El primer regalo que una madre wayúu le otorga al recién nacido es su linaje. Si un hombre wayúu contrae matrimonio con una mujer fuera de su entorno cultural, sus hijos serán arijuna (o alijuna). Ese nuevo ser, puede crecer conociendo las costumbres y su cosmogonía, pero jamás será wayúu, porque la madre es el alma de la estirpe.
La madre wayúu no sólo le da a sus hijos el apellido, es el pilar que transmite los saberes, el conocimiento ancestral, la cosmogonía. Por eso, cuando la niña se convierte en mujer, se cumple el rito del blanqueo: se encierra en su hogar; en los primeros tres días no puede beber ni comer nada. Luego aprenden todo de la vida como mujer wayúu. Absorben la herencia cultural que luego les corresponderá delegar en sus hijos.
En la Guajira está aceptada la poligamia, siempre y cuando el hombre se haga responsable de las mujeres que desposa. Pero es la mujer quien tiene el mando en la comunidad, quien toma las decisiones en la economía familiar. Enseñan, transmiten y sostienen la cultura a base de experiencias y conocimientos. Tengo una amiga arijuna, Yumei Silva. Ella me cuenta que su abuela, cada vez que la iba a visitar, le regalaba un nuevo chinchorro hecho con sus manos. La sentaba entre sus piernas y le enseñaba a hacer la hamaca. Su abuela criaba ovejos, hacía cerámicas y tejía. A veces cuando iban a visitarla no la encontraban. Había que recorrer la alta guajira para ubicar su nueva casa, se mudaba en busca de un mejor lugar donde hubiera suficiente agua para sus animales de cría.
Por eso, en los retratos de Hellmuth Straka (1922-1987) vemos a estas mujeres con una energía ancestral. Hay más confianza que timidez, y una personalidad que se impone en el entorno: no lucen sumisas, parecen reinas que muestran con orgullo su abolengo y sus herederos. Sostienen a sus hijos, los miran protectoras, sonríen con aplomo, con la firmeza de saber que pisan la tierra que les pertenece.
Hellmuth Straka conoció a pulso de su cámara las comunidades indígenas desde la frontera colombo-venezolana hasta el interior del país. Estudió, con un interés antropológico, las costumbres culturales tanto de los wayúu como de los yukpas. Retrató momentos artesanales, horas de siesta, funerales, bailes… Straka, quien vivió primero en Maracaibo antes de establecerse en Caracas, viajó siempre con su cámara y recorrió con frecuencia la Península de la Guajira, la Laguna de Sinamaica y la Serranía de Perijá. Fueron seis años dedicados a fotografiar a los indígenas de la Guajira (hasta 1960).
En 1955 visitó el Centro Misional del Sagrado Corazón de Jesús (fundado en 1949), retrató a los wayúu, pero también realizó varios autorretratos acompañado de la comunidad. Una de esas fotografías es de una mujer cargando un niño y que se protege el rostro del sol con pai-pai, un pigmento natural generalmente negro. Además del cuidado personal, el negro para el wayúu es la base de la vida y el origen del universo, un color intenso y profundo, como también es la esencia de la madre.











