¿Es santa o astronauta?

Fecha de publicación: abril 2, 2017

“He jurado no quitarme el collar de perlas

No vaya a ser que me quede quieta cuando se abra el cielo”.

Patricia Guzmán. Fragmento de un poema incluido en su libro Canto de oficio

 

“Es una espectadora anónima”, dice el fotógrafo Manuel Reverón, autor de la imagen que acompaña esta nota. La tomó el pasado domingo 19 de marzo, cuando se inauguró la exposición “Tito Caula. El registro inagotable”, en la Sala Trasnocho Arte Contacto (TAC), del centro Trasnocho Cultural, en Caracas. La muestra, que reúne más de 70 fotografías realizadas durante las décadas del 60 y 70 por el artista nacido en Azul, Argentina, en 1926, y residenciado en Venezuela desde 1960 hasta su fallecimiento en 1978, se realizó con el auspicio del Archivo Fotografía Urbana y la Embajada de la República Argentina.

—Yo estaba allí—explica Manuel Reverón— haciendo el registro visual de la apertura de la muestra. Me movía entre los espectadores, escuchaba sus comentarios. Las imágenes de Caula constituyen un documento gráfico de Caracas, las avenidas, los monumentos, túneles, edificios, urbanizaciones, así como retratos de personalidades de las décadas de los 60 y los 70, y eventos multitudinarios; y también hay fotos publicitarias. Es un compendio del trabajo del incansable Caula.

Nacido en Caracas, en 1985, y formado como politólogo, Manuel Reverón no tardaría en percatarse del acento nostálgico que dominaba en los comentarios de los espectadores. “Todo lo que estaba allí fotografiado ocurrió antes de mi nacimiento. Yo no conocí esa Caracas ni a las personas retratadas. Mi generación no vio la Caracas de Tito Caula. Pero yo estaba allí haciendo fotos de una exposición de fotos llamada El registro inagotable. Yo veía gente que observaba un determinado registro y los percibía como parte de la foto. Ahora yo haría el registro de ellos mirando el registro original. Es un registro que no se agota… Y esa es, además, la Caracas de ahora: la gente. Ya no queda la espectacularidad la Caracas. Apenas si hay rastro de su aspiración de modernidad”.

—La ciudad de ahora —concluye Reverón— es la gente, porque la urbe es fea, oscura, peligrosa, depauperada… Lo que queda de Caracas es solo la gente. Y por eso, desde el principio, traté de enmarcar a la gente en las fotos. Hasta que lo conseguí.

La espectadora está mirando la conocida imagen de Caula, The big fish, que capta Plaza Venezuela. Y, como la foto es completamente redonda, la composición de la imagen de Caula de fondo con la dama del collar recortada contra aquella nos ofrece una suerte de santa que se ha volteado para completar su propia aureola.

Le muestro la foto de Reverón a mi hermano Marco Tulio Socorro, escritor y fotógrafo. Qué ves aquí, pregunto.

—Una mirada inocente sospecharía, de entrada, —me responde mi hermano, por escrito— que todo se reduce a meter esa rebelde cabeza en una aureola que a la vez funciona como máscara espacial. Yo, como todo ladrón, juzgo por mi condición, y sospecho que todo empezó por esas perlas que cortan, delimitan y resaltan la nuca femenina. De ahí, el ojo reparó en la simetría irresistible de los hombros y la frontera de tela, al sur, que deja desnuda la espalda suave, tostada, perfecta, exhibida con el candor del ciervo que deja entrever su vulnerable cuello. Buscó luego el fondo, y encontró la oportuna complicidad del contraplano: un círculo en un cuadrado, como el Hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci. El orden, la geometría, la exaltación y la conceptualización. Y clic, o más bien, zas, el secreto placer de la captura en silencio y soledad. Todo ha ocurrido en menos de un segundo. Sospecho también que debe haber hecho más disparos, y que la composición final nació en el laboratorio, reencuadrando, repensando, reviviendo. Pero todo empezó por esas perlas.

Vuelvo con Reverón y le pregunto cómo logró ese encuadre. “Llevaba mucho rato buscándolo. Pensé que me lo darían los trípticos de foto publicitarias de Caula, pero cuando la señora se puso frente a The big fish, supe que ya tenía mi foto”.

Reverón, entonces, se movió hasta tener el objetivo. Llegado el momento, se “agachó” (él mide 1,80, es más alto que la modelo) y tomó la foto.

—Mi hermano Marco Tulio Socorro dice que el fondo, de Caula, “funciona como máscara espacial”.

—Claro. En la película El planeta de los simios, cuatro astronautas llegan a un planeta desconocido, habitado por gorilas que hablan y manejan armas de fuego. Tras muchos conflictos con los simios, el astronauta sobreviviente emprende su viaje de regreso a la Tierra… solo para descubrir que nunca había salido de ella. El supuesto planeta desconocido era la Tierra en el año 3978. “Unos maniáticos la han destruido”, dice el astronauta, arrodillado en la playa lamentando este giro que jamás se esperó. Entonces alza la vista y ve la Estatua de la Libertad en ruinas. Para esa señora, contemplar la foto es hacer un viaje. Al pasado. Porque ella vive en un país postapocalíptico.

Pero, como bien dice la poeta Patricia Guzmán, hemos jurado no quitarnos las señas que nos mantienen en movimiento, precisamente en precisión de que se abra el cielo y quiera tragarnos.

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