A veces, los domingos, cuando todo está callado y las calles reposan dueñas de sí mismas, el tiempo se pliega y empiezas a sospechar la presencia de aquel puerto que alguna vez fue y que nunca conocí. «Saludo desde Puerto Cabello», pareciera decirte una voz lejana, la voz de un remitente de postales.
¿Por qué la gente mandaba postales? Lo hacía, creo, para enviarle a alguien lejano y querido un atisbo del sitio excepcional donde se encontraba y donde se estaba llenando del alma de los lugares. Le decía a esa otra persona lejana: «Estoy mirando el mundo, miro la belleza del mundo». Aún hoy, algunas personas envían postales. Se les agradece.
Algunas postales
Acá tengo una de 1925. Allí veo un barco a vapor y con tres mástiles entrando a la rada. Al costado izquierdo, el hotel Los Baños. Aquel lugar fue primero un balneario público, y luego, en efecto, un hotel. Era de dos plantas y de ornato morisco rematado en cúpula. Junto al hotel, se hace espacio la Planchita, un muelle pequeño, también morisco, a manera de balcón con escalinatas que baja al nivel de una bahía de aguas tan serenas que, se dice, podría usted retener allí una embarcación con tan solo un cabello. En otra postal, justamente sobre La Planchita, una ingente cantidad de personas se desborda para celebrar la bendición del mar, un ritual concebido por los padres agustinos hace más de siglo y medio. La foto ha sido tomada desde la terraza del hotel Los Baños, allí donde más de un turista o porteño se habrá sentado a tomarse una cerveza o un café en compañía de su sombrero de paja italiana.
En otra postal se lee esa frase que ya he dicho y que se repite en unas cuantas: «Saludo desde Puerto Cabello». La postal, de 1920, retrata la Plaza del Muelle, la orilla de los desembarcos, de quienes pisaban por fin tierra firme. Vemos un alto techo y su generosa sombra, al fondo quizás un barco; más acá, las cajas y los sacos, y luego el viejo edificio de la aduana y los depósitos. Hoy día nada de eso existe.
Otra postal anterior, de 1908, contrapone y complementa el ángulo de la imagen ya referida. Allí se pueden apreciar la columna del monumento El Águila, la Casa Guipuzcoana y un local que exhibe un anuncio de Ponche Crema. Aquella columna coronada por un águila —o mejor, por un cóndor—, fue donada por el gobierno de los Estados Unidos en 1896, durante el gobierno de Joaquín Crespo, en conmemoración de los noventa años de la expedición libertaria comandada por Francisco de Miranda. El 2 de febrero de 1806, dos goletas levantiscas partieron de Nueva York rumbo a Venezuela con la pretensión de desembarcar en Ocumare de la costa, pero dos bergantines españoles los interceptaron en las costas venezolanas y sus tripulantes fueron apresados y luego ejecutados en Puerto Cabello. Diez de aquellos hombres eran oficiales norteamericanos.
Otra imagen: una línea de ferrocarril, y lo que parece ser una bodega o una estafeta improvisada; al fondo, un edificio rectangular luce a medio terminar. Ese edificio, todo de piedra, tendría luego una torre, vitrales y un techo a dos aguas. Sería el Templo Nuevo o la iglesia de San José. En la foto hay un detalle fabuloso: un niño sentado sobre un taburete o una silla en medio de la vía ferroviaria, parece retar con sus desparpajo infantil el orden de los poderes, al armatoste de hierro que por allí pasa, como diciéndole, «Esto será tuyo cuando vienes por estos lados, pero cuando tú no estás, estos rieles son míos». Es la calle Municipio, y también me manda un saludo desde Puerto Cabello. En esta foto, cabe decir, domina una gran extensión de tierra y a los lados y atrás, casas de apariencia paupérrima, como de madera. Sin embargo, el niño quita lo yermo, el niño aporta la luz.
Hay otra postal con vía de ferrocarril que resulta muy diferente, pues muestra una locomotora y sus vagones atravesando un trozo del paisaje que iba de Puerto Cabello a Valencia. La vegetación llena el mundo, y la línea ferroviaria corre en paralelo a un río con lavandera y un hombre de blanco sentado sobre una piedra grande. Se ven dos personajes más, uno pareciera ser un bañista lejano que algo otea, y el otro, si te fijas bien, da la impresión de estar usando un sombrero cónico chino. Quién sabe si era un chino.
Narrativa del saludo
Hay una narrativa en estas postales. Es la narrativa del viaje, del encuentro de las calles, del mar y del tren. Todo se confluye por los lados de lo que hoy día la gente llama el centro de Puerto Cabello, alrededor de la entrada de la rada serena, la Planchita, la iglesia de San José y el desembarco del muelle.
Esa zona ha cambiado, ha cambiado demasiado. Pero los domingos, en medio del silencio, se vuelve una conjunción de tiempos que trae los aires de un Puerto Cabello que pudo ser pero que nunca fue.
No sé, nuestra gente quizás olvida que la belleza es importante, que las postales y las fotos no deberían cambiar tanto. Ya basta con nosotros, que vamos muriendo, que nos hacemos viejos, que nos hundimos en el olvido y en la muerte, esos cambios radicales que nos borran. Sólo quedan las postales, y el saludo de las postales.
Post publicado originalmente por Prodavinci el 21 de septiembre de 2016