejerina (editor), La universidad. Una historia ilustrada. Madrid: Banco Santander-Turner, 2010, pp. 370-371.
2. Resulta un error adjudicar el nombre de “Casa de las Primeras Letras” al inmueble N° 29 ubicado entre las esquinas de Veroes a Jesuitas, recientemente restaurado por el Distrito Capital, en el cual habitó durante más de siglo y medio, hasta el año 1919, la familia Tovar.
3. R. Díaz Sánchez citado por L. Zawisza, Arquitectura y obras públicas en Venezuela, siglo XIX. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1988, t. 1, p. 147.
4. Citado por M. Mudarra, Historia de la legislación escolar contemporánea en Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores, 1978: 56-57
5. Citado por J. Juárez, “La modernidad como proyecto: Educación y democracia en Venezuela”, en T. Straka, (compilador), La tradición de lo moderno. Venezuela en diez enfoques. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2006, p. 91.
6. S. Hernández de Lasala, Malaussena. Arquitectura académica en la Venezuela moderna. Caracas: Fundación Pampero, 1990, p. 159.
7. A. Vegas, Ciudad Universitaria de Caracas. Documentos relativos a su estudio y creación. Conferencia del Dr. Armando Vegas. Caracas: Editorial Grafolit, 1947.
8. S/A, “El séptimo quijote. Heriberto González Méndez”, en Revista Inmuebles, N° 12, Caracas, junio, 1993pp. 120-122.
9. R. Hernández, “La enseñanza del inglés en Venezuela: una visión retrospectiva”, en Heurística, N° 15, Caracas, enero- diciembre, 2012, pp. 155-171
10. E. Cobeña, “Historia del CVA”, en K. Krispin (comp.), 75 años de Amistad y Cultura. Centro Venezolano Americano 1941-2016. Caracas: CVA, 2016, pp. 16-17.
11. J. Ewell, Venezuela and the United States, 1996, p. 181.
12. M. Mudarra, Op. Cit., p. 192.
13. I. Sulbarán, “La Educación Primaria en Venezuela: Una mirada hacia la historia (1951-2001)”, en G. Luque, comp., Venezuela. Medio siglo de historia educativa (1951-2001). Caracas: Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, 2011, 83-84.
14. C. Manterola y D. Córdova, “La educación secundaria en Venezuela. Período 1951-2001”, en G. Luque, comp., Op. Cit., p. 99.
15. R. Fernández Heres, Educación en democracia: historia de la educación en Venezuela. Caracas: Congreso de la República, 1983, t. 1, pp. 85.
Fuentes de las imágenes
Figura 1: M. Pest, “De la universidad ilustrada al liberalismo”, en F. Tejerina (editor), La universidad. Una historia ilustrada. Madrid: Banco Santander-Turner, 2010, p. 119. / “University of Virginia”, grabado por J. Saerz, 1856. Disponible: http://faculty.virginia.edu/villagespaces/essay/ / L. Benévolo, Historia de la arquitectura moderna. Barcelona: Gustavo Gili, 1974, p. 466.
Figura 2: G. Gasparini y J. P. Posani, Caracas a través de su arquitectura. Caracas: Ernesto Armitano Editor, 1998, pp. 125 y 95.
Figura 3. Tarjeta postal, hacia 1904. Disponible: delcampe.net / El Cojo Ilustrado, N° 420, Caracas, 15 de junio, 1909 / Archivo Fundación Fondo Andrés Bello, Caracas.
Figura 4: P. Mendoza Neira (director), Venezuela 1945. Caracas: Publicaciones de El Mes Financiero y Económico, 1945, pp. 297, 303 y 429.
Figura 5: Autores desconocidos, hacia 1955 ©ArchivoFotografíaUrbana.
Figura 6: E. Sánchez Uzcátegui. “Las escuela nacionales de enfermeras en Venezuela, 1940-1960”. En: Revista Voces: Tecnología y pensamiento, Vol. 7, enero-diciembre, 2013, p. 17. / Plinio Mendoza Neira, Op. Cit., p. 339.
Figura 7: Autores desconocidos, hacia 1960 ©ArchivoFotografíaUrbana.
Figura 8: Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, N° 178, Caracas, enero, 1951, pp. 20-21. / Autor desconocido, hacia 1950 ©ArchivoFotografíaUrbana.
Figura 9: Autor desconocido, s/f ©ArchivoFotografíaUrbana. / C. Clausen, Ann Gourley Caffrey-Oil Camp History. Disponible: http://www.cclausen.net/a_caffrey.html
Figura 10: Banco Obrero, 40 años del Banco Obrero. Caracas, B.O., 1968 / Galería de Arte Nacional, Tomás José Sanabria Arquitecto. Aproximación a su obra. Caracas: GAN, 1995.
Figura 11: S. Foley McCann, Caracas y Campo Alegre. Disponible: https://caracasvz.wordpress.com/campo-alegre/ / Autor desconocido, hacia 1957 ©ArchivoFotografíaUrbana.
Figura 12: Venezuela. Ministerio de Educación, Memoria al 1962. / Venezuela. Ministerio de Obras Públicas, Memoria al 1961. / Nicola Rocco, Caracas Cenital, 2005 ©ArchivoFotografíaUrbana.
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