A mediados de noviembre, cuando llegaba a un año esta sección de Prodavinci donde a partir de una imagen tomada del Archivo Fotografía Urbana desarrollo la historia del momento allí captado, decidí atender la sugerencia del escritor Federico Vegas, quien me había dicho varias veces que escribiera sobre las casas de Caracas.
Federico ha sido un lector muy consecuente de este espacio, el cual ha apoyado con invalorables observaciones. Además, como las notas se enriquecen notablemente cuando es posible apoyar la investigación con entrevistas, juzgué que el primer aniversario era una buena ocasión para abordar el asunto de la urbanización de Caracas y entrevistarlo. Con este proyecto, aún vago, abrí el voluminoso libro de la Fundación Fotografía Urbana Venezolana 1850-2009 en busca de alguna imagen que tuviera una casa caraqueña y unas personas cuya vida reconstruir.
No tendría que andar mucho: en la página 83 estaba lo que buscaba. En el porche de una flamante vivienda, con toda seguridad de estreno, posaba una familia. La leyenda especificaba el nombre del fotógrafo y de los propietarios: “Luis Felipe Toro | General Rafael María Velasco con su familia, ca. 1929”. Era todo lo que necesitaba. Con esa pista me lancé a la pesquisa. Y lo primero que hice fue enviar la fotografía a una amplia red de informantes que suelen ayudarme con datos y conjeturas, incluido Federico Vegas, quien de inmediato analizó la casa y me dijo estar en disposición de conversar sobre ella.
Cada hora aumentaba mi conocimiento del cuento. Enterada gracias a Internet de que el general Velasco había sido Presidente de Lara, cedí al impulso de llamar a Ramón Guillermo Aveledo, quien pese a estar a pocas semanas de la elecciones legislativas contestó a mi llamada y me confirmó la especie. El periodista barquisimetano Alfredo Álvarez me remitió a dos historiadores locales, quienes abundaron en la peripecia larense del general Velasco. Muy pronto mi estudio se tapizó de libros abiertos donde se mencionara al general gomecista y distribuí la foto por todos los canales posibles, con la esperanza de que alguien reconociera el rostro de la fotografía y me aportara información sobre la familia Velasco.
Como hago con casi todas fotografías que documento, busqué la genealogía del general. Acudí para ello a los https://elarchivo.org/wp-content/uploads/2022/07/037929.jpgvos en Internet de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Mormones), quienes de acuerdo con sus creencias recopilan datos genealógicos por todo el mundo, incluyendo Venezuela. Para los mormones es una obligación sagrada conformar un árbol genealógico de al menos cuatro generaciones: esto es el eje central de su doctrina, cimentada en la redención de los muertos y exigencia de unión familiar.
A partir de 1894 los mormones comenzaron a adquirir registros genealógicos de todo el mundo para catalogar nacimientos, defunciones, expedientes de quintas, padrones, o matrimonios documentados desde hace cuatro siglos. Al día de hoy, la Sociedad Genealógica de Utah tiene registradas 3.000 millones de personas fallecidas en Estados Unidos, Canadá, las islas británicas, Europa, América Latina, Asia y África. Las copias en microfilme y las más recientes imágenes digitales de esos registros se almacenan en una bóveda de alta tecnología excavada en un bloque de granito en una montaña cerca de Salt Lake City, en Estados Unidos.
Y con la genealogía de los mormones tuve los datos familiares del hombre a quien llamaban El Sapo Velasco.
Cada vez me internaba más en esa vida, pero hubo dos importantes cuestiones que pasé por alto…
El hombre que cambia de mujer
si le alteran una letra
Engolosinada con la posibilidad de escribir una nota que diera protagonismo a una casa (para hacerle una gracia a Federico) me salió una morisqueta: no me di cuenta de que la fotografía contigua en el libro tenía exactamente la misma leyenda. No lo vi. Ni siquiera me detuve a contemplar la fotografía. Si hubiera visto la imagen vecina me hubiera percatado de que estaba glosada con la misma acotación: “Luis Felipe Toro | General Rafael María Velasco con su familia, ca. 1929”. Y no era posible que se tratara de dos fotos de las mismas personas, porque es evidente que no lo son. Alguien se equivocó al escribir el libro. A alguien se le pasó la reiteración al corregirlo. Nadie cayó en cuenta de la necesidad de corregir al mirar la maqueta. Y yo no reparé en ello cuando escogí la foto de esa semana.
Pero no fue esa la única diligencia exitosa de los centinelas del olvido, como dice Patrick Modiano. También ocurrió algo sorprendente que no supe sino después de que una lectora escribiera aProdavinci para advertir un gran dislate.
Vamos por partes: un par de días después de que mi nota fuera publicada con el título “El general Velasco estrena casa en las afueras”, recibimos el comentario de una lectora. Nos decía que tanto la foto como el artículo estaban equivocados. Se trataba ni más ni menos que de la escritora Alicia Álamo Bartolomé.
“La foto y el artículo están equivocados. Esos no son el Gral. Rafael María Velasco ni su familia”. Esto sería, ciertamente, una confusión desagradable que podríamos enmendar con sólo cambiar la imagen (quitaríamos la de la página 83 y la sustituiríamos por la que está en la página anterior). Pero no. Eso no era todo. Alicia Álamo Bartolomé precisaba:
“Los conocí muy bien en San José de Costa Rica entre los años 1936-41. Él era un hombre pequeño, mucho más viejo que el de la foto —no pudo cambiar tanto en 7 años— y de rasgos faciales muy diferentes. Casado con Ana Luisa Quintero, una de las bellas hermanas Quintero conocidas en Caracas. Tenían seis hijos: Rafael María, Hernán, María Luisa, Irma, Ignacio y Guillermo. María Luisa llegó a San José ya casada con Alfredo Yanes Travieso, tenían un bebé y tuvieron más hijos en Costa Rica. Yo, niña de 11 o 12 años, fui a la celebración del bautismo de uno en la finca que había comprado el general, Las Nubes, en clima frío y con lindas matas de hortensias”
¡Casado con Ana Luisa Quintero! Dios me ayude. Yo había escrito que el general Rafael María Velasco Bustamante, (nacido en Capacho, estado Táchira, en 1874, y quien había desempeñado una pila de relevantes cargos con Castro y Gómez, hasta ser titular de la Gobernación del Distrito Federal, donde lo encontrará la muerte de Gómez, en 1935) estaba casado con Teodolinda Gómez, también tachirense y nacida cerca de 1880. Datos que había sacado de la genealogía de los mormones.
Muy angustiada por haber publicado un embeleco, regresé al https://elarchivo.org/wp-content/uploads/2022/07/037929.jpgvo de la Sociedad Genealógica de Utah, no para volver sobre mis pasos sino para buscar los nombres aportados por Alicia Álamo. En cuanto escribí el nombre de la que según mi corresponsal había sido la verdadera consorte del general Velasco Bustamante, también apareció el nombre de él… pero con un cambio: no ponía Velasco sino Velazco. Escribí el nombre correcto y aparecía el hombre casado con Teodolinda y sin hijos, pero al escribirlo con zeta estaba casado con Ana Luisa Quintero, quien efectivamente está registrada como wife of Rafael María Velazco Bustamante y mother of María Luisa Velazco Quintero. Los otros hijos no están incluidos en la ficha.
¿Cómo pudo ocurrir esto? No lo sé. No tengo respuesta.
En ambos casos aparece el nombre completo del general: primero y segundo nombre; primero y segundo apellido. Sólo cambia una letra que para el castellano de América ni siquiera varía al pronunciarla. Pero en un caso tiene una vida infértil con la tachirense Teodolinda Gómez y en el otro la caraqueña Ana Luisa Quintero le dio media docena de descendientes. También escribió Alicia Álamo Bartolomé:
“Ana Luisa y sus hermanas tenían fama de ser mujeres bellísimas aquí en Caracas, las famosas Quintero. Tenían 6 hijos, 4 hombres y 2 mujeres. Los hombres eran: Rafael María, Hernán, Ignacio y Guillermo, éste, el menor, se quedó y fundó familia en Costa Rica. Las mujeres eran: María Luisa e Irma, muy bonitas también. María Luisa llegó a Costa Rica ya casada con un Yanes y con un bebé. En San José tuvo a sus otros hijos. Después, unos de ellos se fueron a Colombia, creo que Hernán e Irma y ésta se casó allá. Me parece que la única que regresó a Venezuela con su familia fue María Luisa. Creo recordar que el Gral. Velasco compró una hacienda en Costa Rica, un sitio frío, con una bellas matas de petunias, donde fuimos a pasar el día una vez”
En su libro Las luces del gomecismo, Yolanda Segnini dice de María Luisa Velasco Quintero, la hija que regresó al país, que era pianista y pintora. Y también que fue subsecretaria de la 1ra. Directiva en el Ateneo de Caracas.
Ruedan por las calles
los muebles del gobernador
Todo lo que contamos en aquella primera nota sobre la trayectoria del general Rafael María Velasco Bustamante se corresponde con la realidad. Y ahora que sabemos que Teodolinda llegó a esta historia por travesuras de los duendes de la Montaña de Granito de Utah, somos conscientes de que el verdadero general Velasco Bustamante es el que está sentado en el extremo del sofá donde están también su esposa Ana Luisa y el pequeño Guillermo. Por cierto: en la página donde están las dos vidas del general, según la grafía del apellido, hay una fotografía de Ana Luisa Quintero unos cuantos años más tarde. Y no cabe duda de que es ésta joven madre.
Seis años después de que el gran fotógrafo Luis Felipe Toro tomara esta foto, murió el general Gómez. Según escribió Margarita López Maya, en Venezuela siglo XX, editado por Empresas Polar:
“Mientras el cadáver de Gómez era sepultado en Maracay rodeado de una muchedumbre silenciosa y ordenada, en la Plaza Bolívar de Caracas, frente al palacio de la Gobernación, se fueron reuniendo multitudes que exigían la renuncia del gobernador, general Rafael M. Velasco, uno de los más representativos personeros del gomecismo: ¡Antes la muerte que una nueva tiranía! ¡Muera el sapo Velasco! ¡Muera el sapo Gobernador de Caracas!, eran algunas de las consignas. El día 19 [de diciembre de 1935] Velasco dio orden de disparar sobre la multitud concentrada en la plaza, produciendo la muerte de varios protestantes e hiriendo a decenas. Esto profundizó la ira popular y fue el detonante de disturbios y saqueos que durarían varios días”
López Contreras, entonces Presidente Encargado, se puso al frente de la situación. Depuso a Velasco y en su lugar nombró al general Félix Galavís como gobernador de Caracas, puesto que ocupó el día 20 y desplegó diversas actividades para calmar los ánimos y dar la sensación de que una nueva época se abría para Venezuela. Y mientras López Contreras recibía ovaciones, se registraban saqueos en Caracas y otras ciudades del país. Dice la misma Margarita López Maya:
“La casa del general Velasco la residencia y cines del general Pimentel, el diario oficial El Nuevo Diario, las casas de la familia Gómez, entre las cuales se incluían algunas de conocidas amantes de los Gómez en Caracas, la casa del jefe civil de Sabana Grande, todas fueron destruidas”
Cuando ese salón que vemos en la fotografía quedó arrasado, la familia en pleno abandonó el país. Fue en febrero de 1936. El general moriría en el exilio, en San José de Costa Rica en 1948.
Mientras tomaba notas de este artículo de Margarita López Maya, vino a mi memoria algo que me había contado hace tiempo el escritor y crítico de cine Rodolfo Izaguirre. Y al punto lo llamé para interrogarlo.
“Yo era muy niño cuando ocurrió todo eso. Apenas tenía cuatro años, en diciembre de 1935, cuando mis hermanos se presentaron en casa arrastrando el escritorio y la silla giratoria de El Sapo Velasco. Después sabría la gente que en Caracas lo odiaba porque había actuado con saña contra los estudiantes del 28 y contra la ciudadanía que protestaba en febrero del 36. Es de suponer que muchos gomecistas vivían en la parroquia de San Juan, porque yo veía a través de las celosías de las ventanas pasar y volver a pasar gente gritando y llevando muebles, tinajeros, mesas, cortinajes, toneles de vino y hasta un piano”
El niño que era Rodolfo Izaguirre se apartó de la ventana desde donde contemplaba el tumulto al tiempo que llegaron sus hermanos con un escritorio de caoba pulida:
“Tenía una gaveta rectangular profunda en el centro y, a ambos lados, sendas tablas que se halaban y se escondían, sobre las que podían ponerse libros o la máquina de escribir. También tenía tres enormes gavetas debajo, a cada lado. La silla giraba y el asiento era de cuero muy fino con un cojín que, creo, era de color verde. Recuerdo lo enorme y pesado que era el escritorio, que además tenía la particularidad de que sus partes podían separarse porque eran piezas atornilladas. Mis hermanos las separaron para trasladarlo y meterlo en mi cuarto, ya que no cabía por la puerta”
Fue así como, en cuestión de horas, aquel lujoso mueble pasó de la residencia de un jerarca del régimen dictatorial al cuarto de un muchachito destinado a ser una de las figuras más prominentes de la cultura del siglo XX en Venezuela. “Lo que daría hoy por saber qué decían los papeles y carpetas que estaban en las gavetas. Nadie se ocupó de conservar aquellos documentos”, suspira Izaguirre. “Al morir mi mamá, la casa se dispersó. Yo seguí un tiempo más haciendo mis deberes escolares en el escritorio de El Sapo, hasta que me internaron en el Liceo Santa María, que dirigía Hugo Ruán, en Sabana Grande y ya no supe nunca más de aquel fabuloso mueble”.
Todo, todo, pasto del olvido
Cuando supe de la misiva de Alicia Álamo Bartolomé era de noche. Yo tengo dos nacionalidades: el día y la noche. En aquella puedo ser alegre y optimista, pero en esta suelen abrumarme las penas y preocupaciones. Sentada en el borde de la cama, me estrujaba las manos preguntándome cómo había podido ocurrirme semejante catástrofe: periodista con tres décadas en el oficio, he divulgado una sarta de falsedades.
Al día siguiente, con el sol, revisé los sentimientos de la víspera y me dispuse a corregir lo que fuera menester. Con la frente en alto. Sin tonterías. Fue entonces cuando ordené la serie de descubrimientos que ya he expuesto aquí: retomé la recolección de notas sobre esta historia y me fui a votar.
Y ya en las primeras horas del día siguiente tuve muestras de esa furia con la que trabajan los obreros del olvido.