Por Milagros Socorro.- En mayo de 1958, el entonces Vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, llegó a Venezuela en la misión diplomática por América del Sur asignada por el presidente Dwight Eisenhower.
En todos los países donde había estado, el alto funcionario fue blanco de gestos de rechazo, pero nada como en Caracas, donde ya desde el aeropuerto de Maiquetía fue recibido con rechiflas y una lluvia de escupitajos que pringó a la primera dama, Pat Nixon. Luego, en el trayecto entre el terminal de aviones y el Panteón Nacional, donde estaba prevista una ofrenda floral en la tumba de Simón Bolívar, las cosas se pusieron realmente violentas: el Cadillac 63-CD donde viajaba el Vicepresidente fue atacado con tubos y piedras. Nixon, que ya venía con el traje rasgado por un tirón que le habían dado en el aeropuerto, recibió en la cara el impacto de una esquirla que atravesó los vidrios de seguridad del carro. Lo mismo le ocurriría a uno de sus acompañantes, el militar y diplomático Vernon Walter, quien según informes oficiales “sufrió leves cortes faciales ocasionados por vidrios voladores”. Sin embargo, ni el uno ni el otro exhiben heridas para el momento en que se tomó esta imagen, parte del Archivo Fotografía Urbana.
La agenda de ese día, martes 13 de mayo, fue modificada. El Libertador se quedó sin sus flores y las otras actividades pautadas hubieron de suspenderse. No así, naturalmente, las reuniones de Nixon con el vicealmirante Wolfgang Larrazábal, Presidente de la Junta de Gobierno que tres meses antes había derrocado a Pérez Jiménez.
Pese a los desagradables acontecimientos que saltaron a las primeras páginas de la prensa de buena parte del mundo, el encuentro privado entre los mandatarios y las comidas de Estado se dieron con normalidad.
La gráfica recoge el momento en que Nixon da un discurso, que suponemos breve, antes de sentarse a la mesa junto al jefe del Estado venezolano. Nixon se ve concernido y como si no hubiera dejado de rezar desde que el primer huevo se estrelló en el parabrisas del Cadillac. Larrazábal, quien entonces tenía 47 gloriosos años recién cumplidos, tiene una curiosa expresión como de languidez. Probablemente Nixon estará aludiendo en ese instante a las patadas contra la puerta del automóvil, a la ira pintada en la cara de los jóvenes que se le abalanzaron a la caravana, quienes por cierto hicieron trizas la bandera de los Estados Unidos que ondeaba en una esquina del carro. La de Venezuela corrió la misma suerte. Y Larrazábal, en vez de poner cara de avergonzado, entrecierra los ojos como si le estuvieran hablando de una pillería divina. Es como si a las menciones de los desafueros estuviera pensando: “Esos son mis muchachos, carajo”, como quien evocara dulces caricias de la víspera.
Sea lo que sea, el contraste entre las expresiones de los dos hombres es extraño. Ahí falta una conexión que no se hizo. Son dos mundos reacios a tocarse.
Concentrémonos, entonces, en la figura del centro. Su papel es, precisamente, vincular al horrorizado con el del gesto voluptuoso. Es el traductor, pero en realidad es mucho más que eso. Se llama Vernon Walters y fue una de las figuras más notables del siglo XX estadounidense, aunque no de las más notorias.
El general Vernon Walters (1917–2002) fue un personaje legendario. Era el caballo de batalla de los Estados Unidos en las misiones diplomáticas delicadas. Si estaba allí era porque se sabía que aquella gira por Suramérica no sería una perita en dulce.
Diplomacia silenciosa,
pero en ocho idiomas
Vernon A. Walters era un diplomático especializado en misiones discretas para llegar hasta donde no llegan los embajadores ni los secretarios de Estado.
Entre 1972 y 1976 fue director adjunto de la CIA. Desde 1985 a 1989 fue embajador de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Y des de 1989 hasta 1991, embajador en la República Federal de Alemania durante la fase decisiva de la reunificación alemana. Llegó al rango de teniente general en el Ejército de los Estados Unidos.
Nació en Nueva York. Su padre era un vendedor de seguros, hijo de inmigrantes británicos. Cuando Vernon tenía 6 años, la familia se mudó al Reino Unido y a Francia, una trashumancia que desató su prodigiosa facilidad para las lenguas.
A los 16 años regresó a los Estados Unidos. Hasta esa edad estuvo en la educación formal: dejó la escuela jesuíta Stonyhurst College, donde estudiaba, en Lancashire, y empezó a trabajar para su padre como investigador de reclamaciones de seguros.
Jamás asistió a una universidad. Pero además del inglés, hablaba con fluidez francés, italiano, español, portugués, alemán, ruso y mandarín. Y en todas era, como dicen quienes lo conocieron, muy lenguaraz. Cuando sirvió de traductor entre Nixon y el presidente francés Charles de Gaulle, éste le dijo a su colega norteamericano: “Usted dio un magnífico discurso, pero su intérprete fue verdaderamente elocuente”.
Vernon Walters se unió al Ejército en 1941. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en África e Italia. Fue enlace entre los comandos de la Fuerza Expedicionaria Brasileña y el Quinto Ejército de Estados Unidos. Se desempeñó como ayudante e intérprete de seis presidentes. Estaba al lado del presidente Harry S. Truman como traductor en las reuniones en las que se usaba el español y el portugués con los aliados de Iberoamérica. Lo acompañó en su viaje por el Pacífico en los 1950 y estuvo en la tensa entrevista donde Truman desplegó fallidos esfuerzos para llegar a una reconciliación con el insubordinado general Douglas MacArthur, Comandante de las Fuerzas de las Naciones Unidas en la guerra de Corea.
En los años cincuenta colaboró como traductor del presidente Dwight Eisenhower y otros altos funcionarios de Estados Unidos en Europa. Trabajó en París en la sede del Plan Marshall y ayudó a establecer el Cuartel General Supremo de las Potencias Aliadas en Europa.
En 1960 recibió las estrellas de coronel de manos de los generales Eisenhower y De Gaulle. En esa década sirvió como agregado militar en Francia, Italia y Brasil. En 1964 era agregado militar en Brasil cuando se produjo el golpe del Ejército que acabó con la democracia y el Gobierno Goulart. Y aquellas acusaciones sobre su participación en el golpe fueron probadas.
Dos décadas más tarde, fue embajador de Estados Unidos ante la ONU desde abril de 1989 hasta agosto de 1991. Durante la reunificación alemana fue embajador en Alemania Occidental entre 1989 y 1991. Fue el primer embajador de Estados Unidos en Alemania que hablaba alemán. Nada más llegar, en 1989, aseguró que el Muro de Berlín caería durante su destino allí. Tres meses después se desplomó la ominosa pared. También fue embajador itinerante en misiones diplomáticas sensibles que incluyeron conversaciones con Cuba y Siria.
Tan solo al servicio de Reagan, Walters recorrió cien países. Fue enviado a Marruecos para reunirse discretamente con funcionarios de la Organización para la Liberación de Palestina y advertir de las consecuencias que habría si se repetían excesos como los asesinatos de dos diplomáticos estadounidenses en 1973.
Mientras era agregado militar en París, desde 1967 hasta 1972, jugó un papel importante en las conversaciones secretas de paz con Vietnam del Norte.
El presidente Nixon lo nombró Vicedirector de la CIA en 1972.Le tocó la tarea de ir a Buenos Aires para advertir al general Galtieri que Estados Unidos apoyaba a Inglaterra en la Guerra de las Malvinas. Durante los primeros meses del gobierno de Ronald Reagan se reunió durante seis horas con Fidel Castro en La Habana para explorar las posibilidades de mejorar las relaciones. Castro mencionó el hecho de que ambos habían estudiado con los jesuitas, a lo que Walters respondió que era cierto, pero que él “continuaba siendo fiel”.
“Yo luché contra el comunismo. Y ganamos”
Era muy conservador y decididamente anticomunista. Decía que la guerra de Vietnam había sido “una de las más nobles y desinteresadas de la historia americana”.
En 1988 apeló a un supuesto “sentimiento de solidaridad hispánica” en apoyo a la propuesta norteamericana para que se investigaran en la ONU las violaciones a los derechos humanos en Cuba. Denunció en aquella ocasión “No entiendo que las democracias puedan estar en contra de esta propuesta”. Ese mismo año fustigó a la delegación del Senado español que había viajado a Cuba “y representando a una democracia que superó una dictadura, impuso una medalla a un dictador como Fidel Castro”.
En su momento llamó a que “los gobiernos de América Latina ejerzan su influencia sobre Panamá y que no se crea más en la fábula del Goliat americano contra el pobre David panameño”. Con respecto a Nicaragua, se manifestó decepcionado de la “ayuda que muchos países europeos dan a la única dictadura de Centroamérica”.
Walters luchó por la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, convencido de que ésa era “la única posibilidad de que la libertad sobreviva en el mundo”.
En las notas biográficas sobre Walters suele decirse que uno de sus mayores éxitos diplomáticos fue la organización de los viajes secretos de Henry Kissinger a París para entrevistarse con los norvietnamitas en el intento de poner fin a la guerra de Vietnam. Walters, entonces agregado militar en la capital francesa, usó el avión del presidente Pompidou para colar a Kissinger en Francia.
Solía viajar en vuelos comerciales. Se hospedaba en hoteles y casi nunca utiliza la cobertura de las embajadas estadounidenses. Se jactaba de pasar las aduanas con un pasaporte normal y siempre con su nombre real.
Católico militante, siempre fue soltero. No fumaba, bebía muy poco y su única debilidad conocida era el chocolate. “Yo he sido, y sigo siendo un hombre soltero. Muchos amigos me decían, ‘¡Ah tú, qué vida llevarás! Con el tipo de trabajo y con tu posición’. La de un monje, le puedo decir. Yo sabía que si tenía una aventura, al minuto iba a tener tres narices puestas sobre el cristal de mi ventana: una nariz francesa, una nariz inglesa y una nariz rusa. No valía la pena. Cuando los rusos se me acercaban y me preguntaban: ‘¿Soltero?’, añadía siempre: ‘Sí, pero no homosexual’. Si te quieres dedicar a esto, no te puedes dedicar a otras cosas. Yo sólo lo lamento por los hijos. Lo he tenido todo en la vida, menos una familia”.
Al escribir su obituario, un articulista español dijo que poco antes de morir, Walters había hecho una gira de más de un mes por Argentina, Perú, Brasil y Venezuela. “Todo eso en silla de ruedas”. Dado que murió el 10 de febrero de 2002, ese recorrido debió hacerse entre diciembre de 2001 y las primeras semana de enero de 2002. Eran los días del paro en Venezuela. En la inminencia de la manifestación de protesta más nutrida que se haya visto en el mundo y de aquel episodio de la renuncia de Chávez en abril (“la cual aceptó…”). Y Vernon Walters andaba por aquí justo antes de abril de 2002. ¿Habrá alguna relación?
En una entrevista que le hicieron cuando ya pasaba los 80 años le dijeron: “Usted luchó contra los rusos…” y él corrigió:”Yo luché contra el comunismo. Y ganamos. Ganamos la Guerra Fría”.
Walters es miembro del Military Intelligence Hall of Fame. Sus restos reposan en el Cementerio Nacional de Arlington, en Washington, donde fue enterrado con honores de héroe.
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