Federico Lessmann tenía un profundo interés por la forma en que la fotografía podía registrar la historia: prueba de lo anterior es su colaboración en 1870 con Adolfo Ernst, en un inédito registro de piezas arqueológicas, algo muy poco usual en la América del Sur de entonces y que marcó un hito sobre la preservación de la historia y también, la forma en que el país comenzó a interpretar lo fotográfico como una herramienta para la elaboración de la memoria colectiva.
Se trató de un trabajo laborioso que rindió todo tipo de frutos, pero en especial, un nuevo reconocimiento para Lessmann. Su trabajo fue incluido en un curiosísimo artículo sobre los Indios Guajiros publicado en Zeischrift für Ethnologie (considerada la publicación de origen de todas las revistas relacionadas con la etnología en Alemania) y que formaba parte de los esfuerzos de dos sociedades científicas –la Sociedad Alemana de Antropología Social y Cultural y la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria de Berlín– por mostrar a la desconocida América como algo más que una visión idealizada sobre la aventura, el pillaje y el robo e incluso, una nota de exotismo exagerado que no describía de manera precisa al continente.
Para Ernst se trató de una experiencia extraordinaria que le causó un hondo asombro, como dejó por escrito en varios de los párrafos del artículo: “las vistas adjuntas fueron tomadas del cráneo nº 1. Las debo a la amable colaboración del excelente fotógrafo local F. Lessmann, que está siempre dispuesto a servir a la ciencia con su arte”. El reconocimiento encumbró a Lessmann a un nivel por completo nuevo: ya no se trataba de un litógrafo que llevaba a cabo afortunados experimentos fotográficos, sino que además era un artista consagrado con un propósito y en especial, una intuitiva mirada sobre la forma en que Caracas crecía con rapidez entre cambios políticos y culturales.
Después de todo, 1870 fue el año en que ocurrieron todo tipo de sacudidas sociológicas y urbanas: el 14 de febrero de ese año, el general Antonio Guzmán Blanco, cabeza visible del Partido Liberal, arriba al puerto de Curamichate (estado Falcón), en donde le espera una nutrida compañía de 8.000 hombres para avanzar hacia Caracas y acompañarle en su alzamiento contra el gobierno. Las consecuencias de los disturbios tardarían unos cuantos meses en llegar a la capital, pero ya era evidente que la ciudad, tal y como la había retratado Federico Lessmann en toda su gloria rural y de delicada belleza provinciana estaba por llegar a su fin.
Aires nuevos y nuevas metas
En 1872, el general Antonio Guzmán Blanco y por entonces presidente provisional de la República, regresa a Caracas en hombros de sus seguidores, después de derrotar en San Fernando de Apure, la rebelión que se oponía a su posible mandato. Con toda la pompa que Guzmán Blanco siempre imprimiría a cualquiera de sus actos públicos, el general llegó a la capital, en un robusto caballo de pelaje blanco –se dice para emular al mismísimo Bolívar en la forma en que se le recordaba en la imaginaria popular– y recibió el aplauso de sus entusiastas seguidores.
En el mismo año, se lleva a cabo un evento cultural de considerable importancia: la llamada “Primera exposición anual de bellas artes venezolanas”, organizada por James Mudie Spence en el Café del Ávila, y que tenía como objetivo reunir a todos los artistas que, de una u otra forma, trabajaban en talleres y estudios en una ciudad cada vez más interesada en el arte como expresión artística. Hubo revuelo y se llevaron invitaciones a los mejores creadores de la ciudad, que ya comenzaba a vivir los primeros años de la opulencia europea que Guzmán Blanco traería consigo.
Se trató de uno de los grandes eventos artísticos de la historia de Caracas y como tal se le recuerda. El 28 de julio, el recordado café abrió sus puertas para mostrar no solo pinturas, esculturas y litografías de diferentes autores, sino, además, catorce fotografías de Federico Lessmann, en su mayoría las vistas de Caracas que le habían hecho famoso. El fotógrafo, que en 1851 había contraído matrimonio con Luisa Heibner Lumann, llegó con su numerosa familia en la que se contaban por entonces diez hijos, para ser parte de una celebración a todos los esfuerzos que, de una u otra forma, se habían llevado a cabo para documentar a Caracas no solo como una región atípica, sino también la capital de un país en pleno crecimiento y transformación.
No obstante, el catálogo de obras presentadas en la exposición también incluían otras de las pasiones de Lessmann: el retrato. La muestra incluyó fotografías de estudio de Anton Goering, Arístides Rojas, Adolfo Ernst e incluso, el mismísimo José Antonio Páez, cuya estampa hidalga asombró a la concurrencia y llenó de alabanzas al fotógrafo, considerado desde entonces, uno de los nombres más significados de la historia de la disciplina en el país.
Una Caracas para el recuerdo:
Gracias a Federico Lessmann conocemos a la ciudad mucho antes que las extravagancias de Guzmán Blanco transformaron en una por completo distinta. No sólo atravesó los diversos momentos políticos en una etapa especialmente complicada, sino también, comprendió el valor historiográfico de la fotografía como documento capaz de registrar esos cambios de forma fidedigna.
Desde su llegada país en 1844 hasta esta primera gran exposición en 1872, Lessmann comprendió la importancia del lenguaje fotográfico para analizar los cambios históricos que se sucedían a su alrededor. Fue testigo de las grandes migraciones de la década del cuarenta, que cambiaron el rostro del puerto de la Guaira y Caracas por completo, también de la ciudad convertida en centro del país y en especial, la centralización a sus espacios de los avances culturales, pero en especial, encontró la manera de representar a Caracas como una ciudad viva que crecía a medida que los primeros avances de la industrialización llegaban a ella.
La Caracas de Lessmann fue anterior a la percepción de la ciudad afrancesada y sin duda, con renovados aires europeo que Guzmán Blanco construyó a base de inspiración y golpes de efecto arquitectónico. La ciudad que fotografió Lessmann era mucho más rural, pero también, de una exquisita delicadeza provinciana que todavía continúa asombrando por su belleza. Los amplios valles plácidos, las sólidas construcciones a dos aguas, la formidable inspiración de constructores y pobladores por cimentar lo que serían las bases de la ciudad que conocemos hoy en día, fue la inspiración para la mayor parte del trabajo de Lessmann y quizás, su mayor legado.
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Fuentes:
Calzadilla, Juan. El grabado en Venezuela. Caracas: Fundarte, 1978
Con la fuerza y verdad de la luz de los cielos (catálogo de exposición). Caracas: Funres-GAN, 1977
Dorronsoro, Josune. Significación histórica de la fotografía. Caracas: Equinoccio, 1981
Ernst, Adolfo. Obras completas, 6 vv. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1986
Federico Lessmann. Retrato espiritual del guzmancismo (catálogo de exposición). Caracas: Museo Arturo Michelena, 1995
Misle, Carlos Eduardo. La Caracas de Bolívar, 1. Caracas: Editorial Los Próceres, 1983
Misle, Carlos Eduardo. Venezuela siglo XIX en fotografía. Caracas: CANTV, 1981
Padrón Toro, Antonio. «Federico Lessmann. Hace 150 años». En: Federico Lessmann. Retrato espiritual del guzmancismo (catálogo de exposición). Caracas: Museo Arturo Michelena, 1995
Zawisza, Leszek. Arquitectura y obras públicas en Venezuela, siglo XIX, 3 vv. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1988–1989.
Muñoz, Boris, Szinetar Vasco y Niño Araque William. Fotografía Urbana Venezolana 1850–2009. Caracas: Grupo Econoinvest. 2009
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