Parece que estuviera descalza, pero al ampliar la fotografía se ven unas tiras de cuero zurcando el empeine hacia el tobillo. La aspirante del Zulia a Reina Nacional de la Agricultura era mestiza, mitad blanca y mitad guajira, y se presentó a la justa vestida a la usanza de la nación wayuu. Sandalias confeccionadas con lo mínimo (para dejar el pie librado a la brisa seca del desierto), manta de terciopelo, un enorme collar, casi un peto, ornado con símbolos de su clan y, como tocado, el precioso cabello de las mujeres guajiras.
En la foto de grupo queda en evidencia que ella es la más alta. Está en el centro de la hilera de muchachas y es la única que tiene dos bandas, la del estado que representaba y la de Venezuela, que le pusieron al alzarse con el triunfo. Se llamaba Flor Mélida Emanuel y había nacido en Sinamaica, el 20 de agosto de 1922.
El padre de la reina era el coronel Juan Fernando Emanuel Arismendi, hijo del corso Nicolás Filiberto Emanuel, dueño de una curtiembre en Cumaná, e Isabel Carlota Arismendi, nieta del general Juan Bautista Arismendi y de Luisa Cáceres de Arismendi. El coronel Emanuel Arismendi era, pues, bisnieto de héroes de la Independencia y la historia de Venezuela le daría la oportunidad de convertirse el mismo en héroe. Ya lo veremos más adelante.
La madre de Flor Emanuel era Clenticia González Paz, del clan Apshana, nieta del general Rudesindo González, jefe de Frontera residente en Sinamaica, conocido como Cachimbo, y su esposa Úrsula Paz.
Aunque había nacido en Sinamaica, la pequeña Flor vivió sus primeros años en Maracaibo, pero cuando ella tenía seis años su padre se fue en viaje de negocios a Europa y la madre decidió mudarse a la Guajira, donde estaba su familia, mientras el marido estuviera ausente. Fue así como la niña cambió sus vestidos de ciudad por las mantas y joyas de cuarzo de sus primas guajiras. Desde entonces, tal como le contó a Enrique Romero, en entrevista publicada en la revista Respuesta, en 1981, quedó fascinada por las prendas wayú. Al regreso del padre, la familia regresó a Maracaibo y Flor se convirtió en discípula de las monjas de la congregación en Santa Ana en el colegio de monjas de El Pilar.
En 1943, cuando tenía 21 años, fue seleccionada –no sabemos por quién- para defender los colores del Zulia en un concurso de belleza –quizá el primero en Venezuela-, organizado por el gobierno del general Isaías Medina Angarita. La elección fue un evento público en el Nuevo Circo de Caracas y, aunque había un jurado compuesto por don Tito Salas, el pintor de la Independencia, y los poetas Andrés Eloy Blanco y Manuel Felipe Rugeles, puede decirse que Flor Emanuel fue electa por aclamación, puesto que tras verla salir al ruedo, con sus 1,80 metros de estatura, a la hora de la deliberación el público empezó a corear: “¡La china!, ¡La china!”. Los jueces debieron rendirse a la evidencia. Fue así como la mestiza dejó en la arena, entre otras, a la upatense Carmen América Fernández, quien pasaría a la historia como Menca de Leoni. En la foto de grupo aparece con la banda Bolívar. Es la única que lleva falda corta por ser una especie de túnica indígena.
En ese momento nació el mito de Flor Emanuel, que en el Zulia duró muchas décadas. En cuestión de horas se regó en Caracas la noticia acerca de la nueva –y única hasta la fecha- Reina Nacional de la Agricultura, quien recibiría un homenaje en el Congreso de la República. En los días siguientes hubo desfiles en las calles de Caracas, algunas de las cuales fueron recorridas por Flor Emanuel a caballo. Una de esas romerías pasó frente a la casa de la adolescente Carmen Rosalía González, conocida como Lía Bermúdez. La conocida artista plástica me contó que ella se asomó a la acera para ver pasar a la reina cuya estampa se le antojó como una escena de cuento de hadas. Según recuerda Lía Bermúdez, por su calle desfiló una carroza escoltada por cuatro caballos engalanados con penachos, hombres de vistosos uniformes y un gentío detrás. Izada en la plataforma venía una mujer impactante, muy alta y esbelta, vestida con una manta multicolor y enjoyada con tumas de cuarzo engarzadas en oro.
Lía salió de su casa y se metió entre la multitud. Se enteró, entonces, de que la reina iría con su comitiva a la fuente de soda Piccadilly. Y hacia allá se encaminó. Llevaba, bien apretado en su pecho, su libreta de autógrafos, que no tardaría en atesorar la firma de Flor Emanuel González.
Es muy posible que entre esa gente estuviera el padre de la reina. El coronel Juan Fernando Emanuel Arismendi distaba mucho de ser un chopo é piedra. Había estudiado en West Point. Y en 1903 integraría el grupo de valerosos venezolanos que defendieron se remangaron durante el bloqueo naval a las costas de este país, cuando las marinas de guerra de Gran Bretaña, Alemania e Italia franquearon puertos y costas, en exigencia del pago inmediato de las deudas contraídas por el gobierno con compañías de aquellos países.
Juan Fernando Emanuel había llegado al Zulia antes de eso. El presidente Cipriano Castro lo envió al occidente del país, en 1890, recién llegado de West Point, para que se pusiera a la orden del general José Antonio Dávila en la misión de apoyar al general colombiano Rafael Uribe Uribe, amigo de Castro, en la Guerra de los Mil Días.
En de viaje en goleta el coronel Emanuel coincidió con una pasajera que lo impactó al recogerse la manta para saltar a la nave. El gesto reveló un cuerpo imponente que hechizó al hijo del corso. Era Clenticia González, nieta del general guzmancista Rudesindo González, fundador de Paraguaipoa. Las fotos confirman que también era una mujer muy bella.
Por su destino militar y por su peripecia personal, el coronel Emanuel se quedó en el Zulia. Y estaba allí cuando llegaron los buques alemanes con una artillería muy superior. Dejemos que lo cuente el escritor wayuu
Marcelo Morán. “Era 24 de diciembre de 1902. Llegó la alarma de que venían barcos de guerra a tomar el castillo de San Carlos. El bloqueo ya se había consumado a lo largo de las otras costas de Venezuela por buques de la armada inglesa, alemana e italiana, para exigir el pago de deudas y vejámenes causados a sus representantes en las revoluciones internas del país. Fue la incursión por que Cipriano Castro, pronunció su célebre frase: ‘La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria’”.
–El Panther –sigue marcelo Morán-, que era un buque de guerra enorme, pretendió entrar por la fuerza para llegar a Maracaibo, pero encalló en la barra, siendo alcanzado por fuego de artillería lanzado desde el castillo de San carlos, que le produjo una avería por la línea de agua y obligó su retirada hacia mar adentro. El bombardeo era desigual. Pues el buque germano poseía artillería moderna que destrozaba en poco tiempo las murallas del castillo junto a sus valientes defensores. En cambio, los cañones nacionales que repelían el ataque eran piezas que no roncaban desde los tiempos de la Guerra Federal.
El bombardeo del Fuerte San Carlos tuvo lugar entre el 17 de enero de 1903, cuando, tal como nos cuenta Wikidata, dos busques de la Marina Imperial alemana quisieron perseguir una goleta mercante que había conseguido evadir el bloqueo naval a Venezuela, y para ello intentaron pasar por la barra del lago de Maracaibo, pasaje desconocido por el capitán del Panther. Así que encalló en los bancos de arena, entre la isla de San Carlos y la isla de Zapara, cerca del Castillo de San Carlos de la Barra, y quedó a tiro de su artillería. Luego de media hora de combate, los alemanes se retiraron. Tres días después, el 20 de enero, vino otro barco en auxilio del Panther y bombardeó durante ocho horas el castillo, que había sido construido entre 1679 y 1683, dejándolo en ruinas.
Allí estaba el coronel Emanuel, quien sería el padre de la muchacha de estas fotos. Tras colgar el uniforme trabajó como marino en una goleta que viajaba desde Castilletes a Maracaibo y luego hizo carrera en el departamento de Asuntos Públicos de Creole.
De vuelta en Maracaibo, después de triunfar en Caracas, la espléndida guajira fue paseada en una carroza que la trasportaba por las principales calles de la ciudad donde fue aclamada.
Se convirtió en leyenda en el Zulia. El escritor Enrique Romero me contó que su padre había sido testigo de la siguiente escena, que ilustra la fama de Flor Emanuel: el señor iba en un carro por puesto cuando subió a este el joven Alberto Carnevali, miembro fundador de Acción Democrática. Para indicar al chofer dónde se bajaría, el abogado merideño solo tuvo que decir: “Déjeme frente a la casa de Flor Emanuel”. No hacía falta más.
Flor se casó con el abogado Claudio Paz, hijo del legendario Eleuterio Paz, el Cacique –alaülaa, en lengua wayuunaiki- Yajaira. Y cuando el propio Enrique la visitó para hacer perfil que publicó la revista Respuesta, y encontró una gran señora, vestida con una manta exquisita, que pasaba del impecable castellano, que hablaba con él, al wayuunaiki en que se dirigía a sus empleadas para encargarles café para la visita. En esa ocasión hablaron de la posibilidad –muy probable- de que hubiera sido ella quien inspiró el aspecto físico del personaje de Remota Montiel, protagonista de Sobre la misma tierra, de Rómulo Gallegos, así como del hecho de haber servido de modelo al escultor español Antonio Rodríguez del Villar para las vestales indígenas que acompañan al Cacique Indio Mara en la plaza de su nombre, en Maracaibo.
Murió en Maracaibo el 11 de agosto de 1983. Pero no para el mito.
El cronista de Maracaibo, Régulo Díaz, Kuruvinda, dijo de ella que era “la más alta encarnación del mestizaje en Venezuela”.